Ramón
Aún era muy temprano, el sol permanecía oculto bajo el manto oscuro de la noche y el sonido de la lluvia lo arropada con un calma abrazadora, el aire soplaba las cortinas de la habitación llenandola con el olor de la tierra mojada.
Se levantó y bajó las escaleras en silencio, con cuidado de no despertar a su abuela.
Decidió preparar un poco de café antes de irse, el lugar se inundó del fuerte y agradable olor que provenía de la cafetera, acostumbraba a disfrutar el sabor amargo, le producía cierta satisfacción. Al darse la vuelta se encontró inesperadamente con su padre, quien estaba recargado en la entrada de la cocina con la mirada perdida en el suelo.
–Buenos días papá.
–Hola campeón– respondió sin expresión alguna. –¿Ya te vas?
–Si, volveré para la cena.
–Entiendo.
Los fines de semana Ramón visitaba a su madre, a veces volvía cuando la noche era ya avanzada, John lo comprendía, sin embargo, pocas veces lo acompañaba.
–Ten cuidado, está lloviendo y es peligroso conducir con este clima.
–Descuida, iré despacio.
–Bien. Saludala de mi parte, ¿Quieres?
–Por supuesto.
John se acercó hasta él, apretando con fuerza a su hijo, envolviéndolo en un cálido abrazo al cual Ramón correspondió, una pequeña lágrima salió de él.
Ambos compartían el dolor y el duelo, pese a los años, sus heridas aún no sanaban, incluso parecían abrirse cada vez más.
Se separó de él y lo miró con orgullo.
–Te quiero campeón– sonrió al momento que desordenaba su cabello de manera juguetona.
–Y yo a ti papá.
Le dedicó una última sonrisa y desapareció de la cocina. Su padre era un hombre admirable, aún con el dolor de perder a quien más amaba en la vida, luchó por sacar adelante a su familia. A pesar de su carácter frío e imponente, siempre demostraba el amor que tenía hacia su hijo.
Ramón tomó su café y salió en su moto en dirección al cementerio. Mientras conducía las gotas caían sobre su cuerpo, el aire fresco erizaba su piel, cubriendolo con el manto de la madrugada.
Al llegar frente a la entrada del lugar se encontraba el guardia, un hombre de edad avanzada, el cual habitaba día y noche en el cementerio, incluso antes de que Ramón naciera.
–Buen día muchacho– saludó el hombre.
–Señor Williams– correspondió con amabilidad. –¿Cómo le va hoy?
Williams se encogió de hombros.
–No me quejo, eres el único que viene a esta hora– el pelinegro sonrió. –¿Cómo está tu abuela?
–Muy bien señor, fuerte aunque terca.
El hombre río al escuchar aquello, recordó a Rosiepuff en su juventud, cuando eran buenos amigos,m huyendo de las responsabilidades y las normas de aquel entonces. –Mandale mis saludos.–Con gusto señor. Compermiso– dijo mientras se alejaba, abriendo paso entre la neblina.
Caminó bajo la lluvia y sobre la humedad, el silencio del lugar era tan agradable como escalofriante, los nombres de las personas que yacían dentro se habían borrado con el pasar del tiempo, el pasto crecía alrededor de algunas lápidas que parecían olvidadas y les brindaba un aspecto sin importancia, sin valor.
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Tenías que ser tú
RomancePoppy Kendrick de 16 años, una joven alegre y optimista. Ramón Timberlake de 18 años, un chico inteligente y decidido. Ambos se conocen en la preparatoria y se enamoran uno del otro, pero por cosas del destino sus caminos se separaran. Años más tard...