capítulo 26

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Regina llegó a casa agotada. El mal rato que había pasado definitivamente le estaba pasando factura; aún sentía el hormigueo en su brazo por el fuerte agarre de Dylan. Al bajarse del autobús, sabía que todavía tenía que caminar una cuadra hasta llegar a su casa, pero apenas puso un pie en la acera, su estómago se revolvió y vomitó. Tosió, sintiendo el ardor del líquido ácido en su garganta. El pecho le oprimía, y le costaba respirar debido al sofoco del momento. Tenía que calmarse, al menos lo suficiente para poder llegar a casa.

Al llegar a casa, Regina se apoyó contra la puerta un momento antes de abrirla. Todo su cuerpo temblaba, no solo por el cansancio físico, sino por la tensión acumulada. Sentía el brazo entumecido y la mente agotada. Sabía que tarde o temprano tendría que hablar con alguien sobre lo ocurrido, pero por ahora, solo quería encerrarse en su habitación y dejar que el mundo desapareciera por unas horas.

Pudo escuchar a su madre en la sala, así que procuró no hacer mucho ruido.

—¿Regina? ¿Cómo te fue?

Guardó silencio un momento para recomponerse. No tenía ánimos de hablar con su madre ni con nadie. Respiró hondo y procuró que su voz sonara tranquila.

—Hola, madre —dijo desde el pasillo—. Me fue bien, solo estoy cansada. Estaré en mi habitación un rato.

—Está bien, cariño. Te llamaré para cenar.

—No es necesario, madre —le respondió mientras subía las escaleras—, no tengo hambre.

—Pero, Regina...

Siguió caminando sin detenerse hasta llegar a la puerta de su habitación. Podía escuchar el ruido de la televisión en el cuarto de su sobrina. Entró lo más silenciosa posible y, al cerrar la puerta tras de sí, apoyó su frente contra ella. La habitación estaba a oscuras y en silencio, pero pronto el llanto rompió esa calma. Un sollozo escapó de su garganta, y de repente, todo el dolor que había estado conteniendo se desbordó. Se sentía horrible, física y mentalmente. Aún podía sentir la respiración del hombre en su rostro y el calor de su cuerpo. Se quitó el blazer y lo dejó caer al suelo, sintiendo el peso de todo lo ocurrido sobre ella.

Regina se dejó caer lentamente sobre la cama, abrazándose a sí misma mientras intentaba calmar los sollozos que seguían saliendo de su pecho. El peso del día, del encuentro con el señor Green y el asfixiante miedo que sintió en ese momento, la golpeaban con fuerza. Cerró los ojos con la esperanza de alejar las imágenes que se repetían en su mente, pero no podía borrar el agarre en su brazo ni la mirada furiosa del hombre que la había enfrentado.

Se sentía vulnerable, algo que odiaba profundamente. Había trabajado tanto para ser la mujer fuerte y controlada que todos conocían, y ahora, todo ese esfuerzo parecía desmoronarse en cuestión de minutos.

Intentó regular su respiración, pero su mano se posó en su brazo lastimado, donde aún sentía ese molesto cosquilleo. Comenzó a rascarse, primero despacio, pero la incomodidad aumentaba a medida que el recuerdo del toque invasivo volvía a su mente. Rascarse no era suficiente, y pronto el ardor en su piel se hizo más intenso. Sin poder detenerse, se rascaba más y más fuerte, dejando marcas rojas en su brazo.

El cosquilleo se extendió hasta la parte de atrás de su cuello, haciéndola sentir atrapada en su propio cuerpo. Quería gritar, pero la presión en su garganta solo aumentaba. Desesperada, comenzó a desvestirse, arrancando la ropa de su cuerpo, hasta quedar en ropa interior, de pie en medio de la habitación. Su respiración estaba agitada, su pecho subía y bajaba rápidamente, mientras intentaba calmar la tormenta que se desataba en su interior.

A veces sólo debemos seguir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora