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Gogo

Había despertado a las ocho de la mañana, bastante temprano debe decir, tenía los párpados pegados y un dolor de cabeza insoportable. Se sentía pesado, cansado a pesar de haber dormido como un bebé, aspiro su nariz dándose cuenta de la picazón en esta.

Al incorporarse frotándose los ojos se miró a sí mismo, dándose cuenta que tenía una ropa que no es suya. Sus mejillas se pintaron de un color carmín, llevo una parte de la prenda a su nariz, aspirando la colonia de Yamikumo.

Era la misma que siempre. La camisa le quedaba muy grande, cosa que le avergonzó, jamás había visto bien a Yamikumo debajo de esos suéters de lana que usa. ¿De verdad era tan grande?

Suspiró, saliendo de la cama al escuchar los platos chocar en la sala.

Sintió un frío en sus piernas miro abajo, y se puso más rojo al ver que tenía unos shorts deportivos, ¿¡Acaso Yamikumo no tenía más ropa vieja!? Bueno, al menos le prestó.

No podía ser malagradecido por la amabilidad del pelinegro, así que, se trago la pena.

Camino con cuidado, observando curioso cada rincón de la casa hasta asomarse en el marco que daba a la sala y cocina. Casi se cae en sus propios pies al ver a Yamikumo, se tapo la boca volviéndose a esconder en la pared.

Sus corazón empezó a latir muy rápido, incluso empezó a temblar. De repente, hizo mucho calor, apretó sus párpados y trago duro para volver a mirar.

Yamikumo estaba sin camisa ¡Sin camisa!¡Sin nada!¡Tenía todo el torso desnudo! para el colmo solo tenía como pantalones unos chándal holgados y el cabello amarrado en una coleta.

Estaba cocinado dándole la espalda, de la cual se flexiona con a cada movimiento que hace. Gogo comenzó a sentirse mal por deleitarse con la espalda de Yamikumo, era esbelto y musculoso a la vez, una especie de combinación bien equilibrada.

Nada en su mente, solo la espalda de Yamikumo ¡Y también tenía pecas salteadas en ella! Además, sobre uno de sus hombros estaba su camisa, al parecer se le olvidó ponérsela.

Estaba tan hipnotizado que casi se le sale el corazón por la boca cuando Yamikumo giro para poner algo en el refrigerador, Gogo volvió a ocultarse. Tomo aire para calmar sus nervios, sus latidos, su cuerpo en general. Quería gritar y saltar a la vez.

—¿Yamikumo? —llamó, escuchando cosas chocar en la cocina. Había tomando desprevenido a Yami con ese llamado.

Cuando salió de su escondite con sus mejillas rojizas, apretando la camisa ajena hasta abajo. No quería verle los ojos, pero, tenía que hacerlo. Los levantó con cuidado hasta ver al pelinegro que ahora tenía su camisa puesta.

— B-buenos días, Gogo —dijo Yami, bastante nervioso se debe decir sobretodo al tener al cenizo mostrando su máxima ternura —¿Cómo amaneciste?¿Te sientes mejor?

Gogo asintió, un poco tímido, hubo un pequeño silencio en el ambiente antes de que Yamikumo volviera a la cocina, colocando un plato en el menso de la cocina.

—Lo hice para tí, espero que te guste —le dijo, rascándose la nuca con un rubor en sus mejillas pecosas.

—Gracias... —indicó, apenado se acercó al mesón. Sentándose en una de las sillas de madera—Eres muy amable... A pesar de lo que te hice.

—¿Eh?¿De que hablas? Ah... De eso.

— De verdad, discúlpame por causarte ese incómodo momento y besarte sin tu consentimiento.

Yamikumo abrió sus ojos al ver cómo Gogo había bajado su cabeza intentando ocultar con su cabello sus posibles lágrimas de impotencia, sobretodo, de sí mismo. Apretó sus puños, regañando se mentalmente de lo estúpido que es.

ENVIDIA - [Dekubaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora