capítulo 20

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La relación con su madre siempre había sido algo agridulce desde que Regina era una niña. Cora sabía que su hija no era igual que otros niños. Regina se comportaba de manera diferente, a menudo se aislaba y tenía dificultades para comunicarse con otros niños. Preocupada, Cora decidió llevarla a un centro infantil para niños con discapacidades físicas y mentales, buscando respuestas y ayuda. 

Recuerda con claridad el día en que visitaron el centro. Regina tenía alrededor de siete años y no entendía por qué estaban allí. Los colores vivos de las paredes y las risas de los niños resonaban en sus oídos, pero ella solo sentía confusión y un poco de miedo. 

"¿Por qué estamos aquí, mamá?" - preguntó Regina con voz temblorosa. 

Cora, con su habitual severidad, intentó explicar. 

"Quiero que conozcas a otros niños . Quizás aquí podamos encontrar una manera de ayudarte a mejorar, Regina."  

La relación con su madre siempre había sido algo agridulce desde que Regina era una niña. Cora sabía que su hija no era igual que otros niños. Regina se comportaba de manera diferente, a menudo se aislaba y tenía dificultades para comunicarse con otros niños. Preocupada, Cora decidió llevarla a un centro infantil para niños con discapacidades físicas y mentales, buscando respuestas y ayuda. 

  

Regina no entendía del todo lo que su madre quería decir. Sentía que había algo mal en ella, pero no sabía qué. Durante la visita, observaron a los niños en sus diferentes actividades: algunos dibujaban, otros jugaban con bloques, y unos pocos recibían terapia ocupacional. Regina se sintió fuera de lugar, como si estuviera siendo juzgada por algo que no comprendía. 

  

Cora conversó con los terapeutas y médicos del centro, hablando sobre hacerles diferentes pruebas para darle un seguimiento. Regina solo recordaba esperar sentada fuera de las oficinas mientras su madre estaba adentro. Las paredes del centro estaban llenas de dibujos coloridos y carteles con mensajes de ánimo, pero a Regina le parecían ajenos y lejanos. 

  

Después de aquella visita, Cora insistió en que Regina asistiera a varias sesiones en el centro. Aunque algunas técnicas ayudaron, Regina siempre sintió que su madre nunca la aceptó completamente por quien era. A lo largo de los años, esa experiencia se convirtió en un recuerdo constante de que debía esforzarse más para complacer a su madre y ser "normal". Regina participaba en terapias de juego, ejercicios de socialización y sesiones con psicólogos que trataban de entender su mundo interior. 

  

Según el médico, Regina era solo una niña tímida e introvertida, con algunas preocupaciones sobre su comportamiento, como hablar sola en su habitación o los frecuentes movimientos de sus manos de forma aleatoria. “Podría ser la falta de amigos. Todos los niños tienen un amigo imaginario,” dijo el hombre con bata blanca. La miró y le sonrió. “No hay de qué preocuparse.” 

  

A medida que Regina crecía, se dio cuenta de algo... el tonto se equivocó. Sus comportamientos y peculiaridades no desaparecieron; más bien, se intensificaron con el estrés y las expectativas de la vida escolar. Regina se volvió experta en esconder sus ansiedades y sus hábitos, temiendo el juicio de su madre y de sus compañeros. 

  

Esa sensación de no ser suficiente acompañó a Regina hasta la adolescencia, donde finalmente encontró un pequeño respiro en la amistad inesperada con Emma Swan. Aunque su madre nunca entendió por qué Regina necesitaba esa amistad, para Regina, Emma representaba la aceptación que tanto anhelaba. Emma no la juzgaba por sus rarezas, al contrario, las encontraba fascinantes y únicas. Con Emma, Regina podía ser ella misma, sin máscaras ni pretenciones.

A veces sólo debemos seguir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora