USA MIS MANOS - KIVI (HOGWARTS)

32: El Valle de Caerleon.

El grupo dejó atrás la seguridad de Hogwarts y se adentró en el vasto y desolado paisaje de las Tierras Altas de Escocia. Las montañas se alzaban como gigantes dormidos bajo un cielo encapotado y gris. La única señal de vida era el viento gélido que azotaba sus rostros, arrastrando consigo el eco de un lugar olvidado por el tiempo. El Valle de Caerleon, según las historias antiguas, era un sitio lleno de magia ancestral, pero al observarlo ahora, no era más que un lugar frío, desértico y desolado.

El suelo estaba cubierto de rocas y matorrales secos que crujían bajo sus pies. No había rastro de senderos ni caminos, solo la vasta extensión de un terreno árido y hostil. El cielo se oscurecía con el avance de la tarde, y una sensación de aislamiento se apoderó del grupo. Chiara caminaba al frente, la Daga de Slytherin colgando de su cinturón, sintiendo su frío metal contra la piel a través de la tela. Violeta llevaba el Escudo de Gryffindor en la espalda, su peso simbólico recordándole la importancia de su misión. Martin sujetaba con fuerza la Vara de Hufflepuff, sus nudillos blancos a pesar de que trataba de mantener la compostura. Y Juanjo, con el Espejo de Ravenclaw envuelto en una tela para protegerlo del polvo y los elementos, observaba el horizonte con una mezcla de expectación y ansiedad.

—No se ve ninguna cueva —comentó Álex, rompiendo el silencio mientras pasaba una mano por su cabello mojado por la llovizna que comenzaba a caer.

—Este lugar es enorme —respondió Denna, su voz teñida de preocupación—. Podríamos estar buscando durante días y aún así no encontrar nada.

—No podemos darnos ese lujo —dijo Chiara, su tono firme pero cargado de tensión—. Lucien Blackthrone también debe estar buscándolo. Debemos encontrar la cueva antes que él.

El grupo continuó su búsqueda durante horas, explorando cada rincón del valle que parecía digno de interés. Sin embargo, la cueva que buscaban seguía esquivándolos, como si estuviera oculta por un hechizo que solo aquellos verdaderamente dignos pudieran romper. A medida que el día avanzaba y el cielo se oscurecía aún más, el cansancio y la frustración comenzaron a hacer mella en ellos. No había signos claros de dónde podría estar la cueva, y el terreno, que inicialmente les había parecido manejable, se volvía cada vez más traicionero con las sombras alargadas de la tarde.

Violeta sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Cada paso que daba la acercaba más a la desesperación, aunque no dejaba que se mostrara en su rostro. A su lado, Chiara mantenía la cabeza alta, pero su mente estaba en constante actividad, tratando de pensar en alguna forma de avanzar. El viento soplaba con más fuerza, trayendo consigo una lluvia helada que empapaba sus ropas y hacía que el frío penetrara hasta los huesos.

—Deberíamos parar por hoy —sugirió Martin, deteniéndose para mirar a los demás—. La oscuridad está cayendo y la lluvia no va a ayudar en nuestra búsqueda.

El grupo intercambió miradas y, aunque la decisión de detenerse parecía sensata, la inquietud por la falta de progreso era palpable.

—Acampemos bajo esos árboles —insistió Martin, señalando un pequeño grupo de árboles retorcidos que ofrecían un mínimo refugio contra la lluvia.

Con un cansado asentimiento, el grupo se dirigió hacia los árboles y comenzaron a preparar el campamento. Utilizaron el hechizo de extensión indetectable para montar unas tiendas de campaña, haciendo que el interior fuera sorprendentemente espacioso y cálido en comparación con el exterior hostil. Dos tiendas fueron suficientes para acomodar a todos; en una dormirían Álex, Denna, Martin y Juanjo, y en la otra, Chiara, Violeta y Ruslana.

Mientras el viento silbaba entre los árboles y la lluvia golpeaba la lona de las tiendas, el grupo se preparó para la noche. El ambiente dentro de la tienda de las chicas estaba cargado de tensión. Chiara, Violeta y Ruslana se sentaron en círculo, tratando de idear un plan para el día siguiente.