¿Estresado? o ¿Inquieto?

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El ambiente estaba tenso desde que bajamos del avión. Sentía el peso de la misión colgando sobre nuestras cabezas, pero lo que más me inquietaba era Dante. Desde la confrontación con Xiomara y su discurso sobre Emiliano, algo había cambiado en él. Su sonrisa oscura seguía presente en mi mente, una mezcla de rabia contenida y satisfacción malsana, como si estuviera disfrutando de la posibilidad de derramar sangre. Aunque todo eso debería aterrorizarme, había algo en su presencia, algo oscuro y magnético, que me atraía a pesar de mi mejor juicio.

Mientras los demás se organizaban, me acerqué a uno de los grandes cajones de madera que contenía nuestro arsenal. Una pistola descansaba allí, y por alguna razón, me sentí atraída hacia ella. La tomé, notando el peso en mis manos. ¿Podría usarla bien? No lo sabía. Miré el arma con una mezcla de curiosidad y temor. A mi alrededor, el sonido de las voces parecía apagarse mientras mis pensamientos me consumían.

Justo cuando estaba por dejar el arma de vuelta en su lugar, sentí una presencia detrás de mí, demasiado cerca. Mi cuerpo chocó suavemente contra el de Dante, que se había acercado sin que me diera cuenta. Su voz baja resonó en mi oído, su aliento cálido en mi cuello.

—Si la quieres usar, úsala. Total, los nuestros tienen chalecos antibalas, no creo que los mates —dijo, casi como una burla, pero con una oscura seriedad.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Agaché la cabeza, incapaz de mirarlo directamente.

—¿Y qué pasa si sí mato a alguien por accidente? —pregunté en un susurro—. ¿Qué me harán?

Dante se inclinó aún más cerca, sus labios casi rozando mi oído.

—Nada. No olvides que yo los manejo. Ni siquiera pensarían en tocarte un solo cabello, Ivy. Solo apunta y dispara. Yo estaré detrás de ti, vigilando cada uno de tus movimientos.

Su tono, tan seguro y protector, me hizo dudar. No sabía si lo decía para tranquilizarme o para controlarme. Mi mente se nubló. ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Era correcto estar tan cerca de él, depender de alguien tan impredecible como Dante? Sacudí esos pensamientos de mi cabeza. No era momento para dudas. La misión era lo importante. Todo lo demás, incluido Dante, tendría que esperar.

Cuando él se alejó para responder a un llamado de Nales, sentí un vacío. Miré la pistola de nuevo y, sin pensarlo mucho, la aseguré en mi cinturón. No iba a ser la débil, no esta vez. Me acerqué al círculo donde todos se reunían mientras los autos comenzaban a llegar. Los guardaespaldas y compañeros de la mafia se desplegaban a nuestro alrededor, todos en trajes negros, armados hasta los dientes. Era una escena sacada de una película de acción, pero esta vez yo era parte de ella.

Dante tomó el mando como siempre. Su voz, firme y cargada de autoridad, resonó mientras explicaba nuestro próximo movimiento.

—Emiliano está en Azabu, en el barrio de Minato. Para los que son nuevos, esto no será un paseo por el parque. Él no es cualquier objetivo —dijo, sus ojos afilados recorriendo a los presentes—. Siempre ha estado a un paso de nosotros, siempre ha escapado. Pero hoy, la sorpresa es nuestra. Hoy, será su fin.

Xiomara, con su habitual sarcasmo, se cruzó de brazos y lanzó un comentario mordaz.

—Entonces, ¿podemos decir que es mejor que tú? —provocó, como si disfrutara de la tensión que creaba.

Matías y Dante giraron al unísono, sus miradas de hielo acallaron cualquier risa.

—No es mejor que yo —respondió Dante con calma inquietante—. Ya lo he tocado, lo he manipulado más veces de las que él puede contar. Hoy, le daré el regalo que más teme: una sorpresa.

Sombra del deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora