Capítulo veintiuno

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LILY ' S  POV
Recuerdo haber abierto los ojos, en medio de una oscuridad tenebrosa, la atmósfera del lugar desconocido era húmeda y opresiva, aunque no había sufrimiento, se sentía como el infierno. Y entonces me pregunté: Oh, Dios, ¿acabo de morir? Mis pies estaban estancados, como si me hubiera sumergido en las arenas movedizas de las películas que ponían los viernes en el Aladdin, pero solo era agua estancada y barro, en mis oídos rezumbaron ecos lejanos que parecían susurros, como si el mismo lugar guardara secretos oscuros.

Mis ojos recorrieron la luz tenue—casi oscuridad completa—de resplandor verde y azulado que emanaban las paredes, inconscientemente hice una mueca cuando capté el moho y las raíces insertadas. Cuando no sentí la frialdad del agua, me di cuenta que estaba soñando.

—No es un sueño, hija—había dicho una voz suave, profunda. Era como si viniera de todas partes, y al mismo tiempo, desde el interior de mi cabeza—o tal vez lo sea, para ti. Porque eres una humana, oh, los humanos son tan tontos... ¿también eres tonta?

—¿Quién eres?—pregunté, aunque mis labios no se movieron, al menos no lo sentí.

—Muchos me ven como el equilibrio y la creación, otros me ven como un guía, pocos como un sol. Pero en su mayoría, me llaman la tortuga.

—¿La tortuga?

—Sí, la tortuga.

Una luz casi etérea apareció en el medio de la ingenua oscuridad, como si fuera un portal de otro mundo, una figura gigantesca y confusa apareció: una tortuga. Tenía un brillo alrededor, era lo único que brindaba un poco de oscuridad al lugar. A medida que se acercaba la veía con más claridad, veía su caparazón desgastado y sus ojos profundos, reflejaban sabiduría antigua. Nunca había visto a una persona así, quizá porque no era una persona, pero tampoco lo veía como un animal. Pero si no era ninguno de los dos, ¿qué era?

Era la primera vez que, a pesar de haber visto múltiples veces esos sentimientos, los veía realmente. Su rostro cálido y tranquilizador, con un sinfín de emociones que me parecían gigantescas, inexplicables, había una gravedad. Como esa gravedad que percibes cuando sabes que el tiempo se agota, pero que aveces ni siquiera te das cuenta que la percibes.

—¿Eres un dios?

—No, hija, no me considero un dios—me contestó, y noté que se avecinaba a mi dirección, a pasos lentos, pero seguros, como decía mi madre. Me di cuenta que hasta ese momento había pensado en mi madre—pero si me lo preguntas, si me considero un creador.

—¿Por qué?—cuestione, mirándola fijamente.

No sabía cómo, pero me transmitía una calma momentánea en medio del caos. Pero entonces, la respuesta llegó a mi mente tan rápido como había surgido la pregunta.

—¿Tú creaste el universo?

—No puedes culparme, me dolía bastante el estómago y tenía ganas de vomitar.

—...¿El universo es tu propio vómito?

—Paz, hija—contestó repentinamente, me di cuenta que era él quien hablaba, que su voz estaba en una sola dirección, y no en mi cabeza ni en todos lados a la vez—tengo que advertirte de algo.

—¿De que?

—Tu lo ves, ¿no?—dijo—ves lo que los demás no pueden. Ves a las personas, más que en su forma física, también puedes ver su alma, su interior, su corazón. Puedes verlo a Eso, ¿no? Y Eso sabe que lo ves, ¿no?

Papalote《𝓡. 𝓣》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora