Capítulo 21

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Gwayne Hightower había pasado muchos años en la relativa tranquilidad de Oldtown, alejado del bullicio y las intrigas que impregnaban la corte de Desembarco del Rey. La ciudad de los Maestres, donde había vivido como tutor del joven príncipe Daeron, le ofrecía una paz que hacía tiempo no conocía.

El príncipe había crecido allí, lejos de su familia, en medio de los estudios y las lecciones que el Concilio Supremo de los Maestres proveía, y Gwayne había sido una presencia constante a su lado. Daeron, a sus dieciséis años, era un joven inteligente y serio, pero distante. A pesar de la relación cordial entre ambos, Gwayne sentía que el príncipe estaba siempre un paso más allá, como si su mente habitara en otro lugar, más allá de Oldtown y, sobre todo, lejos de Desembarco del Rey.

La rutina en Oldtown era estable y predecible. Gwayne, que había visto de todo en su tiempo en la Fortaleza Roja, valoraba esa monotonía. Sin embargo, la carta de su hermana Alicent, que llegó una mañana con el primer cuervo del día, rompió esa calma en un instante.

Cuando rompió el sello y leyó el contenido, Gwayne supo que su vida tranquila estaba a punto de cambiar. La letra fluida y firme de su hermana detallaba la razón de la carta: el quinto onomástico de los mellizos Jaehaerys y Jaehaera, los hijos de Aegon y Helaena. Una celebración importante, no solo por ser una ocasión familiar, sino porque el evento reuniría a muchas de las familias poderosas de Poniente. "Nos alegraría mucho que vinieras..." le decía Alicent en su carta, "...no solo por la importancia de la ocasión, sino porque la familia te echa de menos."

La lectura de esas palabras trajo un destello de nostalgia a Gwayne. La familia. A pesar de haber estado tan alejado durante tanto tiempo, no podía evitar sentir el tirón emocional que Desembarco del Rey siempre ejercía sobre él. La Fortaleza Roja era un lugar de recuerdos, buenos y malos. Pero más allá de todo, estaba su lealtad hacia su familia. Sabía que no podía rechazar la invitación.

Esa misma tarde, Gwayne fue a ver al príncipe Daeron, quien estaba inmerso en sus estudios. Lo encontró en la biblioteca de la ciudadela, rodeado de libros y pergaminos. Gwayne le explicó la situación y le ofreció la oportunidad de regresar con él a Desembarco del Rey, para estar junto a sus hermanos en la celebración. Sin embargo, Daeron fue directo en su respuesta.

—Les deseo lo mejor a Aegon y Helaena, y por supuesto a mis pequeños sobrinos, pero no siento ninguna necesidad de volver a la corte —dijo Daeron con voz serena, sin apartar la vista de los manuscritos que tenía frente a él—Mi lugar está aquí, tío.

Gwayne asintió, comprensivo. No era la primera vez que Daeron expresaba su desapego hacia la corte. Había crecido apartado de su familia, y aunque amaba a sus hermanos, no compartía el mismo entusiasmo por el juego de poder que caracterizaba la vida en Desembarco del Rey.

—Si esa es tu decisión —respondió Gwayne, con una ligera preocupación—la respetaré. Pero recuerda que algún día te reclamarán allí. No podrás permanecer  aquí para siempre.

Daeron le dedicó una leve sonrisa, una que reflejaba más resignación que desafío. 

—Lo sé. Pero aún no es ese día.

Con el asunto decidido, Gwayne comenzó los preparativos para su viaje de regreso. Mientras empacaba sus pertenencias y se despedía de los conocidos que había hecho durante su estadía en Oldtown, su mente vagaba a través de los recuerdos que había intentado enterrar. Sabía que volver a Desembarco del Rey implicaba enfrentarse a fantasmas del pasado, entre ellos uno que le había atormentado más que cualquier otro: Anne Tyrell. No había recibido ni una sola palabra sobre ella en todo ese tiempo. Su padre, Otto, nunca le había mencionado nada, lo cual no era sorpresa, dado el distanciamiento entre ambos. En cambio, Alicent, quien le escribía de vez en cuando, tampoco mencionaba a Anne. Era como si todo rastro de ella hubiera desaparecido. Pero Gwayne sabía que no podría evitar pensar en ella una vez pisara la capital.

El viaje fue largo, y con cada milla que recorría hacia el sur, su inquietud crecía. La Fortaleza Roja había sido su hogar un tiempo, pero en los últimos años, Oldtown le había ofrecido un refugio que temía perder al volver a las intrigas de la corte. Sin embargo, su sentido del deber le empujaba a continuar. Sabía que su lugar estaba con su familia, especialmente en una ocasión tan importante como el onomástico de los mellizos.

Cuando Gwayne Hightower llegó a la Fortaleza Roja después de diez largos años, una sensación de familiaridad lo invadió al recorrer los pasillos y patios que habían sido parte de su vida durante tantos años. El cielo estaba nublado aquella tarde, como si los dioses mismos le ofrecieran una bienvenida gris y melancólica. Las torres, las almenas y los jardines eran los mismos, y sin embargo, el lugar le parecía extraño. Había pasado tanto tiempo lejos que ahora la Fortaleza Roja le parecía una fortaleza de recuerdos, más que un simple hogar.

Mientras caminaba hacia los aposentos de su hermana, la reina Alicent, Gwayne pasó por un patio que conocía demasiado bien. Era el mismo patio donde había conocido a Anne Tyrell, hacía ya tantos años. Detuvo sus pasos y sus ojos se posaron en el ventanal alto que dominaba el lugar, aquel desde donde Anne había dejado caer su libro sin darse cuenta.

Recordaba con exactitud cada detalle de aquel momento. Gwayne apenas había llegado a la capital ese día y estaba en el patio, cuando el libro cayó, golpeando suavemente el suelo con un sonido sordo. Había sido un accidente sencillo, pero lo que ocurrió después le marcaría para siempre.

Él se había detenido, agachándose para recoger el volumen. Lo sostuvo en sus manos por un instante, observando las letras grabadas en la cubierta de cuero. Cuando levantó la vista, la vio a ella, asomada desde el ventanal, su expresión era una mezcla de vergüenza y ligera sorpresa.

De pie en ese mismo patio, años después, Gwayne sintió que el pasado volvía a envolverlo. No había una Anne al borde del ventanal, ni un libro cayendo al suelo, pero la memoria era tan vívida que casi podía sentir su presencia. Su corazón latía con más fuerza, como si estuviera en aquella primera reunión una vez más.

Se permitió cerrar los ojos un momento. ¿Qué había sido de ellos? ¿De ese joven que recogió el libro y esa muchacha que lo miró desde lo alto? El tiempo, con su crueldad silenciosa, había pasado para ambos, y aunque el destino los separó, Gwayne no podía evitar sentir que ese patio, esa escena, era un punto fijo en su vida. Un momento que nunca podría olvidar, sin importar cuántos años o distancias lo separaran de ella.

Apretó los puños un instante, como si el mero acto de tensar los dedos le ayudara a contener el torbellino de emociones que lo asaltaban. Incluso en la fría fortaleza de Oldtown, incluso cuando su deber hacia Daeron le ocupaba la mente y el cuerpo, ella había permanecido. No se trataba solo de recuerdos; era una constante, una presencia silenciosa que nunca lo abandonaba.

Gwayne miró hacia el ventanal una vez más antes de proseguir su camino. Había algo doloroso en estar tan cerca de un pasado que no podía recuperar, pero también algo tranquilizador. Si ese recuerdo seguía tan vivo, quizá su amor por Anne no había sido en vano. Quizá, en algún lugar de la vasta red de destinos, aún habría un espacio para ellos dos.

La Conspiración de las Rosas [Gwayne Hightower X OC] [House Of The Dragon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora