Shameless

| ¿Aceptas? | I

El piano, como cada noche la despertaba con una melodía suave y diferente.

Había pasado una semana desde que la ayudo en llevarla al hospital, luego de eso no supo más de ella sino a través de su música que sobrepasaba los rincones de sus paredes.

La primera noche se enojo y quiso ir a reclamarle, su piso era el más tranquilo y ella con su piano no vendrían a arruinarlo, se arrepintió al ir contemplando lo bien que sus dedos hacían magia sobre el piano.

La segunda noche solo se despertó y la escucho, la tercera sonrió, la cuarta ni siquiera durmió, simplemente la espero despierta, la quinta noche había estado muy cansada y no la había podido escuchar, la sexta noche fue su compañía junto a una copa de vino y está noche nuevamente la había despertado.

Sonrió, se levantó de la cama y fue hasta la sala, desde allí se podía apreciar más de cerca la magistral melodía.

Cerro los ojos y se concentro en como podía acompañarla con su cuerpo, desde que la conoció en su pecho incremento sus ganas por bailar y en ciertas noche era su inspiración al escribir.

Sonrió.

Siguió la melodía tarareando con sus labios cerrados, dejando vibrar su voz suavemente y su cuerpo al mismo tiempo.

La melodía dejo de sonar abruptamente, abrió los ojos con rapidez y espero pacientemente por si comenzaba a tocar nuevamente.

Pasaron unos minutos y todo seguía en silencio, no le dió mucha importancia y se levantó para ir nuevamente a su habitación y así descansar lo que restaba de noche.

Suspiro y escucho un par de golpecitos a su puerta, frunció el ceño y espero en silencio si volvían a tocar.

Unos minutos y nada, siguió su camino a su habitación y nuevamente los golpecitos interrumpieron su camino a la habilitación.

Giro sobre su eje y camino de vuelta a la sala, escuchando un solo golpecito.

Se acercó rápido y abrió la puerta, viendo a su vecina caminar con derrota hasta su puerta abierta.

La vió mirar sobre su hombro y sonreír genuinamente, sonrió al tiempo y giró a su dirección.

—. Perdona, ¿Estabas dormida? —, pregunto con ligera timidez, María Corina nego con una suave sonrisa.

—. Tú y tu piano cada noche me despiertan —, informo con una suave risa, Mónica sonrió disculpándose inocentemente al encogerse de hombros.

—. Quería agradecerte por lo que hiciste hace unos días —, pronunció con las mejillas ruborizadas, la mayor asintió levemente. Ella amaba ayudar —. Se que no son horas para hacerlo, pero nunca está demás intentarlo —, la castaña soltó una risita, su vecina era agradable.

—. No tienes que agradecer —, sonrió, sintiendo el impulso de posar sus dedos sobre su mejilla rosa y darle una leve caricia.

—. Yo... —, mordió su labio inferior nerviosa, en su interior sonaba como una locura pero ella lo era, intentarlo nunca estaría demás —. Me preguntaba si quisieras tener una cita conmigo —, expreso con cierta lentitud, analizando las facciones de su rostro y el brillo de sus ojos café.

María Corina guardo silencio, analizando las palabras de su vecina y si realmente todo estaba sucediendo.

—. Si no quieres... —, María Corina la interrumpió.

—. Si quiero —, respondió con emoción, no sabía porque había aceptado pero estaba segura que sería una de sus mejores citas.

Ahora fue Mónica quien quedó en silencio, sobre pensando si era real aquella respuesta. 

—. Yo... —, balbuceo —. Gracias —, sonrió aún más, sintiendo como sus manos temblaban al igual que su voz —. ¿Mañana a la media noche? —, pregunto con temor, ella no era una chica normal y temia que la mujer de profundos ojos café la rechazara por su rareza.

—. A la media noche —, repitió en afirmación, una sonrisa iluminó a la castaña de ojos verdes.

—. Ahora ve a descansar, por favor —, pidió tomando su mano delicadamente.

—. Aún no me has dicho como debo ir —, recordó María Corina con cierto interés.

—. Lo más sencilla posible —, musito soltando suavemente la mano tibia de la mayor, dejo un cálido beso sobre su mejilla y sin esperar más se adentro a su apartamento, sintiendo que soñaba despierta.

Sonrió aún más, con el corazón a la altura de su garganta y sin sueño a base de tantos sentimientos.

Suspiro al recordar el aroma tan dulce de María Corina, era como ella, su aroma, sus movimientos, su sonrisa la interpretaban perfectamente.

Irradiando tanta luz como lo describía su nombre.

Por otra parte María Corina estaba ligeramente confundida, no podía negar que Mónica era encantadora y hermosa pero también un poco extraña.

Y era justo eso, esa rareza, su forma tan única de ser que la atraía tanto.

Hasta ahora la había visto dos veces, pero en ambas ocasiones se había comportado dulcemente con ella y eso la hacía sentir cómoda y tranquila.

Sonrió, buscando un poco de sueño al recostar su cabeza sobre su almohada.

Definitivamente, había llegado para desequilibrar sus sentidos y entrometerse no solo en su casa con sus melodías sino también en sus sueños y en su mente con su imágen tan cálida.

No estaba segura si podía llegar a enamorarse, pero quería descubrir hasta donde la llevaba la aventura con su vecina.

Algo que no daba inicio ya la tenía ansiosa y esperaba impaciente el amanecer para así esperar con más ansias la media noche.

Volvió a escuchar la melodía, una diferente y más dulce, las notas suaves la estaban adormeciendo.

No supo cuando, pero dormida se había rendido.

Mónica sonrió, dejando de tocar esa melodía que su madre tanto apreciaba.

Con esa misma lograba dormirla en segundos y estaba segura que había funcionado con María Corina.

Bajo la tapa del piano cubriendo las teclas al estilo dominó, estero sus dedos y fue directamente a su cama.

Si dormía el tiempo pasaría rápido y si eso sucedía más rápido llegaba el momento de su cita junto a la mayor y así enséñale cuán extraña era su alma.

Un nuevo amor estaba naciendo, uno fuerte y nada típico.

Un amor brillante he hirviente, sí, la vida buscaba de una historia tan linda y única que solo ellas lograrían crear.

Solo quédate en silencio, amando tan fuerte y frágil, siempre.