2: El despacho de McGonagall.

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—Que sí, que perdón.

Chiara no miraba a nadie en aquel despacho. De hecho, su pierna saltaba nerviosa de arriba abajo, con impaciencia, esperando que aquel sermón terminara y la dejaran marcharse a los dormitorios.

—No me vale ese perdón, Oliver —pronunció severa la profesora McGonagall, directora de la escuela. —No me vale en absoluto. Sabe perfectamente que no tengo nada en contra suya ni de su casa. Al contrario. Me encanta la diversidad. Me encanta que cada uno de los alumnos de Hogwarts tenga una personalidad distinta y yo, jamás, te pediré que cambies tu personalidad. Ni a ti ni a ninguno de tus compañeros.

El despacho de la directora era ovalado y las paredes de piedra estaban cubiertas de los retratos durmientes de los antiguos directores de Hogwarts. A simple vista Chiara reconoció a Brutus Scrimgeour, Albus Dumbledore, Phineas Nigellus Black, Antonia Creaseworthy... En fin, personalidades importantes que habían estudiado en tercer y cuarto curso de Historia de la Magia.

—¿Me está escuchando, Oliver? —la voz de la profesora McGonagall la sacó de su ensimismamiento.

—Sí, perdón.

—Lo siento. No me queda más remedio que quitarte los privilegios del puesto de capitana de tu equipo. En el próximo entrenamiento deberá comunicárselo a sus compañeros y decidirán, entre todos, quién le relevará.

Chiara empezó a prestar atención de inmediato. Los prefectos de Gryffindor, los que la habían delatado, se miraron entre sí. Estaban de pie detrás de la enorme silla de la directora y abrieron mucho los ojos al escuchar sus palabras.

—Señora directora, no debe hablar en serio —comenzó diciendo Chiara, parsimoniosa, sintiendo cómo el corazón estaba a punto de explotarle en el pecho. —No puede hacer eso.

—Sí que puedo, Oliver. De hecho, ya está decidido.

—¡No puede hacerme eso! ¡El Quidditch es lo único que tengo!

—Por eso no la saco del equipo, Oliver. Sé que es importante para usted. Pero no sabe dar ejemplo. Y un capitán, ante todo, es buen compañero. Buen ganador y perdedor.

—¡No puede hacerme esto, señora McGonagall! Por favor...

Chiara apoyó los codos en el escritorio de madera de roble que ocupaba el centro del despacho, se tapó la cara con las manos e intentó por todos los medios no llorar delante de los prefectos de Gryffindor. Le estaba costando respirar, le estaba costando no sentir vergüenza. Por si fuera poco, si al menos se encontrara a solas con la directora, podría intentar convencerla, arrastrándose de cualquier manera, llorando y gritando, suplicando y rogando. Pero no delante de ellos.

—Lo siento, Oliver —musitó la profesora, escribiendo algo en un pergamino con una pluma dorada. Miró a la chica por encima de las gafas de media luna y forzó una sonrisa. —Igual que tú, Oliver, yo también tengo que dar ejemplo. Es mi última palabra.

Chiara se levantó de la silla y anduvo a paso rápido hasta la espiral donde comenzaba la puerta del despacho, que descendía en una escalera circular hasta los pasillos del castillo.

—Ve —le dijo Violeta a Alex, segundo prefecto de Gryffindor. —Que no haga ninguna tontería.

Alex hizo caso a Violeta y se marchó detrás de ella.

—¿Puedo hablar con usted, profesora McGonagall?

—Sé lo que va a decirme, Hódar.

Violeta tragó saliva. La profesora McGonagall era un referente para ella. La admiraba y respetaba a partes iguales. Había leído infinidad de artículos, pergaminos y columnas sobre ella. Sobre su papel en la Guerra Mágica, cómo fue el pilar fundamental que destruyó a los Mortífagos desde dentro del castillo. Para ella, la profesora McGonagall era y siempre sería digna de estudio y fanatismo.

—¿Cómo lo sabe?

—Siéntese, por favor. —Sonrió levemente señalando la silla que Chiara acababa de dejar libre. —Soy mucho más vieja que usted. Mucho más sabia y mucho más experimentada.

Violeta apretó la mandíbula mientras miraba a los ojos a la directora de la escuela, que había devuelto la vista al pergamino y enfocaba toda la atención en su escritura cursiva. Una belleza, a decir verdad.

—Si Chiara deja de ser capitana, provocará que el resto de equipos se sientan con la libertad de mofarse de ella. No es justo. Ha cometido un error.

—Cualquiera diría que es usted de Slytherin y no de Gryffindor —bromeó. —Coja una galleta, Hódar.

El largo dedo de la directora señaló un cuenco de galletas de chocolate. Ni Violeta ni Álex habían tenido tiempo para cenar en el Gran Comedor y ya era medianoche, así lo anunciaba el enorme reloj que colgaba en la pared a la que la profesora McGonagall daba la espalda. Estiró el brazo con vergüenza y mordió una galleta. Es como si la directora hubiera leído en el rostro de la prefecta que estaba muerta de hambre. Posiblemente lo hubiera hecho. Era una de las mejores brujas de todos los tiempos.

—La señorita Oliver ha esperado a que el equipo de Ravenclaw saliese de los vestuarios para lanzarles chispas rojas a los jugadores. Ha mandado a dos de ellos a enfermería con quemaduras leves.

—Una broma sin importancia.

—¿Y si hubiera sido contra Gryffindor? —increpó.

—Rivalidad.

Después de unos segundos, la directora se recostó en la silla y sonrió. Las arrugas en su piel se acentuaron y Violeta sintió, por un momento, que había ganado.

—¿Qué castigo propone usted?

—Quítele puntos a su casa. 50 o 100. 200 si lo prefiere.

—El curso acaba de empezar —alzó una ceja.

—Descuéntelos de cuando sumen. Ya sabe que Slytherin es muy competitivo y siempre lucha en los primeros puestos por la Copa de la Casa.

—¿Y si damos el partido de Slytherin de hoy perdido? Podemos darle la victoria a Ravenclaw.

—No es justo que pague todo el equipo solo por su imprudencia.

—Debe dar ejemplo.

—Y así solo perderá el respeto de sus compañeros —concluyó Violeta.

La profesora McGonagall pensó durante unos segundos. Se quitó las gafas de metal y las dejó caer sobre su pecho. Luego colocó la pluma sobre el tintero y cruzó las palmas de sus manos sobre la mesa.

—Cien puntos menos para Slytherin y cumplirá castigo con usted.

—¿Conmigo? No, no nos caemos bien.

—Cualquiera lo diría —rio la directora. —Venga, Hódar. Está defendiéndola como si fuera su hermana. No puede ser tan traumático hacer un par de noches de guardia con ella. 

Violeta suspiró. Eso le pasaba por sentir debilidad por el indefenso. 

USA MIS MANOS - KIVI (HOGWARTS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora