Capítulo 5

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- ¡Señorita Kikyo! ¡Señorita Kikyo! - se despertó al oír repetidas veces su nombre.

- ¿Qué ocurre? - se asomó.

¡¿Qué?!

Abrió sus ojos en señal de sorpresa al ver que todo el lugar se encontraba cubierto por cabellos.

- Señorita Kikyo - volvió a decir la mujer - Mi hija... no reacciona.

- ¿Tienes idea de lo que pudo haberle ocurrido?

- No... esta mañana fui a despertarla para que me ayudará con los cultivos y no despierta.

- Iré a verla de inmediato.

Regresó al interior de su casa, tomando su arco y sus flechas.

- ¿Hermana? - se sentó la niña, restregando sus ojos - ¿Qué ocurre?

- No es nada - sonrió - Sólo iré a a ayudar a la señora Mehisue - comenzó a caminar a la puerta - Kaede, por favor, no salgas de la casa - pronunció sin voltear a verla.

Parece que los cabellos no afectan a las personas.

Pensó, al mismo tiempo en que observaba como la señora atravesaba la telaraña sin problemas.

Llegaron a la pequeña casa y pudo observar a la jovencita tendida sobre el tatamis, sin embargo, se encontraba rodeada de cabellos.

- Quédese atrás - pronunció, al mismo tiempo en que empuñaba el arco, con la intención de disparar una flecha.

En ese momento, sintió un dolor punzante en su espalda.

- ¿Qué? - murmuró, mirando por sobre su hombro y percatarse de que la mujer le había clavado una cuchilla.

Sus ojos... está siendo manipulada.

Miró al frente y vio a la niña flotando.

- Yura... esto es obra tuya.

Mientras tanto, en la época feudal...

Abrió sus ojos lentamente.

- ¡KYAAAAAAA! - gritó, lanzándose contra la pared al ver los ojos del hanyo cerca de ella.

- ¡¿Qué te pasa?! - gritó él, quedando sentado contra el escritorio.

- ¡¿Qué que me pasa?! - se sentó - ¡Me asustaste!

- Ja - se enderezó, cruzando sus brazos - Tienes suerte de que no te desperté.

- Cómo sea - se estiró.

El híbrido tuvo que desviar la mirada, al percatarse de los que los erguidos pezones de la joven sobresalían por encima de aquella musculosa de seda.

- Debemos irnos - pronunció, mirando por la ventana.

- Lo siento - se puso de pie - Pero debo ir a la escuela.

- ¿Qué dices? Se supone que debemos regresar y ver como se encuentra Kikyo.

- Pues, regresa solo.

- ¿Crees que si no pudiera hacerlo, no lo habría echo? No hay nada más que desee que irme de este asqueroso lugar.

La joven lo miró molesta, al mismo tiempo en que tomaba su ropa y se dirigía al baño. El joven suspiró, volviendo a sentarse en su lugar.

- Buen día orejas de perro - dijo el niño, ingresando.

- ¿Desde cuándo tienes tanta confianza, mocoso?

- Desde que no me mataste con esas garras - sonrió.

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