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Pip se encontraba en su habitación, mirando el techo, con un brazo enyesado y moretones que aún ardían bajo su ropa. Los días pasaban lentos, con una mezcla de dolor físico y un vacío emocional que se hacía cada vez más insoportable. Sabía que, en ese momento, estaba perdiendo semanas de clases, pero su cuerpo no le permitía moverse con normalidad, y su mente estaba demasiado nublada para siquiera pensar en regresar.

El único mensaje que había recibido desde su accidente fue de la coordinadora académica, recordándole la importancia del proyecto que aún tenía pendiente con Damián. Pip no podía evitar el nudo en su estómago cada vez que leía ese nombre. Aunque no quería saber nada de él, también sabía que su pase a la universidad dependía de ese maldito proyecto. Pero, ¿cómo trabajar con alguien que le había causado tanto daño?

Nadie acudía a su puerta preocupado por su bienestar, ni había voces que le preguntaran cómo estaba después del ataque de los bravucones. Su casa siempre estaba vacía y silenciosa, lo que lo hacía sentirse aún más vulnerable.

Aquella noche, las cosas se habían vuelto aún más extrañas con el demonio. Después de intercambiar pocas palabras, algo oscuro y retorcido se desató en Damián. Pip lo recordaba con una mezcla de asco y confusión: el beso violento, forzado, robado. Pip había intentado apartarse, pero Damián lo había sujetado con una intensidad que lo aterrorizó. Era solo otra manera más de humillarlo, de someterlo.

No sabía cómo interpretar lo que había pasado. ¿Era una forma más de Damián de demostrar su poder sobre él?

De repente, un fuerte golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Se tensó, su cuerpo reaccionó con miedo, pero sabía exactamente quién estaba al otro lado. No era la primera vez que Damián aparecía sin avisar.  Dudó en abrir, pero finalmente lo hizo. La puerta crujió, revelando a Damián de pie, su figura altiva y dominante, con esa expresión de superioridad que Pip conocía tan bien.

—Vaya, pensé que no me abrirías —dijo Damien, entrando sin esperar invitación. Su tono estaba cargado de esa arrogancia habitual, como si el mundo le perteneciera—. No pensé que estuvieras tan asustado de mí.

Pip lo miró en silencio, su corazón latiendo con fuerza en el pecho. Thorn cruzó los brazos, observando la habitación con desdén, como si no fuera lo suficientemente buena para alguien como él.

—No estoy asustado —murmuró, aunque ambos sabían que no era del todo cierto.

—Claro que lo estás —respondió Damián con una sonrisa burlona—. Pero te entiendo. Las cosas han estado... intensas entre nosotros.

Pip sintió que la rabia se encendía en su interior. ¿Cómo podía hablar de "intensidad" después de lo que había hecho? Se armó de valor para mirarlo directamente a los ojos.

—¿Qué quieres, Damien? Ya hiciste suficiente.

Lo miró de arriba abajo, sus ojos afilados como cuchillas. Dio un par de pasos hacia él, demasiado cerca, como si quisiera intimidarlo de nuevo. Luego, en un tono que mezclaba egocentrismo y una falsa preocupación, dijo:

—No es por el proyecto. Es que... me preocupa lo que te está pasando. —Su voz tenía un matiz de condescendencia, como si estuviera disfrutando de tener el control—. No quiero que pienses que lo que pasó fue algo que simplemente puedes ignorar.

lo miró, incrédulo. ¿Preocupación?  Las palabras de Damien estaban llenas de un veneno disfrazado de compasión, como si realmente le importara, cuando lo único que hacía era reafirmar su poder sobre él.

—No me vengas con eso —contestó Pip, su voz temblando, ya sea por la rabia o el miedo—. Lo que hiciste fue... lo que hiciste fue un juego . Y ahora pretendes que te importe. Sabes que no es así.

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