CAPÍTULO 45: PESADILLA

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La sangre chorreaba por el pómulo, la boca y la nariz de Maxine. El mismísimo Qasim en persona la había golpeado sin descanso con una manopla. El arma le había destrozado el pómulo y la nariz, y en ese momento se veía irreconocible.

A pesar de eso, ella no sentía dolor, su cara se había adormecido y la adrenalina que todavía corría por sus venas le impedía llorar. En cambio, miraba con un ferviente odio al sujeto frente a ella, quien estaba convencido de que la tortura la haría hablar tarde o temprano.

Maxine se encontraba atada a una silla en medio de un descampado dentro de un gran almacén destartalado y viejo. Ella no sabía dónde estaba, pero por los sonidos del exterior, dedujo que se encontraban alejados de la ciudad.

—¡¿Cómo saco la información de ahí?! —gritó.

—No lo sé —respondió lo mismo por milésima vez.

Qasim gruñó y levantó el puño para volver a golpearla, pero Ryan se metió en medio para evitar otro golpe más. Por mucho que estuviese involucrado en eso, no podía soportar ver como ese tipo le destrozaba la cara a Maxine.

—¡Detente! ¡La vas a matar!

—No me sirve de nada, de todos modos, hay que matarla —espetó.

—Tal vez yo tenga un modo mejor de hacerla hablar. Dame una hora y haré que cante como un gallo —aseguró.

Qasim escupió a sus pies con desprecio y se quitó la manopla ensangrentada. Se la entregó a uno de sus secuaces y miró a los ojos a Ryan.

—Una hora, después de eso, la mataré y la echaré a la misma zanja donde eché a la otra mujer.

Al escuchar eso Maxine tembló. Sabía que se refería a la pobre chica de la recepción. Se sintió impotente porque no consiguió salvarle la vida.

Los terroristas se dispersaron, uno de ellos, el informático, intentaba con su limitado conocimiento de acceder a la información dentro del chip, pero el diminuto aparato tenía una serie de claves encriptadas que solo quien las conociese podía usarlas para acceder.

Ryan se agachó frente a Maxine cuando se alejaron, ella apartó la vista, solo de verlo sentía que la sangre le hervía por dentro. No podía creer lo tonta que había sido al confiar en él. Le había revelado sin querer demasiadas cosas.

Ahora las últimas palabras de la madre de Jackson cobraban sentido. Estaba segura de que Genevive lo había visto en la universidad días previos al evento, y eso era lo que ella había tratado de decirle.

—Max, si no hablas, te matarán.

—No te atrevas a llamarme así de nuevo, saca mi nombre de tu sucia boca de traidor —dijo con los dientes apretados.

—Dales lo que piden, no tienes que sufrir más.

—Aunque quisiera, no puedo hacerlo porque no lo sé —admitió.

Maxine sabía que esa tortura era un futuro probable, pero sintió que valió la pena pagar el precio si así podía conocer la cara del líder mismo de la sociedad del lobo rojo.

Sin que ellos se diesen cuenta, lentamente había estado dislocando sus dedos para soltarse de los amarres, pero el proceso era doloroso y le estaba tomando demasiado tiempo. Las muñecas le ardían por la fricción, ya le habían comenzado a reventar la piel.

—Bien, si así quieres jugar, traeré algo con lo que no podrás seguir guardando silencio —amenazó.

Se alejó de allí y la dejó sola.

En lo que Maxine estaba en ese almacén abandonado, prestó atención a todo a su alrededor, aunque la verdad era que no podía mirar bien debido a la hinchazón de su pómulo. La sangre se le acumulaba en la nariz y le cortaba un poco la respiración. Ciertamente estaba pasando el peor de los infiernos; ni siquiera en Irak había vivido algo tan fuerte como eso.

La Guardaespaldas del CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora