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Domingo por la mañana. La luz cálida del sol abrazaba su rostro, sus ojos se abrieron ligeramente dando paso a la iluminación en ellos. 

–Ramón– escuchó una dulce voz que lo llamaba. 

Se estiró un poco y giró su cuerpo, de manera que la luz no molestará su rostro. 

–Ramoncito– escuchó de nuevo. 

Aquella voz la conocía. 

–¿Poppy? –preguntó el pelinegro aún dormido. 

–¿Poppy? –repitió aquella voz. 

Sintió como alguien se inclinaba hacia él, abrió un poco los ojos, no lograba ver con claridad pero pudo divisar a la chica, su piel clara, su cabello rosado y sus ojos de igual color. La imagen se distorsionaba a medida que tomaba consciencia. 

–Ramón soy yo– la voz ahora era grave, como si de un hombre se tratara. 

Frunció el ceño confundido, al abrir totalmente sus ojos la imagen se aclaró, frente a él se encontraba Diamantino, usaba una playera azul, unos shorts de mezclilla, tenis blancos y sus calcetines hacían juego con su playera, los cuales sobresalían de su calzado. 

El peligro se sobresaltó, cayendo bruscamente de su cama. 

–Amigo ¿estás bien? –habló el contrario entre risas.

Ramón se levantó lentamente, soltando un quejido debido al golpe. Miró seriamente a su amigo, quien no paraba de reír. 

–¿Quién es Poppy? –preguntó Edwards con una sonrisa. 

–¿Qué? –respondió el pelinegro mientras se ponía de pie.

–Me llamaste Poppy, ¿Quién es ella? –expresó curioso y en un tono burlón. 

–N-no es nadie– afirmó avergonzado, sus mejillas se tornaron rojizas al escuchar aquel nombre. 

–¿Ah sí? Y, ¿Por qué soñabas con ella? –lo miró divertido. 

–¿Qué haces en mi cuarto? –contestó algo irritado, ignorando su pregunta. 

–Tu abuela me dejó entrar– se encogió de hombros. –Quería saber cómo estabas 

–Estaría mejor si extraños no aparecieran mientras estoy durmiendo

–¿Extraños?, ¡Pff! Por favor. Admítelo ramoncito, soy tu mejor amigo

–Sal de aquí, ¡ahora!

–Está bien don gruñón– habló mientras se ponía de pie. –¡Oh!, casi lo olvido– se volvió a él estando en la puerta. –Tu abuela me invitó a desayunar. Te veo abajo– finalizó con una gran sonrisa. 

Una vez solo, Ramón se tumbó de nuevo a la cama, soltando un largo quejido. 

No era la primera vez que desayunaba con ellos, a menudo lo hacía. Rosiepuff apreciaba a Diamantino, lo trataba como un nieto. 

Luego de unos minutos bajó a la cocina, usaba una playera negra junto a unos pantalones grises, su cabello ligeramente peinado y en su mano, un anillo de oro que su padre le obsequió. 

–Buen día cariño– saludó la mayor. 

–¿A donde tan peinado ramoncito?

–Abuela, ¿Por qué lo dejaste entrar? –se quejó el pelinegro. 

–Vamos cariño, no te quejes o te saldrán arrugas como a mí 

–Oh no abuela, creo que eso ya le pasó– habló el platinado mientras veía la cara de su amigo.–Sí, justo ahí, en tu frente, creo que estás envejeciendo amigo  

Tenías que ser túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora