Capítulo diecinueve

11 2 0
                                    

AT HOME 1958

De no haber sido por los gritos en el piso de abajo, habría dormido hasta el medio día. A este paso ya me había acostumbrado a las constantes discusiones, se habían vuelto «rutinarias» por así decirlo. Me deslice con fatiga por la escalera en pasos apaciguados, y sin mirar en dirección a la sala, me metí directamente a la cocina.

Henry estaba de pie con los brazos recargados sobre el mostrador de la cocina, con la mirada perdida y comiendo un plato de cereales Cheerios, masticaba con lentitud, de manera muy sutil, como si tratara de prolongar el desayuno, o como si intentara ignorar los gritos en la habitación continua, apagándolos con el sabor de los Cheerios en su boca. Me lanzó una fugaz mirada que me envió un escalofrío por la columna, pero no hizo nada más.

Sin embargo, me quedé ahí, de pie como un guardia observándolo comer, entonces él volvió a mirarme, ahora por más tiempo, y me dijo:

—¿Qué demonios me estás viendo?

Mi boca se abrió por sí sola, realmente no estaba pensando con claridad, mi atención se dividía entre los gritos provenientes de la sala y el rostro neutro de Henry—y la cicatriz en su frente, probablemente, de la pelea a pedradas de hacía unos meses—que me miraba como si fuera una intrusa en su casa, y no lo juzgaba, yo también me sentía como una.

—Nada.

Mantuvimos el contacto visual por algunos segundos, lo que volvía el ambiente más incómodo, hasta que Henry decidió apartar la mirada y devolverla hacia su plato de cereales. Lo mire unos segundos más hasta que imite su acción y me gire a ver las fotografías en la pared; un niño de rostro pálido y delgado, con ojos claros que parecían llenos de tristeza, incluso a una edad temprana. Era calvo.

—Deja de ver eso—dijo Henry, apretando los dientes como en la foto, quizá por molestia, o quizá por vergüenza.

Me hubiera gustado reírme de él—si hubiera más confianza—pero el ambiente era tan tenso que cualquier palabra que saliera de mi boca podría hacerlo explotar. Así que, con la cabeza gacha, pase por su lado sintiendo la energía tensa que emanaba, ignorando la ira que contenía y—en secreto—las ganas que tenía de llorar.

Tome un plato de color verde y le vertí leche, cuando localicé la caja de cereales sobre la estantería más alta comprendí que Henry lo había hecho para molestarme. Estire mi brazo lo más que pude, intentando alcanzarla, sentí la punta de mis dedos rozar la madera del mueble.

Entonces oí una risa ahogada detrás mío. Y cuando me gire, Henry miraba su plato con una ligera sonrisa burlona.

—¿De qué te ríes?—pregunte, aún con la mano estirada. El ambiente estaba bastante cargado.

—De ti—contestó sin preámbulos—. Eres bastante baja para tu edad, ¿no?

—Sería más prudente que me ayudaras—contesté, cruzando los brazos y unos segundos más tarde me di cuenta que ya no se oían los gritos, pero Henry parecía no haberlo notado.

—¿Por qué lo haría?—dijo, con un toque de burla, pero también de molestia, mirándome fijamente.

—Porque eres más alto.

—No estoy aquí para resolver tus problemas—aulló, apretando más los dientes y comprendí que se estaba enojando. Pero, ¿yo qué culpa tenía?

—No, pero podrías ayudarme de vez en cuando, no me vendría nada mal—dije yo.

—Trae un banco si no alcanzas los cereales, zorra piernas cortas.

Me ofendí tanto que estuve apunto de gritarle, pero, como si no fuera suficiente, la tensión aumentó cuando Butch entró a la cocina con un aspecto desaliñado y furioso. Su mirada fría pasó de Henry a mi, y viceversa.

Papalote《𝓡. 𝓣》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora