#15

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La luz dorada del amanecer se filtraba por las ventanas, el aroma a galletas recién horneadas y chocolate caliente llenaba el espacio. Ana se movía por la cocina mientras se balanceaba al compás de la música qué sonaba en el tocadiscos. 

Estaba concentrada batiendo el chocolate, cuando sintió que unas manos grandes la rodearon por la espalda.

–Buenos días mi reina– le susurró una voz grave. 

Ana dio un pequeño brinco provocado por la repentina presencia de su esposo. 

–¡Peppy! Casi haces qué derrame el chocolate– mencionó con alegría, las dulces muestras de afecto como lo era un simple abrazo le provocaba ternura. 

––¿Te he dicho lo hermosa que te ves cuando cocinas? –sonrió coqueto sin dejar de abrazarla. 

Las risas de Ana resonaron por toda la cocina. Se dio la vuelta aun sin soltarse de sus brazos. 

–Soy el hombre más afortunado– continuó dedicándole piropos, admirando el rubor qué provocaba en sus mejillas. 

Los ojos de Ana se iluminaron al encontrarse con los de su esposo, quien seguía siendo el mismo hombre desde que eran unos jóvenes enamorados. 

De repente el timbre sonó. 

Ambos miraron hacia la puerta sorprendidos, normalmente no recibían visitas durante la mañana. 

–Yo iré cariño– se ofreció Ana, depositando un tierno y fugaz beso en los labios de Peppy. –Y por favor, saca las galletas del horno– le gritó amable desde la puerta. 

–Pero claro que sí– contestó Peppy frotando sus manos, dirigiéndose al horno, casi saboreando el sabor de la mantequilla. 

Antes de abrir, Ana sacudió su ropa, eliminando las manchas de harina, acomodó su cabello y abrió, llevándose una agradable sorpresa. 

–¿¡Ramón!? –Lo miró confundida pero con una sonrisa. 

–Señora Kendrick, disculpe la inesperada visita– sonrió nervioso. 

–Descuida, ¿en que puedo ayudarte? –su sonrisa se ensanchó. 

–Me gustaría hablar con usted y el señor Peppy, si me permiten

La petición hizo qué Ana abriera los ojos con sorpresa. 

—Oh, claro… pasa– le indicó retirándose de la puerta para dejarlo entrar. 

–¿Quién es, querida? –se escuchó la voz firme de Peppy, quien se aproximó a la puerta. 

–Buen día señor– saludó el pelinegro con un aire de seguridad. 

–¡Muchacho! – se acercó a él y apretó su mano con fuerza. 

–Peppy– le llamó su esposa. –Ramón quiere hablar con nosotros– mencionó entre dientes mientras levantaba las cejas con emoción.

El mencionado frunció el ceño, no entendiendo la reacción de Ana. 

–Por qué no van al patio– propuso empujando, con cuidado, a ambos hombres hacia las puertas del jardín. –Yo los acompañaré enseguida... Ramón– se dirigió al joven de ojos azules. –¿Café? –preguntó sonriendo, pues sabía de su gusto por aquella bebida caliente. 

–Sí, muchas gracias señora kendrick– su semblante era seguro.  

–Ana, solo dime Ana 

Eso fue lo último que escucharon antes de ser lanzados con “amabilidad” hacia afuera. 

Peppy le invitó a sentarse en una de las sillas de metal blanco, comenzaron charlando sobre temas cotidianos, nada importante, pues el pelinegro quería hacer tiempo antes de armarse de valor, para hablar sobre lo que en realidad lo atrajo hasta ahí. 

Tenías que ser túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora