Capítulo 14: Frutos del pecado.

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Alexandra

Dos meses después.

Repase fugazmente Alexander mientras secaba el cabello.

Este hombre sin duda alguna es el sueño húmedo de cualquier mujer, cachonda.

Que suerte la mía. ¡Por Dios…!

La que nace con suerte ni que la sacundan.

Desde hace unos días hacia acá Alexander me parece el hombre más sexi que visto tres años hacía acá, y además, este hombre esta como para comérselo de pies a cabeza.

Y la suerte es que solo yo puedo tocar, besar e incluso chupar, del cuerpo de Alexander.

—¿Se te perdió algo, diablita?

Antes de responder mordí mi labio inferior. Y ante esto Alexander sonrió.

—Últimamente tienes el libido por las nubes, Alex.

—¿Ah, sí…?

—Sí. Y yo creo saber el motivo por el cual estas de esa forma.

—¿Cuál es el motivo, condenado exhibicionista?

Alex dejo de secarse el cabello para centrar si total atención en mí.

—Iluminame…

—Si no me equivoco creo que las noches de ferviente pasión que hemos protagonizado han dejado fruto en tu vientre.

Sí, como no.

—Alexander yo, tengo que confesarte algo muy importante…

Salvatierra asintío y posteriormente se acercó a mí.

Pero antes de poder hablar, la puerta de la habitación se abrió escandalosamente, y por ella observé entrar al mastodonte de Martín.

Hice una mueca de disgusto al ver al hombre ingresar a la habitación, y no dude en lanzarle una mirada fulminante.

—Alex, diabla… no se imaginan lo que los he extrañado.

—Por mí, te hubieras quedado en el ejercito.

—Oh, gracias diabla. Tú tan linda como siempre.

El tonto sonrió mostrando sus dientes, a lo que yo le mostré mi dedo corazón.

—Martin, deja de provocar a la fiera que ella lleva adentro, por tu bien te lo digo.

—¿Qué más crees que ella me pueda hacer?

—No te suena, concerté la boca. O sacarte los ojos y echarlos en ácido. Cuál prefieres de las dos.

Alexander enarcó una de sus cejas, luego de escuchar esas palabras.

—Deja de mirarme, Alexander porque para tí también tengo.

—Yo no he dicho nada, así que esa guerra no es conmigo.

—¿Cuándo dejaste de ser el gallo para convertirte en  gallina, Alexander?

—Lo hice cuándo la vi darte con la chancla, Martín.

El mencionado rodó sus ojos.

—En esa ocasión me agarró desprevenido pero, te prometo que ahora he regresado con ojos en la cabeza, si es posible, porque no dejaré que esta mini diablita perturbe mi paz mental.

—¿Mini diablita? -susurre y el mastodonte sonrió.

—Sí, mini diablita.

—Martín, no la hagas enojar…

¡Quiero una heredera! [#4 de la saga Heredero]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora