Una Celda de Lujo

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Me desperté de nuevo, esta vez más consciente. Mi cabeza aún palpitaba, pero podía ver mejor el lugar en el que me encontraba. La habitación era grande, aunque estaba decorada con un lujo que no parecía pertenecer a la típica guarida de criminales. Sentí las manos atadas, pero el nudo ya no era tan apretado. A mi alrededor había varios hombres, pero mis ojos se posaron rápidamente en él, el mismo joven que me había secuestrado.

Estaba sentado al otro lado de la habitación, observándome con esos penetrantes ojos morados. Su cuerpo relajado contrastaba con la fuerza y poder que había demostrado antes. Llevaba puesto un traje negro ajustado, lo suficientemente elegante como para verse como un hombre de negocios, pero con un aura letal que lo envolvía.

"¿Dónde estoy?" logré murmurar, aunque mi voz aún temblaba un poco.

"En un lugar donde estarás a salvo", respondió él, su tono suave pero autoritario.

Asentí lentamente, mientras intentaba despejar la niebla en mi mente. Mi corazón palpitaba más rápido de lo que podía controlar. No sabía si era por el miedo, la adrenalina o algo más. Algo en su presencia me resultaba inquietante, pero de una forma en la que no quería admitir. El modo en que me miraba, como si ya me conociera, como si todo esto fuera parte de un plan, me tenía en vilo.

Él se levantó, dejando que su figura alta y esbelta dominara la habitación. Cada paso que daba hacia mí hacía que el aire se volviera más denso, como si su mera presencia pudiera aplastarme. Los otros hombres a su alrededor se tensaron cuando pasó a su lado, como si el simple hecho de respirar cerca de él les costara trabajo.

"Vamos a tener que llevarte a otro lugar", dijo en voz baja, inclinándose sobre mí. Su aliento cálido rozó mi piel mientras desataba las cuerdas que ataban mis muñecas. Mi cuerpo, todavía débil, se tambaleó cuando intenté levantarme.

"¿Estás bien?", preguntó, su tono casi burlón, mientras me agarraba del brazo con firmeza. Sabía que si no me sostenía, caería de nuevo.

"Estoy... bien", dije, aunque claramente no lo estaba. Mis piernas apenas me sostenían.

Él no me dio oportunidad de protestar cuando, con un movimiento ágil y casi demasiado fácil para su complexión, me levantó en brazos. La cercanía de su cuerpo contra el mío hizo que mi respiración se acelerara. Sus brazos eran fuertes, mucho más de lo que había imaginado al principio, y su agarre firme me hacía sentir que no tenía opción alguna de escapar.

"Déjame llevarte a una habitación más cómoda", dijo, sin molestarse en disimular la autoridad que tenía sobre la situación. Mientras me cargaba por el largo pasillo, mi mente intentaba entender qué estaba ocurriendo. ¿Por qué me había secuestrado? ¿Por qué me sentía tan vulnerable y, al mismo tiempo, curiosamente intrigada?

Llegamos a una puerta que él abrió de un empujón. La habitación estaba decorada con un estilo que chocaba con todo lo que esperaría de un lugar como este: tonos rosa, con muebles ornamentados y demasiado perfectos para mi gusto.

"¿Aquí te parece bien?" preguntó, aunque la pregunta sonaba más como una declaración. Sabía que mi opinión no importaba.

Miré alrededor, incómoda, pero solo asentí. No quería provocar su ira. Aún no entendía bien de qué era capaz. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera protestar en mi mente, él frunció el ceño y, con un resoplido, me llevó a otra puerta.

Abrió la siguiente habitación, esta vez con una decoración más sobria, en tonos negros y blancos. Las paredes estaban adornadas con detalles morados que le daban un aire misterioso y, de alguna manera, acogedor. "Creo que esta te irá mejor", dijo mientras me depositaba en la cama, con una firmeza que me dejó sin aliento por un segundo.

Sentada en la cama, lo miré. Mi cuerpo aún no reaccionaba del todo, y él se quedó de pie frente a mí, observándome en silencio, como si estuviera evaluando cada uno de mis movimientos. Sentí su mirada recorrerme, pero no de una manera vulgar, sino como si tratara de descifrar algo, de entender algo sobre mí que yo misma no entendía.

"Voy a sacar todo lo que sobra en este lugar", dijo de repente, dándose la vuelta y llamando a sus hombres con una sola palabra. Estos entraron rápidamente y comenzaron a retirar los libros, los objetos, todo lo que pudiera parecer innecesario. El joven mafioso permaneció en la puerta, mirándome de vez en cuando, como si estuviera controlando todo lo que ocurría.

Cuando terminaron, la habitación estaba más vacía, pero extrañamente más acogedora. Se acercó nuevamente, esta vez más despacio, y con una mirada seria, se inclinó un poco hacia mí.

"Más te vale que te duermas", dijo, con un tono que mezclaba advertencia y, curiosamente, protección. "Y no intentes escapar. Si lo haces, tu castigo no será uno común..."

Su amenaza me hizo tragar saliva con dificultad. Mi cuerpo se tensó al escuchar esas palabras, y por un momento, sentí que todo a mi alrededor se volvía más oscuro. No había forma de escapar, y aunque cada parte de mi ser quería luchar, había algo en él que me paralizaba.

Antes de salir, me lanzó una última mirada, una mezcla de desafío y algo más que no pude descifrar. Cerró la puerta de un portazo, dejándome sola en esa habitación que, aunque lujosa, se sentía como una celda.

Miré al techo por unos segundos, y antes de poder evitarlo, una lágrima silenciosa rodó por mi mejilla. No era tristeza, era traición. Mi padre me había abandonado, y ahora estaba atrapada en la guarida de un mafioso, sin saber qué iba a ser de mí.

Y lo peor de todo, por alguna razón, no podía quitarme de la cabeza esos ojos morados que me habían capturado mucho antes de que sus hombres lo hicieran.

Sombra del deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora