Guardianes zodiacales es una saga de fantasía que explora el mundo real en la transición a la verdad sobre el origen del universo y la magia. En esta primera parte, conocemos 12 protagonistas que representan cada uno a su signo zodiacal y quienes ha...
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VIVIENDO PARA SERVIR.
"La verdadera medida de un hombre no se encuentra en cómo se comporta en momentos de comodidad y conveniencia, sino en cómo se mantiene en tiempos de desafío y controversia."
- Martin Luther King Jr.
En el idílico rincón de Yarralumla, el amanecer se desplegaba con la cálida paleta de colores que solo el sol australiano podía pintar. Los rayos dorados se filtraban suavemente a través de las cortinas, acariciando la tez de Emily y despertándola para enfrentar un día que prometía aventuras y desafíos. La habitación de Emily era un refugio para su espíritu soñador, adornada con motivos naturales que reflejaban su profundo amor por la vida silvestre. Las suaves tonalidades de verdes y azules dominaban el espacio, y las plantas colgantes en macetas tejidas a mano le daban a la habitación un aire de serenidad y conexión con la naturaleza.
Emily, una joven de 16 años, se distinguía por su creatividad y su imaginación sin límites. Sus pensamientos fluían con una profundidad única, a menudo sumergiéndola en mundos interiores donde las conexiones espirituales y emocionales eran su refugio. Pero, al mismo tiempo, esa sensibilidad a veces la hacía evasiva ante la realidad, prefiriendo escapar a esos reinos internos donde todo parecía tener un orden y una belleza perfecta.
—Hoy podría ser un buen día para explorar más allá de lo visible... —pensó mientras se desperezaba, disfrutando del calor del sol en su rostro.
Desde que Emily tenía tres años, sus padres la habían llevado por primera vez al Acuario Nacional de Australia, un lugar mágico donde el mundo submarino cobraba vida en una sinfonía de colores y formas. La impresionante estructura de cristal parecía abrir un portal a un reino oculto bajo las aguas. Emily, con sus cabellos castaños y ojos avellana llenos de curiosidad, quedó maravillada ante la vista de los peces exóticos que danzaban entre los corales y las criaturas marinas que parecían de otro mundo. Sus pequeñas manos, ansiosas por tocar las frías superficies de los tanques, se extendieron hacia los peces, como si su toque pudiera romper la barrera entre los mundos. Aunque las ventanas de cristal la separaban de las profundidades del océano, su corazón y su mente parecían haberse sumergido en esas aguas azules.
Desde ese primer momento, Emily sintió una conexión especial con los animales marinos, como si pudiera comunicarse con ellos de una manera que iba más allá de las palabras. Tenía la sensación de que esos seres la entendían, y ella a ellos, en un nivel profundo y casi místico. Sus padres, al notar esta conexión, la alentaron a explorar su amor por la naturaleza y la vida marina.
Las visitas al acuario se convirtieron en una tradición familiar. Con los años, Emily se volvió una apasionada observadora de la vida marina, pasando horas frente a los tanques, siguiendo con los ojos a los peces tropicales de vivos colores y los elegantes tiburones que parecían desafiar la gravedad. Cada criatura del acuario tenía su propia historia, su propio mundo submarino, y Emily se sentía atraída por cada detalle. Sus padres, conscientes de la sensibilidad y el sueño que dominaban a su hija, la alentaron a profundizar en su pasión. Le regalaron libros sobre la vida marina y la inscribieron en clases de buceo, permitiéndole explorar más allá de los límites de los tanques de cristal. Cada inmersión en el océano era una aventura en un mundo mágico y desconocido, donde Emily podía sentir la vida acuática que la rodeaba y ser parte de ella.