Capítulo diecisiete

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PLEASE LET THIS BE A DAMN JOKE 1958

Eran casi las cinco, los rayos de sol resplandecían a su máxima potencia y resbalaban sobre mi rostro, sonreí y apoye mis brazos sobre mis rodillas, acomodándome en la roca en la que estaba sentada, oyendo los chistes que Richie me contaba.

Observé por un segundo a los demás; Beverly y Bill hablando en voz baja al otro lado del grupo, Eddie apoyado en un árbol junto a Ben, escuchando nuestra charla mientras reían. Mike, por otro lado, estaba sentado sobre otra de las piedras, escuchando también. Después de un mal chiste de Richie—que me hizo destornillarme de la risa—le pase un brazo por los hombros con una amplia sonrisa en mis labios.

—¿Ven a este chico?—dije, apuntando a Richie con un dedo—¡es mi colega de bobadas!

—Si, y ella es mi cómplice de locuras—contestó Richie, con una sonrisa, pasó su brazo por mi cintura como un gesto amistoso y se rio.

—Tal vez quedaría mejor el dúo de chistes—comenté, con una mano en mi barbilla, pensativa.

—¡Por supuesto!—dijo, apretándome más junto a él—dos genios del humor formando un dúo mortal que deja a la competencia sin oportunidad.

Me reí, seguida de oír a Bill, Beverly, Ben y Eddie soltar unas cuantas risas, mientras Mike sonreía.

—Realmente están hechos el uno para el otro—dijo Mike, como mero comentario.

Una oleada de risas contagiosas inundó el lugar por algunos minutos, hasta que dicha infección fue disminuyendo poco a poco y al cabo de segundos ya estábamos jadeando por recuperar el aire, con dolor de estómago. Me separé de Richie y les sonreí con dolor por la risa.

—Chicos, debo volver a casa.

Bill observo su muñeca para ver la hora, seguido de lanzar una fugaz mirada al cielo, aún había mucha luz, pero el atardecer se aproximaba.

—E-Está b-bien, es t-tarde. V-Vete m-mientras aún hay lu-luz—dijo, sonriéndome ligeramente.

Cuando me separé de Richie, los observé detenidamente, todos se veían felices. Les dediqué una sonrisa y me despedí con un ademán en la mano, comenzando mi recorrido por la carretera de vuelta a casa. El clima estaba perfecto para dar un paseo, tal vez para darse un chapuzón en una piscina o comer una paleta de hielo. Camine tranquilamente pensando en que cenaría, y al cabo de unos minutos empecé a silbar.

Cuando llegue a mi casa pasaban las cinco y quince, había un silencio absoluto cuando observé la construcción y no hubo una respuesta al instante cuando anuncié mi llegada.

—¡Estoy arriba, cariño! En mi habitación—dijo mi madre, desde el piso de arriba. Subí con rapidez.

Alce una ceja cuando al pararme en el marco de la puerta noté su atuendo: un espectacular vestido negro que resaltaba su cintura, se encontraba arreglándose el cabello.

—¿Saldrás?

—Si, voy a salir—se giró a mi, aún con el cepillo en el cabello—. Es viernes, ya sabes.

—Genial, te espero para cenar—respondí, con una ligera sonrisa y después me dirigí a mi habitación, pero apenas entrar noté el vestido rosado recién planchado en mi cama—Mamá... ¿y esto?

Escuché su suspiro, de un momento a otro ya estaba detrás mío, con una sonrisa traviesa y las manos en las caderas.

—No, no vas a esperarme. También vas a salir.

—¿qué?—dije, mirándola fijamente.

—Si, vas a salir—dijo, acercándose a la cama y tomando el vestido para examinarlo, asegurándose de que no tuviera arrugas—Te arreglarás y te pondrás el vestido. Vamos.

Papalote《𝓡. 𝓣》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora