| Así no | VIII

14 2 0
                                    

Mónica hacía tan poco ruido al caminar que de no haber estado observando la acera no habría notado su llegada.

Se sentó a su lado con un encendedor en su mano y el cigarrillo encendido dentro de su boca .

¿Por qué María Corina no se había marchado cuando tuvo la oportunidad? Ni siquiera ella misma lo sabía.

-. Es una bonita noche, ¿No crees?

Se sintió confundida ante una pregunta tan casual en una situación que la atormentaba.

-. ¿Perdón?

Mónica la ignoro.

-. Podría pintar este cielo, estoy segura. Captar el brillo de la luna será difícil, pero puedo hacerlo. Siempre puedo hacerlo...

-. ¿Estás bromeando?

¿Cómo podía interesarse más en pintar la luna que en su brazo que ya no era libre de cicatrices?

¿Cómo podía actuar tan normal después de marcharse?

-. Por supuesto que no -, afirmó. Sus ojos verdes no se separaban del cielo nocturno, y eso comenzaba a frustrarla -. ¡Mira la luna! Puedo jurar que se ve más grande que nunca... Y las estrellas... Jamás había visto tantas.

Le encantaba la forma en que los ojos de Mónica apreciaban el cielo nocturno, y como sus palabras salían de sus labios con adoración, pero estaba tan preocupada en sí misma que no pensó en el hecho que la chica realmente estaba disfrutando la vista.

-. ¿Puedes dejar de comportarte como una idiota e ir al punto?

-. ¿De qué estás hablando? -, cuando se volteo a mirarla, María Corina pudo notar algo de disgusto en su mirada. Tenía el ceño fruncido y sus labios formaban una fina línea. Se asemejaba a una niña a la cual le han quitado un dulce.

-. ¡Sabes de lo que hablo, Mónica! ¡De mi! ¡De nosotras!

-. Eres bastante linda -, halagó con una sonrisa -. Pero siendo sinceras prefiero tu trasero.

En otra situación se habría sonrojado.

-. ¿Puedes dejar de ser tan irritante y...?

-. ¿Quieres un cigarrillo? -, la interrumpió mientras sacaba uno de sus pechos, dónde seguramente tenía una gran reserva. María Corina se enojo al notar que Mónica, de nuevo, había pasado por alto sus palabras.

-. No fumo, Mónica-, la ojiverde simplemente se encogió de hombros y volvió a guardar el cigarrillo, dando una calada al que tenía entre sus labios para luego alejarlo con sus dedos y soltar el humo.

De no haber estado tan preocupada por sí misma habría notado como Mónica parecía poner todo de si misma en esta simple acción, y la delicada forma en que sus dedos tomaban el cigarrillo, casi con ternura, para finalmente dejar escapar una nube gris con un suspiro.

-. No se lo digas a nadie, por favor -, casi suplicó con temor.

-. ¿Qué cosa? ¿Qué no fumas?

-. ¡Mónica! ¡Sabes de lo que hablo!

-. En realidad no -, afirmó mientras la miraba -... Y es frustrante -, reconoció.

-. No le digas a nadie que tengo cortes en mi muñeca, tampoco que salimos por un tiempo.

La chica de ojos verdes solamente la miro completamente confundida y luego le sonrió con dulzura. Estuvo a punto de acariciar la mejilla de la escritora, pero se retracto a último momento.

-. Bien -, accedió encogiéndose de hombros. Y aunque Mónica veía el deseo en sus ojos de seguir mirando el cielo, aquel verde esmeralda se quedó recorriendo sus fracciones lentamente, cómo queriendo captar cada mínimo poro de su piel.

Shameless Donde viven las historias. Descúbrelo ahora