Capítulo 20 (Parte II)

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Gwayne Hightower había dejado Desembarco del Rey tras un breve y tumultuoso periodo de su vida en la corte. La decisión de marcharse había sido impulsada por un deseo de alejarse de las intrigas  y la creciente presión de las expectativas familiares. Así, encontró refugio en Oldtown, una ciudad que era tanto un faro de conocimiento como un recordatorio constante de su linaje.

Los días de Gwayne en Oldtown transcurrieron con una rutina tranquila, alejada del bullicio y la opulencia de la capital. Su nuevo papel como guardián de su sobrino, el joven príncipe Daeron, le otorgó un sentido de propósito y responsabilidad. Daeron, un niño de seis años de ojos violetas y cabellos dorados, era un niño encantador, y Gwayne pronto se encontró disfrutando de su compañía. Pasaban largas horas juntos, explorando los pasillos del antiguo castillo de los Hightower, sus risas resonando en los altos muros de piedra.

A medida que los días se convertían en semanas, Gwayne se dedicaba a educar a Daeron, impartiéndole lecciones sobre historia y estrategia, así como sobre la nobleza y la responsabilidad que conllevaba su nombre. Se convirtió en un mentor y figura paternal, un papel que abrazó con una mezcla de amor y nostalgia. A menudo, se perdía en sus pensamientos, recordando a su hermana Alicent y su relación con su padre, Otto Hightower. A pesar de su cercanía familiar, sentía una creciente distancia entre ellos, acentuada por el silencio en el que se encontraba envuelto. Durante su estancia en Oldtown, jamás había recibido un cuervo de su padre, lo que alimentaba su inquietud y dudas sobre su lugar dentro de la familia.

Sin embargo, Alicent mantenía el contacto, enviándole cartas que a menudo estaban llenas de noticias sobre la corte y su familia. Aunque sus palabras eran cálidas, había en ellas una ausencia de lo que realmente necesitaba: la conexión con su padre. Gwayne a veces se preguntaba si Otto lo había olvidado o si, tal vez, había decidido que su hijo había sido un mero peón en sus planes. Las cartas de Alicent, aunque reconfortantes, no llenaban el vacío que había dejado la falta de comunicación de Otto.

Cada vez que Gwayne leía una de las cartas de su hermana, pensaba en Anne Tyrell. Años después de su marcha, su recuerdo aún permanecía vívido en su mente. Los días que había pasado en la corte, junto a ella, se repetían en su memoria como una melodía familiar. Anne había sido un rayo de luz en su vida, una chispa de alegría que había iluminado incluso sus momentos más oscuros. Las risas compartidas y los paseos por los jardines de la Fortaleza Roja se transformaban en dulces y amargos recuerdos, llenos de anhelos no cumplidos.

A medida que pasaba el tiempo, Gwayne buscaba maneras de hablar con Daeron sobre la nobleza, la responsabilidad y la importancia de los lazos familiares. A menudo, mientras jugaban en el jardín, se sentaban bajo la sombra de un gran roble y Gwayne aprovechaba para contarle historias sobre sus antepasados, sus gestas y hazañas, la historia de su casa y los valores que debían guiar su vida.

—Los Hightower son conocidos por su sabiduría y su fuerza, Daeron —le decía—pero...nunca olvides que también eres un príncipe. Debes aprender a escuchar y a cuidar de quienes te rodean.

Daeron lo miraba con admiración, sus ojos brillantes llenos de curiosidad.

—¿Y qué pasará cuando sea mayor, tío Gwayne?—preguntó el niño, su voz llena de entusiasmo.

—Cuando seas mayor —respondió Gwayne—deberás servir al reino desde cualquiera que sea tu lugar como príncipe Targaryen. Para ser un buen líder, debes ser un buen hombre primero.

Mientras pasaba los días con su sobrino, Gwayne sentía una mezcla de amor y añoranza. A pesar de la alegría que le proporcionaba cuidar de Daeron, siempre había un lugar en su corazón reservado para Anne. La distancia y el tiempo no habían borrado sus sentimientos; por el contrario, se habían intensificado. Se preguntaba si ella también había sentido la falta de su presencia, si su vida en Highgarden había estado marcada por su ausencia.

Un día, mientras paseaban por el puerto de Oldtown, Gwayne sintió la brisa marina en su rostro. Era un día despejado, y el sol brillaba intensamente sobre las aguas azules. Miró a su sobrino, quien intentaba atrapar a las gaviotas que volaban cerca, y una sonrisa se dibujó en su rostro.

—¿Tío? —dijo Daeron, interrumpiendo sus pensamientos—¿Te gustaría ir a Desembarco del Rey?

La pregunta le sorprendió. Gwayne había estado evitando pensar en la corte, en las intrigas y en la posibilidad de regresar. Pero al mirar a su sobrino, comprendió que su vida no podía estar completamente apartada de los Hightower y que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a su familia, a su padre y a los deseos de su corazón.

—Quizás algún día —respondió, con la voz entrecortada—Pero ahora, tenemos mucho que aprender y disfrutar aquí en Oldtown.

Al mirar a Daeron correr por el puerto, Gwayne sintió que sus responsabilidades como tío lo llevaban a replantearse su futuro. Sabía que debía ser un ejemplo para el niño, no solo en las lecciones de nobleza y honor, sino también en el amor y la conexión con las personas que realmente importaban en su vida. Anne era un recuerdo constante en su mente, y a pesar de la distancia, él mantenía la esperanza de que, de alguna manera, sus caminos se cruzarían de nuevo.

Y así, mientras Gwayne cuidaba de Daeron, cada día sentía que la vida en Oldtown le brindaba la oportunidad de redescubrirse a sí mismo, de encontrar su lugar en el mundo y de entender el verdadero significado del amor y la familia. La vida en Oldtown era un camino lleno de posibilidades, pero en lo profundo de su corazón, siempre habría un rincón reservado para Anne Tyrell, la mujer que había dejado una marca indeleble en su vida.

La Conspiración de las Rosas [Gwayne Hightower X OC] [House Of The Dragon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora