El poder en la oscuridad

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Ivy retrocedió hasta que su espalda chocó con la fría pared de su habitación. Su respiración se aceleraba con cada paso que Dante daba hacia ella, sus ojos no se despegaban de los suyos, y la tensión era casi tangible en el aire. Cuando sus cuerpos quedaron a escasos centímetros, ella rompió el silencio con una voz temblorosa, pero firme:

—Dante, ¿qué crees que estás haciendo?

Una sonrisa satisfecha se dibujó en el rostro de Dante, esa sonrisa que solo significaba problemas. Sin prisa, alzó una mano para acariciar un mechón de cabello que caía sobre el rostro de Ivy y dijo:

—Te lo dije, Ivy, serías mi prometida un día... y una noche. Pero como no nos quedamos en la mansión a dormir, estoy cumpliendo nuestro plan, ¿no es así?

Ivy intentó mantener la calma, pero el modo en que Dante la miraba, como si la estuviera devorando con sus ojos, la desarmaba. Trató de dar un paso al costado, pero su cuerpo no respondía como quería.

—Dante, ya completamos el plan. Hice lo que me pediste, esto... esto ya ha terminado —susurró, con la esperanza de calmarlo.

La expresión de Dante cambió por un instante, pero solo para volverse más decidida. Dio un paso más, acorralándola por completo contra la pared, inclinándose hacia ella.

—¿En serio? —preguntó con una voz baja y peligrosa—. Pues ya te digo que no es así.

Antes de que pudiera reaccionar, Dante la tomó por la cintura con una mano y su boca capturó la de Ivy en un beso profundo y apasionado. Ella intentó resistirse, sus manos empujando débilmente contra su pecho, pero los besos de Dante eran intensos, posesivos, y poco a poco fue sintiendo cómo su resistencia se derretía. Su corazón latía con fuerza, ahogándose en la mezcla de sensaciones que la invadían, y sus pensamientos se desvanecían en la oscuridad.

De repente, un sonido interrumpió el momento. Alguien tocaba la puerta.

Ivy, jadeante, se apartó de Dante apenas lo suficiente para hablar.

—Dante... están tocando la puerta.

Él la miró sin soltarla, su rostro endurecido por la molestia.

—No importa —respondió con una voz grave y decidida.

—Dante, en serio... —insistió Ivy, su voz apenas un susurro.

Finalmente, con un gruñido frustrado, Dante apartó su mano de la cintura de Ivy, visiblemente molesto, y se dirigió hacia la puerta. La abrió de un golpe brusco, y su cuerpo encorvado irradiaba furia contenida. Frente a él, uno de sus hombres, claramente asustado, permanecía de pie, balbuceando mientras el miedo se apoderaba de sus gestos.

—¿Qué demonios quieres? —espetó Dante, su tono bajo y amenazante.

El chico intentó hablar, pero sus palabras se enredaban en su garganta. Al final, tartamudeó:

—Se... Señor Dante... la cena está lista.

Dante frunció el ceño, claramente irritado. Pasó una mano por su cabello, alisándoselo, y con el pulgar se limpió el mentón antes de responder con frialdad:

—Más te vale que sea algo realmente importante como para venir a molestarme aquí.

El chico asintió, aterrorizado, y repitió:

—Es... es solo que... la cena está lista, señor.

Con una mueca de desdén, Dante cerró la puerta de un golpe y se giró hacia Ivy. Sus ojos oscuros brillaban con un extraño fulgor, y la ira aún se reflejaba en su rostro. Ivy lo miraba, desconcertada, sin saber cómo procesar lo que acababa de suceder. Su corazón latía con fuerza en su pecho, y una sensación incómoda la invadía.

Dante dio un paso hacia ella, sus ojos recorriéndola como si tratara de leer lo que estaba pensando.

—¿Vas a ir a cenar? —preguntó con voz baja, pero cargada de una tensión latente.

Ivy asintió, no tanto porque tuviera hambre, sino porque necesitaba escapar de esa habitación y despejar su mente. Dante ladeó la cabeza, suspiró con frustración, hizo una mueca y se colocó la chaqueta antes de retirarse de la habitación sin decir una palabra más.

Cuando él desapareció tras la puerta, Ivy dejó escapar el aire que había estado conteniendo. Su cuerpo estaba tenso, y su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios. ¿Qué había hecho? ¿Qué estaba pensando al dejarse llevar así por alguien como Dante?

No mucho tiempo después, el mismo chico que había llamado a la puerta apareció con una mesita y la cena que habían preparado. Ivy lo miró, avergonzada, pero también molesta por la confusión que sentía. Abrió la puerta, y antes de que el chico pudiera decir algo, ella habló rápidamente:

—Lo que viste... no es lo que crees —dijo con una voz algo insegura, mientras tomaba la mesita.

El chico, con los nervios a flor de piel, solo asintió sin decir nada, y se retiró. Ivy cerró la puerta, apoyándose contra ella por un momento, sintiendo una mezcla de emociones que la hacían sentir mareada. Todo lo que había pasado con Dante esa noche era como una ola gigante que la arrastraba sin control. ¿Cómo había terminado enredada en algo así? ¿Y por qué, por más que quisiera, no podía negar que había sentido una chispa de emoción en esos momentos con él?

Ivy sacudió la cabeza, tratando de despejarse de esos pensamientos. Estaba en un lugar peligroso, rodeada de personas que no dudaban en tomar lo que querían. Dante, siendo el jefe, no era la excepción. Lo peor de todo era la pregunta que rondaba su mente sin parar: ¿Por qué, a pesar de todo, seguía deseando saber qué más era capaz de hacer?

Sombra del deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora