El ambiente se volvía pesado por el silencio incómodo que se había instalado entre nosotros. Mientras me vestía con una camisa que encontré por ahí, recordé de repente la pelea en el salón.
—¡¿Y qué pasó con la pelea que teníamos?! —pregunté, rompiendo el silencio y ajustando la camisa.
Matías, tan calmado como siempre, se encogió de hombros y respondió con una tranquilidad que no coincidía con la situación.
—Ah, eso. Los otros hombres se quedaron un rato, pero luego se retiraron. —Se cruzó de brazos, frustrado— Lo único que sí, rompieron casi toda la sala. Hicieron un chiquero... como si ellos fueran a pagar los daños.
Dante, como siempre, parecía indiferente.
—Sí, solo el 2% de los nuestros perdió la batalla. —dijo Dante sin mostrar ninguna emoción, mientras se enderezaba y se dirigía hacia la puerta.
Antes de que pudiera salir, su teléfono sonó. Con solo ver quién era, su expresión cambió, contestando de mala manera.
—Hola, Nales. Gracias por dejarnos acá a punto de morir. —El sarcasmo en su voz era palpable.
La voz de Nales sonó apenada al otro lado de la línea.
—No, señor... seguimos a Emi. Por eso nos retiramos. Lamento no haberle avisado, pero no era el momento oportuno. —Hizo una pausa— Pero si no fuera por mí, no hubiera encontrado donde se encuentran ahora. Estamos escondidos detrás de unos arbustos, en un puente... ¿cómo se llamaba? —Se quedó pensando por un momento— ¡Ah, el puente Germán!
La llamada se cortó abruptamente, dejando a todos en silencio. Dante y yo intercambiamos miradas y dijimos al unísono:
—No existe ese puente aquí.
Dante comenzó a escribir rápidamente en su teléfono y luego nos miró con decisión.
— Ahí Nales me describio el puentes. Es un puente no muy lejos de acá. No sé cómo se llama, pero sé dónde está. Voy a ir.
—Voy contigo —dijo Matías, poniéndole una mano en el hombro— Hace tiempo que no disfruto de una batalla emocionante. No me vendría mal un buen calentamiento.
Yo no me iba a quedar atrás.
—Voy con ustedes —anuncié mientras terminaba de vestirme.
Dante frunció el ceño, mirando a otro lado, con una expresión que no logré descifrar.
—Ni en tus sueños. Lo último que necesito es tener que arrastrarte de vuelta porque te lastimaste otra vez.
Matías suspiró, intentando suavizar las palabras de Dante.
—Ivy, sería mejor que te quedaras. No queremos que corras peligro, ¿no lo crees?
Ignorando sus advertencias, me crucé de brazos, resoplando.
—Tampoco es como si fuera a morir. Además, no soy una damisela en apuros.
Pero ambos me miraron con una mezcla de escepticismo y preocupación. Dante abrió la puerta sin decir más, y Matías me lanzó una mirada comprensiva antes de seguirlo.
—No tardaremos —dijo con seriedad antes de desaparecer tras Dante.
Frustrada, murmuré para mí misma:
—¿Cómo se atreven a subestimarme de esta manera? ¿De verdad piensan que soy un estorbo? —Tomé una chaqueta rápidamente, decidida a demostrarles que estaban equivocados.
Me dirigí a mi laboratorio y comencé a revolver los cajones hasta que encontré lo que buscaba: una pequeña caja con mi último proyecto. Con una sonrisa de satisfacción, corrí hacia el jardín, justo cuando Dante y Matías estaban subiendo al auto.
—¡Esperen! ¡Esperen! —grité mientras agitaba los brazos.
Matías sacó la cabeza por la ventana, sorprendido.
—Oye, Dante, ¿esa no es Ivy?
—Sí, es ella —respondió Dante, con un tono algo exasperado— No te detengas. Si la dejamos subir, no nos la quitamos de encima.
El auto arrancó antes de que pudiera alcanzarlos.
—¡Esperen, hijos de la gran muralla china! —grité, pero fue en vano. Los vi desaparecer en la distancia.
Mi frustración iba en aumento, a punto de arrojar la caja al suelo. Sin embargo, una idea cruzó por mi mente. Vi a uno de los hombres de Dante cerca, hablando con otro al lado de un auto. Sin pensarlo dos veces, corrí hacia ellos.
—¡Señorita Ivy! ¿Qué está haciendo? ¡No puede tomar ese auto! —gritó uno de los guardias mientras me subía al vehículo.
Ignorándolos, cerré las puertas y arranqué. No era la mejor conductora, pero logré seguir el camino que ellos tomaron, decidida a no quedarme atrás. Mientras los seguía, pensé en lo útil que sería mi invento para ellos, si tan solo hubieran esperado. Matias, que era el que manejaba el otro auto ve el retrovisor y dice
—Dante, ¿ese auto no es uno de los tuyos? —él señala con la mirada el retrovisor serio en ver por donde maneja. Dante asiente al verlo mientras posa su cabeza en su mano sin darle demasiado crédito— ¿Seguro? Ni siquiera se puede ver quién maneja, ¿Seguro que es de los tuyos?
—Claro que sí. Mis autos tienen en la parte baja de la parrilla una línea color bordo. —Él ve a su hermano con el ceño fruncido mientras cierra un rato los ojos. Al abrirlos lo ve mientras le da las instrucciones de donde queda el puente y dice— ¡No soy tan bobo como para no distinguir mis autos idiota! Gira a la derecha...
Matias solo suspira y avanza más rápido mientras gira con una precisión inesperada, era obvio, estos son hermanos. Ambos tenian esa agilidad para manejar.
Después de unos minutos, llegué a un bosque, donde las hojas de los árboles acariciaban las ventanas del auto. La luz del atardecer pintaba el paisaje con tonos dorados, creando un contraste inquietante con la tensión que se respiraba.
Frené al ver a Dante y Matías preparándose para el combate. Bajé del auto, aún con la caja en la mano, y me acerqué.
—¡Hola! ¿Cómo están? —dije entre jadeos, intentando recuperar el aliento.
Dante se giró, sorprendido.
—¡¿Qué rayos haces aquí, Ivy?! —gritó entre susurros— ¡Te dije que te quedaras en la mansión!
—¡Tú nunca me escuchas! —respondí, molesta— Tuve que venir porque no me diste otra opción. Además, vine a traerles algo importante.
Matías, siempre el mediador, puso una mano en el hombro de Dante, calmándolo.
—¿Qué trajiste? —preguntó, más interesado que molesto.
Abrí la caja y les mostré su contenido.
—Es un localizador y una aguja para extraer ADN que sirve para mi otro proyecto el TraceX. Con esto, podremos rastrear a Emiliano y cualquier otro objetivo si es necesario.
Matías tomó la caja, rozando mi mano en el proceso, lo que hizo que Dante lo mirara de reojo. Matías sonrió.
—Eres increíble, Ivy. Esto nos será de gran ayuda. —Luego, empujó a Dante suavemente— Dale las gracias, Dante.
Dante suspiró, claramente contrariado.
—Gracias, Ivy. Esto nos servirá mucho.
Sonreí, satisfecha. Aunque Dante y Matías se sonrojaron levemente, disimularon al volverse hacia Nales para ultimar los detalles del plan.
La batalla estaba por comenzar.
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Sombra del deseo.
Non-FictionIvy nunca imaginó que su vida cambiaría por completo en un abrir y cerrar de ojos. Un misterioso y oscuro joven la secuestra, llevándola a una lujosa mansión rodeada de sombras y secretos. Él es Dante, el implacable líder de una poderosa mafia, con...