Capítulo cuatro

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STREET FIGHTER 1958

Gruñí frente a la máquina donde la pequeña pantalla mostraba una imagen pixeleada y colorida del juego de Street Fighter—mi favorito—con una partida recién terminada y también fallada. Acababa de perder por tercera vez. Me aleje unos centímetros de la máquina buscando dentro del bolsillo de mis vaqueros y hasta el fondo, entre los hilos que sobresalían de la tela, hallé diez centavos.

«Mierda—Susurré en mi cabeza y mire la pobre cantidad en la palma de mi mano, me faltaban solo quince centavos para pagar otra partida de juego.

Suspire y estuve apunto de guardarla, pensando en que iría al mercado y compraría un batido de chocolate. Pero en eso la campanita en la puerta del Lazarus resonó e inconscientemente voltee, no hacía falta describirlo, sus grandes gafas y el reflejo de sus ojos tan engrandecidos por la graduación me daban la respuesta del quien se trataba. La sonrisa de Richie se amplió cuando me vio ahí—sabía de malas leguas que su juego favorito también era Street Fighter—y me maldije mentalmente cuando se acercó a mí.

—¡Qué honor verla aquí, miss Sca'lett!—Dijo, con su voz de negrito que usaba frecuentemente a modo de humor, pero que a mí me parecía irritante—¡Po' favo'! ¡Sea buena y trate bien a este pobre negrito'!

—Eres ridículo—Dije, con una ceja alzada y sin poder evitarlo. Él se empezó a reír, como si yo hubiera contado un gran chiste.

—¿Street Fighter?—Pregunto, con su voz normal, mirando la máquina frente nuestro y se acercó a oprimir un botón rojo y grande para reiniciar la partida—Creí que no te gustaban estos juegos, Lily.

—Creí que estarías en casa haciendo tareas—Contesté, unos pasos detrás suyo, lo observé de espaldas, su cabello parecía tener uno que otro mechón rizado, y su camisa blanca floreada de azul estaba impecable, cosa rara de él.

—¡Noticias, señorita!—Dijo, casi a gritos, con una voz distinta que no logré identificar—¡Estamos en vacaciones!—Busco en su bolsillo por algunos segundos y después sacó algo de dinero. No me hizo falta preguntar, eran los veinticinco centavos que se necesitaban para iniciar una partida.

Luego se giró hacia mi, sonriéndome ampliamente y mostrándome los centavos en sus dedos, alzó las cejas hacia ellos, apuntándolos con ellas y se ruborizó.

—¿Qué?—Dije—¿Por qué me miras así?

—Dudo que seas capaz de ganarme, Lily, pero ¿quieres jugar una partida?—Me señaló la máquina, estuve apunto de decirle que no tenía más centavos, pero pareció leerme el pensamiento—Yo la pagaré.

—No estoy segura—Susurré, pero mis pies actuaron por sí solos, avancé a un paso torpe y quedé de pie a su lado.

Él me seguía observando, y yo lo observaba de vuelta a él, acomodó sus gafas con dos dedos en el puente de la nariz y se relamió los labios por un segundo, no pude apartarle la mirada por más que lo intentara, sus mechones oscuros y desordenados caían por su frente reluciendo a los rayos del sol que entraban por una ventana cercana, tenía algunas pecas y transmitía tanta seguridad que me puso nerviosa.

—Tampoco te estoy pidiendo matrimonio, chica—Dijo, con sarcasmo y lo escuché reír, sacudí la cabeza y mire la pantalla pixeleada.

—Te mandaría al diablo si lo hicieras.

—¿Jugaremos entonces?—Pregunto, insistente, y por el rabillo del ojo me di cuenta que estaba viéndome con esa amplia sonrisa.

—Debo volver a casa antes del toque de queda, tengo suficiente tiempo para una partida—Respondí, y juraría que vi sus ojos brillando de emoción. Se acomodó a mi lado. Muy cercano.

Entonces mis ojos se clavaron en la pantalla, era pequeña y los píxeles eran demasiado coloridos para mí vista, mis dedos comenzaron a actuar bajo las instrucciones que transmitía mi cerebro, apretando un botón y otro con rapidez, escuché algunas veces que Richie gruñía en voz baja, luego reía, chasqueaba la lengua y suspiraba. Hasta que un sonido me aturdió por algunos segundos.

La pantalla estaba de un color amarillo brillante y con letras grandes de color blanco bordeadas con azul metálico expresaba: ¡Fin del juego! Entonces comprendí que Richie había ganado y yo—por cuarta vez—había perdido.

—No eres muy buena en esto—Dijo, con una sonrisa llena de diversión y recargo las manos sobre la máquina.

—Esperaba que me lo dijeras—Contesté yo, con un ligero toque de sarcasmo y nuevamente, lo oí reír. En ese punto creí que reconocería su risa aún estando bastante lejos.

Lazarus cierra en diez minutos—Sonrió con timidez, algo bastante raro en una persona hiperactiva como él—¿Quieres ir por un helado o algo así?

—Solo tengo diez centavos—Respondí, girándome para verlo de frente y le mostré los centavos en mi mano, él rió y sacudió la cabeza.

—¡Qué va, chica!—Rió—Yo te lo invito.

—¿Es esto alguna especie de cita o algo así?—Pregunte, con los ojos entrecerrados y el ceño ligeramente fruncido, pero la cara pálida de Richie enrojeció con rapidez.

—Bueno, no exactamente—Se rascó la nuca—Yo lo decía como... Bueno, no lo sé. Tómalo como quieras.

—Lo tomaré como una salida de buenos amigos, Tozier.

¡Helados apocalípticos, vaya suerte!
Me senté en una de las bancas que había en aquel parquecillo cercano a la carretera, que quedaba a poca distancia de mi propia casa. Richie se plasmó a mi lado y oímos el carrito de los helados yéndose por la calle contraria.

—¿Qué sabor has pedido?—Me pregunto, acomodando sus gafas que resbalaban por el puente de su nariz, entonces giró a verme y una gota de su helado de vainilla resbaló hasta sus manos.

—Tal vez frambuesa o coco, Richie—Contesté, y le di una lamida a mi helado de chocolate, intentando recalcar mi sarcasmo.

—Vaya, lo he captado, chica—Recalcó, con una risa ligera y un tono de voz diferente, que claramente le hacía falta mejorar—Me gusta esto.

—¿El helado?

—No—Me miró—Salir a tomar un helado, o a jugar Street Fighter, hasta a lanzar piedras al agua, cualquier mierda. Pero me gusta estar con una chica.

—¿A cuántas chicas has invitado ya a tomar un helado?—Cuestione, sin poder evitarlo y gire a verlo, nuestros ojos se encontraron y lo vi.

Más que esa pizca de buen humor que Richie solía tener, también había sentimientos, un sentimiento profundo y bello que yo conocía perfectamente: era amor. El mismo amor que yo sentía por Víctor Criss, y pensé en él, pero también pensé en quién era la persona a quién Richie amaba, ¿sería una chica? Desde que los conocí—hacía poco—creí que le gustaba el chico del inhalador.

—A una—Dijo con tranquilidad, su voz me sacó de mis pensamientos y me hizo sacudir la cabeza—o sea, solo a ti.

Nos quedamos viendo fijamente, escuché el latir de su corazón, podía verlo de una forma tan clara y una sensación extraña apareció en mi estómago, haciéndome estremecer, el ambiente que nos rodeaba se había vuelto tan cálido y acogedor que me recordaba a la sensación que uno sentía cuando llegaba a casa después de un largo día de escuela. Y sentía tanta comodidad que no podía evitar pensar que, de alguna forma, lo había encontrado. ¿Pero a qué? No lo sabía. No sabía que era exactamente lo que había encontrado, pero sabía, en el rincón más profundo de mi corazón, que mi vida no sería la misma de ahora en adelante.

Papalote《𝓡. 𝓣》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora