Capítulo 30

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Gwayne y Anne solo podían estar juntos en las noches, lejos de las miradas indiscretas que abundaban en la Fortaleza Roja. Habían encontrado refugio en una pequeña habitación en los niveles más bajos de la fortaleza, escondida entre los pasillos que los sirvientes recorrían de madrugada. Desde la ventana estrecha, apenas se distinguían las luces titilantes de la ciudad, y el suave eco de las olas del río llegaba hasta ellos.

El cuarto era sencillo, casi desprovisto de lujos. Un camastro pequeño que apenas podía contenerlos, una mesa de madera vieja, dos sillas desgastadas y una chimenea donde, algunas noches, lograban calentar la cena que Gwayne traía desde la cocina del castillo. No necesitaban más.

Al amanecer, Anne despertaba con el calor de su cuerpo cerca del suyo, su respiración calmada y profunda, y el aroma a sudor y piel le envolvía como una caricia. Era un perfume que la embriagaba, la calmaba y, al mismo tiempo, le recordaba la intensidad de lo que sentía por él.

Con Gwayne no había artificios, ni promesas vacías o juegos de poder. Lo amaba con una devoción que le resultaba natural, sin necesidad de ocultarlo ni de ajustarse a lo que otros esperaban de ella. Cada noche que compartían era una confirmación de ese amor, y cada toque de Gwayne era un recordatorio de que la deseaba tanto como ella a él. Los dos compartían algo más profundo que la mera lujuria: una conexión real, un sentimiento puro que había nacido entre secretos y conspiraciones, pero que no podía ser más genuino.

—Eres lo único que quiero, Gwayne—le susurraba Anne algunas noches, con su cabeza apoyada sobre el pecho de él.

Y Gwayne, con sus manos entrelazadas en el cabello de Anne, le respondía con la misma sencillez que había caracterizado siempre su relación:

—No dejaré que nadie nos separe.

Pero, mientras el día se acercaba, sabían que debían volver a la realidad, a los roles que la política y la familia les imponían. Por las mañanas, se separaban en silencio, con miradas que lo decían todo y promesas de volverse a ver. Sabían que su amor debía mantenerse oculto, que no podían desafiar abiertamente a aquellos que los rodeaban. Pero mientras tuvieran esas noches secretas, Anne y Gwayne no necesitaban nada más.

Una madrugada, mientras Edric volvía del burdel con pasos lentos y la mente embotada por el vino, vio una figura escabullirse en la penumbra de los pasillos de la Fortaleza Roja. Al enfocar la vista, reconoció a Anne, su hermana, caminando sigilosamente hacia los pisos inferiores. La observó desaparecer entre las sombras, demasiado sorprendido para reaccionar de inmediato. Aunque tuvo el impulso de seguirla, decidió no hacer nada en ese momento, el cansancio y la confusión lo superaban. Pero sabía que tendría que enfrentarla.

Al día siguiente, la luz del sol llenaba las salas de la fortaleza y Edric la encontró en uno de los corredores, ocupada con un libro en las manos, como si nada hubiera pasado la noche anterior. Sin embargo, él no podía ignorarlo. La confrontación era inevitable.

—Anne—la llamó, su voz grave, pero sin mostrar del todo la ira que había estado acumulando desde la noche anterior.

Ella levantó la mirada y al instante supo que su hermano había descubierto algo.

—Edric... —respondió con una voz tensa, pero manteniendo la calma.

—Anoche te vi —dijo sin rodeos, su mirada fija en la de ella—escabulléndote en la oscuridad, bajando hacia los pisos inferiores. ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Gwayne? —La acusación implícita en el nombre del caballero flotó entre los dos.

Anne no respondió de inmediato, pero no tenía caso mentir. Se mordió el labio y asintió lentamente, lo que confirmó las sospechas de Edric.

—Eso pensé —dijo con un suspiro pesado—Dioses, vaya par de estúpidos son los dos. Te pregunto directamente: ¿han estado juntos?

La Conspiración de las Rosas [Gwayne Hightower X OC] [House Of The Dragon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora