Capítulo 27 - En sus ojos (3)

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Zoe no se disculpó por lo que dijo aquella noche en París. ¿Y por qué lo haría? Estaba diciendo la verdad.

—Ya tomé mi decisión. ¿Nikolai te sobornó para que no te ocuparas de tus propios asuntos?

—Primero, esto no se trata solo de ti. En segundo lugar, ¿cuándo he hecho algo más que ocuparme de mis propios asuntos?—suelta un suspiro mientras me dirige una mirada de rendición—Me preocupo por ti ¿Eso cuenta como nada? ¿Podrías escucharme, al menos?

Quiero hacerlo, quiero escuchar a mi amiga, pero siento que la situación se escapa de mi control.

Entonces el pánico aumenta, y cuando entro en pánico, lo aplasto implacablemente bajo el acero frío, construido a lo largo de años y años de dolor.

—¿Cuál es el punto de obligarme a cambiar lo que le hice a Pandora? Ya no puedo hacerlo. La lastimé, Zoe. Aunque cambie de opinión, ella no querrá volver a verme nunca más.

—Vivienne...

—Hice las paces con eso, y sé que tienes buenas intenciones pero lo único que logras es hundir el cuchillo hasta el fondo.—pasé junto a ella, abrí la puerta de mi habitación y llamé a los demás—¡Y esto se aplica doblemente a todos ustedes!

Están todos agrupados cerca, obviamente escuchando a escondidas.

—Uh...—Jett se congela y balbucea algo incoherente hasta que Remy lo interrumpe.

—Estábamos simplemente-

—Nunca nadie entra en tu habitación, entonces...

Me concentro en Nikolai, distante, como si la mitad de esto no fuera su culpa.

—Sé que estás enojado conmigo y no lo entiendes.—le dije—No te pido que lo entiendas. Te pido que respetes las reglas que estableció La Amapola Dorada ¿De qué sirve un voto unánime para decisiones importantes si me avergüenzas por las mías?

—¿Es eso lo que piensas que hacemos?

—Algo así, Nikolai.

Luego entra un pánico más brillante, no menos poderoso por más irracional que sea. ¿Qué es lo que estamos haciendo, exactamente? Siento que no me perdonarán nunca más mi error.

No más excusas, no más paciencia, no más amor, no más hermandad.

—¿Alguien más tiene algo qué decir?—pregunté molesta. Odio que cuestionen mis acciones y aún más cuando estoy equivocada. Mi terquedad me estaba llevando al límite pero jamás lo admitiría—¿Hay más enojo por mi decisión disfrazado de preocupación llorosa por mi bienestar?

Es obvio que deseaban que ella se hubiera quedado y yo me hubiera ido.

Yo también lo deseaba.

—¿Nadie?—León mira a los demás y luego a mí. Levanta la mano.

—Iré a un paseo en auto, por si quieres venir conmigo.

—Suena bien.—mi voz suena áspera y fría para mis propios oídos, y León lidera el camino. Hago lo que siempre he hecho, huir lejos de mis problemas.

No hay carreteras en Venecia, por lo que tenemos que viajar lejos de la ciudad antes de que León pueda conseguir su vehículo. Como si en las paredes del edificio estuvieran escritos mis problemas, cada vez más críticas por mis acciones, más indagaciones, más intentos de desmembrarme, más intentos de todos de descubrir qué me pasa. Como si supiera qué me pasa. Como si pudiera siquiera empezar a explicarlo.

—¿Has comido?—preguntó León, mientras conducía.

—Si.

Eso es todo lo que decimos durante horas. A medida que sale el sol, me doy cuenta de que estoy a punto de cumplir cuarenta y ocho horas sin dormir.
No sé cuándo me quedo dormida, pero es un momento en donde me relajo después de tanto e inmediatamente colapso en la oscuridad.

Reina de LadronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora