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La llamada se cortó. 

Miles de pensamientos invadieron su mente. La voz quebrada de su abuela provocó un escalofrío en su cuerpo. 

Corrió tan rápido como pudo, la lluvia volvía con más intensidad, su sombrilla había quedado atrás. Pisaba los grandes charcos de agua empapándose los pies, su cabello estaba mojado, el agua caía desde sus mejillas hasta su cuello. Su cuerpo temblaba, sin embargo, no era por frío, tenía miedo de lo que podría encontrar. 

Llegó en cuestión de minutos, con las manos empapadas y temblorosas, intentó meter la llave en la puerta. 

Al entrar lo primero que vio fue a Rosi, yacía de rodillas en el suelo, su mirada inconsciente despertaba aún más los nervios del pelinegro. 

Cerró la puerta lentamente, buscando con la mirada a su padre por toda la habitación, al no saber sobre él, se arrodilló frente a Rosiepuff. 

–¿Abuela? –preguntó temeroso, pues la mayor parecía no estar presente. 

Al escuchar la voz de su nieto alzó la mirada, abrió ligeramente los labios, más las palabras no lograron salir de su boca. En respuesta, lo miró a los ojos con incertidumbre, negó con la cabeza y comenzó a llorar en los brazos del pelinegro. 

No entendía nada, la reacción de su abuela le hizo pensar lo peor, la consoló durante unos minutos, acariciando su cabello, dejando pequeñas caricias en su espalda. 

–T-tu padre– articuló la mayor. –E-está en el hospital… –hizo una pausa para tomar aire. –Está en coma Ramón 

Sus ojos se abrieron con horror, su respiración se volvió rápida e irregular. Rápidamente tomó las manos de Rosi y la  ayudó para que se pusieran de pié. Con movimientos torpes caminó hacia el auto seguido de su abuela. 

Conducía sin expresión alguna, el silencio en el ambiente era devastador, ambos miraban el camino, esperando que todo fuera una simple mentira. 

Al llegar al gran edificio, recuerdos aterradores atormentaron a Rosiepuff, no había visitado aquel lugar desde el día en que Ramón nació, el mismo lugar en el que Sara falleció. 

El temor también invadió el cuerpo del pelinegro, el hospital era la raíz de sus traumas. 

Avanzaban por el largo y helado pasillo, Ramón tomó fuertemente la mano de Rosi, aferrándose a ella como un niño pequeño. 

Preguntaron por la habitación donde yacía John. Se encontraba un piso más arriba. 

Al subir, un hombre alto y vestido de blanco los recibió. 

–Ustedes deben ser los familiares de John Timberlake, acompañenme por favor– ordenó el hombre. 

Entraron a una habitación, la tenacidad de la luz impedía ver a través de la cortina que los separaba de John. El doctor se acercó, jalando la delgada tela azul que colgaba de arriba. 

Ahí estaba John.

Su rostro lleno de manchas de sangre, sus brazos vendados y amoratados, su torso lleno de marcas y su cabeza cubierta por el vendaje. 

Rosi no pudo contener el dolor que sentía, decidió salir de la habitación, pues verlo así, le destrozaba el corazón. 

Ramón se acercó lentamente a él, observando la cantidad de cables y tubos que se conectaban a su cuerpo. Aquel devastador sonido proveniente de una máquina, indicando que su pulso era débil pero estable. Las lágrimas se apoderaron de él. Se arrodilló para estar a la altura de la camilla y con sumo cuidado tomó la mano de John. 

Tenías que ser túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora