Bajo el Hechizo de la Gala

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Ivy despertó sintiéndose extrañamente ligera, como si hubiera dejado atrás una carga invisible durante la noche. Su mente volaba emocionada, pensando en que finalmente terminaría con sus viajes largos y podría concentrarse plenamente en lo que más le importaba: TraceX. Estaba tan cerca de concluirlo que solo le faltaba la programación final. Saltó de la cama con una sonrisa, se cambió rápidamente y salió apresurada hacia su laboratorio.

Sin embargo, su entusiasmo se desvaneció cuando, al pasar por la sala principal, escuchó la voz profunda y grave de Dante resonar desde el otro lado de la puerta: "Dentro de dos días tendré que viajar por asuntos propios. Estaré fuera una noche y un día."

Ivy se detuvo en seco. Una pequeña sombra de duda se asomó en su mente, pero trató de ignorarla. Es solo un día..., pensó, y al menos podré trabajar tranquila. Siguió su camino hacia el laboratorio, tratando de no darle demasiada importancia a las palabras de Dante.

Una vez dentro, se concentró en su proyecto. Los números, códigos y cálculos eran su escape, su forma de olvidar el mundo exterior. En medio de su arduo trabajo, encontró una vieja foto de su padre. Su expresión se endureció. La arrugó con fuerza y la arrojó al tacho de basura sin pensarlo dos veces, como si quisiera deshacerse de todos esos recuerdos que la atormentaban.

Para aliviar la tensión, encendió la música y se dejó caer en su silla, comenzando a girar sobre sí misma. Justo cuando se perdió en sus pensamientos, un par de ojos violetas apareció frente a ella, tan cerca que casi pudo sentir su respiración mezclándose con la suya.

Dante estaba ahí, inclinado sobre ella, con esa mirada intensa que hacía que todo en su alrededor desapareciera. Hacía tanto que no lo veía de tan cerca que por un segundo se sintió vulnerable. Él suspiró profundamente, haciendo que el aire entre ambos se tensara.

"Vas a venir conmigo a una gala," dijo con una voz tan grave que hizo eco en la habitación, "te guste o no." Se dio la vuelta, como si la decisión ya estuviera tomada.

Ivy giró rápidamente la silla para encararlo, con el corazón latiendo furioso en su pecho. "¿Cómo puedes decir eso y largarte sin dejarme protestar?" Su tono mostraba un atisbo de desafío.

Dante se detuvo en seco, frunciendo el ceño, y volvió sobre sus pasos. "¿Qué te hace pensar que iré contigo?" Ivy continuó, aunque su confianza comenzaba a tambalearse mientras él se acercaba cada vez más, su silueta imponente parecía dominar el espacio a su alrededor.

Dante no perdió tiempo. Colocó ambas manos en los apoyabrazos de la silla, inclinándose hacia ella, haciendo que Ivy retrocediera instintivamente. La tensión en el aire era palpable. Su camisa negra, ajustada a sus músculos, le daba un aura imponente. "Vendrás conmigo porque no tienes opción. Y si no lo haces, te arrastraré. Lo digo yo." Su voz grave era como un látigo que resonaba en su mente, y sus labios apenas estaban a unos centímetros de los de ella.

Ivy sintió que el calor subía por su rostro y desvió la mirada, nerviosa. "¿Y por qué me necesitas?" murmuró.

Dante, sin vacilar, tomó su mentón y la obligó a mirarlo de nuevo. "Serás mi prometida por un día y una noche."

Las palabras golpearon a Ivy como una tormenta. ¿Prometida? Era como si todo lo que estaba ocurriendo fuera irreal. Él, tan serio, tan dominante, actuaba como si fuera lo más normal del mundo.

Ella empujó la silla hacia atrás, cruzando los brazos como si quisiera poner distancia entre ambos. "Incluso si quisiera ir, no tengo nada que ponerme."

Dante, con su característica tranquilidad, se enderezó. "No te preocupes por eso." Y, sin decir más, se dio la vuelta y salió del laboratorio.

Ivy se quedó boquiabierta. ¿Qué acaba de pasar?

Nales apareció en la puerta con un vaso de jugo de naranja, mirándola preocupado. "Señorita, ¿está bien?"

"¡¿QUÉ SI ESTOY BIEN?!" gritó Ivy, alterada. "¡NO TENGO NADA QUE PONERME! ¿CÓMO VOY A IR A UNA GALA EN PANTALONES Y CAMISA?"

Nales, claramente nervioso, intentó calmarla. "Tal vez deberíamos ir de compras."

Ivy suspiró profundamente. "Supongo que no queda otra."

Fueron de tienda en tienda, pero nada parecía estar a la altura de lo que Ivy deseaba. Ningún vestido era lo suficientemente bueno. Para cuando llegó la noche, Ivy estaba desanimada. No había encontrado el vestido que tanto ansiaba, y el tiempo se agotaba.

A la mañana siguiente, apenas abrió los ojos, vio algo que la dejó sin aliento. Un vestido negro con toques rojos colgaba elegantemente de la puerta. No era exactamente como lo había imaginado, pero era perfecto a su manera. ¿Quién me lo habrá dejado? pensó.

Con una sonrisa, se arregló y se puso el vestido. Era impresionante, ajustado a su cintura y con el escote justo. Bajó las escaleras y se encontró con Dante y Nales esperando. Cuando Dante la vio, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

"Te queda bien el vestido," comentó, acercándose para arreglarle una manga. "Me alegra que te guste."

Ivy lo miró incrédula. "¿Fuiste tú quien me lo consiguió?"

"Escuché tu conversación con Nales. Así que fui a buscarlo." Dante se acercó aún más, inclinándose para dejar un suave beso en su cuello. "Ahora, eres mi prometida por un día. Harás lo que te diga, o te castigaré." Sus palabras, dichas en ese tono bajo y seductor, dejaron a Ivy temblando.

Con un elegante gesto, Dante tomó su brazo, y juntos caminaron hacia la mansión donde se celebraba la gala. Ivy no podía evitar sentir que cada paso la llevaba más profundamente a un mundo lleno de misterio, donde Dante parecía controlar cada detalle. Y en ese mundo, él no dejaba de verse terriblemente atractivo.

Sombra del deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora