6 a.m, una fría y tranquila mañana que iba dejando preveer lo que sería un largo y helado invierno.
En la ventana quedaban aún pequeñas gotas del rocío mañanero, y entre las hojas de los árboles sonaba un fuerte bufido a causa del aire.
Matt dormía, o eso intentaba. Sus diamantes azules se abrieron a las 4 y poco, con una extraña sensación en su cuerpo, y desde entonces no había podido dar apenas una cabezada.
A pesar del gélido viento que hacía fuera de su casa, él yacía completamente desnudo entre las sábanas, algo frías a esta hora de la mañana, lo que le hacía recordarle que, o debía cambiarlas por las típicas sábanas de franela que tanta de entera le daban, o dormir en pijama, lo cuál odiaba.
Le gustaba sentir el contacto directo con las sábanas en su piel, incluso aunque le costase un resfriado, tenía esa manía entre muchas otras.
No dejaba de mirar con sus intensos ojos cansados hacia el exterior. Estaba amaneciendo y las excasas hojas de los árboles estaban iluminadas de un naranja apagado.
Por lo que pintaba la mañana sería nublada, con posibilidad de algún chubasco, o eso escuchó en la televisión la noche anterior mientras cenaba, algo distraído en sus pensamientos.
Hacía dos días que no sabía nada de Eider... Después de su maravillosa y cálida primera cita. Él llegó a pensar que quizá ella se asustó porque él quería ir demasiado rápido, o simplemente pensó que se quiso aprovechar de ella. Cosa que jamás fue así, ya que Matt, el mismísimo monumento que se negó al amor hacía años, cayó en las redes de esa dulce joven, y ahora no dejaba de soñar con su cuerpo.
Recordaba con exactitud a qué sabían sus labios, mezcla de vino dulce, con un toque de hielo y canela, como ese que una vez probó en un viaje a Valencia (España), y del que sin duda se enamoró. Ese era el vino de sus sueños, y a eso es a lo que le recordaban los besos temerosos de Eider.
También recordaba a la perfección lo suave y blanquita que era su tez, y el olor de esta lo llevaba impregnado, por muchas duchas que se diera.
Tenía bien grabado cada rincón que besó con sus labios, como si de sellos se trataran, intentando cubrir con ellos la mayor extesión de su cuerpo. Como con cada caricia que le daba su piel se erizaba, o se volvía enrojecida por la presión de sus dedos.
Un gemido se ahoga en su garganta, su respiración comienza ha acelerarse cuando a su mente vienen sus senos desnudos y boluminosos, y como su lengua se perdio en el suave tanto de sus pezones erectos y rosados.
Hasta le pareció escuchar de nuevo los gemidos de la chica resonando en sus oídos fuertemente.
Su recuerdo le estaba haciendo estragos en lo más hondo de su ser.
Sentía su miembro palpitar ante las imágenes que iban y venían a su cabeza, se estaba torturando él solo.
Necesitaba saber de ella...
¡Necesitaba de ella!
Ella, quien sin saberlo, le facilitó temerosamente todos los sentimientos que Matt tanto anhelaba.
Ella, que le devolvió la sonrisa a la cara y cosió con hilo de oro las pequeñas brechas que quedaban aún en su corazón.
Continuamente se acordaba de Nathaly, aquella mujer con la que estuvo a punto de casarse. La cuál lo dejó tirado a tan solo dos meses de la boda por un polaco despechado que conoció en un viaje de empresas.
Él quien creyó que su vida no podía ir a mejor. Tenía una buena casa, un buen coche, un buen trabajo...una "buena mujer" que lo "amaba"... Todo era tan irónico ahora.
ESTÁS LEYENDO
El nuevo profesor
FanfictionMatt Bomer llega a la ciudad de Connecticut como nuevo profesor de "Yale University Art". Él tan solo esperaba encontrarse con una clase de alumnos a los que les impartiría la hermosa asignatura de historia del Arte, pero lo que él no sabía es que...