Capítulo nueve

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EIGHT, LUCKY NUMBER 1958

Me senté a los pies de mi cama observando el marco pequeño con la fotografía entre mis manos, observé a aquel hombre con ojos azules y cabello castaño, no era cualquier hombre. Era Thomas Everett, mi padre. Una lágrima resbaló inevitablemente por mi mejilla y fue a dar con el marco que resguardaba la foto, donde aparecía mi padre junto a mi, un año antes de mudarnos a Derry.

«Te extraño, papá—dije mentalmente—no sabes cuánto.

Agache la cabeza, llevé el marco hasta mi pecho y lo dejé ahí esperando que sintiera el latir de mi corazón, como una forma de abrazarlo esperando que, en algún momento, dejara de ser un marco y se convirtiera en mi padre. Pero nunca sucedió.

Tuve que soltarlo y esconderlo debajo de mi cama cuando escuché pasos retumbando por el suelo de madera vieja del segundo piso en dirección a mi habitación, mi madre había borrado cualquier rastro que quedara de mi padre durante los últimos días, y apenas viera esa foto entre mis manos se volvería—más—loca. Me limpie la lágrima y me recosté sobre la cama, tomando uno de los libros de texto de la escuela fingiendo leerlo.

—Lily—Dijo mi madre, abriendo la puerta y asomándose a la habitación, con una mano sobre la cintura y otra en el cerrojo, me miró—¿Qué estás haciendo?

—Leo, mamá—Contesté, con una ligera sonrisa forzada y apreté el libro entre mis manos. Entonces noté que me miraba como si no me creyera.

—Como sea—Suspiro—Debo ir al trabajo.

—¿Al trabajo?—Dije, sentándome sobre la cama y recargando mi espalda sobre la cabecera, todavía con el libro entre mis manos—Pero mamá, tu turno terminó.

—Bueno, no te pensarás que con esa miseria de sueldo me alcanzará para mantener los gastos de este lugar, ¿o si? Haré horas extras—Contestó entre dientes y su mano apretó ligeramente el cerrojo. Ya no la podía ver.

Podía verla, pero no de la misma forma que siempre. Ya no se veía tan cansada, tampoco tan enojada, las emociones negativas en ella habían desaparecido y sido sustituidas por algo más suave, más positivo, más... dulce.

—¿Te sientes bien, mamá?—Pregunte, todavía mirándola fijamente.

—¿Por qué me lo preguntas, Lily?—Dijo, su mano volvió a apretar el cerrojo y una capa de nerviosismo apareció en ella.

—Por nada—Contesté rápidamente y la vi alzar las cejas—Que te vaya bien.

Y entonces se dio la vuelta, pero antes de cerrar la puerta y salir por completo, giró a verme, su mirada se encontró con la mía y me miró como si yo fuera una estúpida.

—Tienes ese libro al revés.

Eso no vive en Derry. Eso es Derry.
Una vez que mamá se fue baje las escaleras apresuradamente, todavía poniéndome los zapatos y pasándome una mano por el cabello, acomode los tirantes de mi blusa primaveral desteñida a rayas rojas y oí el rechinar del suelo cuando llegué al último escalón, entonces lo bajé de un brinco.

Antes de abrir la puerta algo llamó mi atención, sobre uno de los muebles había una credencial, no era de nadie más que de mi madre. Pero no era cualquier credencial, era la credencial de su trabajo. Me acerqué y la tomé entre mis manos, analizándola. No era tan tonta para saber que le prohibirían el acceso a su turno si no llevaba esa credencial, pero mi madre tampoco era tonta, ella no olvidaba sus cosas. Pero si no había ido a su trabajo, ¿a donde había ido?

Guarde la tarjeta en el bolsillo trasero de mis vaqueros y luego salí de casa, me reuniría con los chicos en casa de Bill, pero antes iría a Heartland Roastery, la cafetería donde trabajaba mi madre y donde—si era cierto lo que dijo—debería estar en ese momento.

Papalote《𝓡. 𝓣》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora