Capítulo 5

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El Gran Salón de la Fortaleza Roja estaba vestido de gala, cada rincón brillaba con la opulencia de la corte. Altas columnas de mármol flanqueaban el espacio, y enormes estandartes colgaban de las paredes, ondeando ligeramente con la brisa que entraba por las ventanas abiertas. El techo se alzaba majestuosamente, haciendo que los invitados se sintieran pequeños bajo su inmensa presencia.

Las largas mesas de banquete estaban dispuestas en una formación en U, con el Trono de Hierro en el centro. La mesa principal estaba cubierta con un mantel de terciopelo escarlata, bordeado de hilo de oro, y sobre ella descansaban candelabros de plata que sostenían velas altas y delgadas. La luz de las velas iluminaba los rostros de los nobles reunidos, reflejándose en las copas de cristal finamente tallado que contenían vino dorado y tinto, traído de las mejores viñas de Dorne y el Rejo.

El aroma de los manjares flotaba en el aire, un festín digno de reyes: pavos asados, ciervos en salsa de ciruela, peces de los ríos del Dominio cocidos en finas hierbas, y dulces tan delicados como las flores de primavera. Los músicos tocaban en un rincón, sus melodías acompañaban suavemente el murmullo de las conversaciones. 

Mina entró en el salón con la cabeza alta, envuelta en un vestido de terciopelo carmesí con bordados dorados que resaltaba la intensidad de sus ojos. A su lado, caminaba Tyland Lannister, su esposo, un hombre de porte altivo con la melena dorada característica de su casa. Sus hombros anchos y su andar seguro reflejaban la confianza de alguien acostumbrado a moverse entre la nobleza. Mina y Tyland se desplazaron con gracia entre los invitados, intercambiando saludos y miradas de complicidad con aquellos que les eran favorables. Mina sabía que su posición, tanto como Lannister como Tyrell, le otorgaba un poder considerable, y lo usaba con la elegancia y la agudeza que le eran propias. Cuando llegaron a la mesa principal, Tyland inclinó la cabeza hacia el rey Viserys y la reina Alicent con una cortesía que escondía su calculadora astucia. Mina, por su parte, ofreció una elegante reverencia, sus labios curvados en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

Detrás de ellos, Gerald Tyrell hizo su entrada con una presencia imponente. Su capa de seda, bordada con rosas doradas, se balanceaba con cada paso. Anne caminaba junto a él, su mano apoyada en el brazo de su padre. A pesar de la determinación que había encontrado antes, Anne no pudo evitar sentir un nudo en la garganta al ver la magnitud de la escena ante ella. Su vestido violeta parecía pálido en comparación con los colores intensos que vestían las otras damas de la corte, pero su belleza radiante no pasaba desapercibida.

Gerald se detuvo un momento, sus ojos recorriendo el salón con la mirada aguda de alguien acostumbrado a medir el poder en cada gesto y cada palabra. Con un leve apretón en la mano de Anne, la guió hacia la mesa principal, donde se encontraban los puestos reservados para su familia. Aunque su rostro estaba serio, había un destello de orgullo en sus ojos al observar a su hija.

Al llegar a la mesa, Gerald inclinó la cabeza ante el rey y la reina, mostrando un respeto que era tanto diplomático como sincero. Anne hizo lo mismo, sintiendo las miradas sobre ella como si fueran pesadas capas adicionales de tela. La reina, con su cabello recogido en un elaborado peinado, les dedicó una sonrisa cortés, aunque su mirada era difícil de descifrar.

Mientras tomaban asiento, Anne pudo sentir el peso de la tarea que le había sido encomendada por su padre. A su lado, Mina le lanzó una mirada significativa, recordándole en silencio las palabras que habían compartido antes. La música continuaba, y el banquete comenzaba a desarrollarse, con risas y brindis resonando en el Gran Salón, pero para Anne, el verdadero desafío apenas comenzaba.

Mientras el banquete continuaba, con el sonido de risas y conversaciones llenando el Gran Salón, Gwayne Hightower se encontraba de pie cerca de una columna de mármol, observando el bullicio con una mezcla de aburrimiento y cálculo. Era un hombre alto, con una figura robusta y una postura que hablaba de su entrenamiento marcial. Su ropa, finamente labrada con el símbolo del Faro de su casa, mostraban tanto la riqueza de su familia como su estatus en la Corte. Los ojos de Gwayne recorrieron el salón, pasando por los nobles reunidos, los cortesanos vestidos en sus mejores galas, y los platos de comida que iban y venían. Su atención era distraída, hasta que algo la capturó con firmeza. Desde su posición elevada, sus ojos se posaron en Anne Tyrell, la muchacha que habia visto más temprano. La que había dejado caer el libro desde la ventana. 

La Conspiración de las Rosas [Gwayne Hightower X OC] [House Of The Dragon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora