| Ella siendo ella | IV

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Eran casi las ocho de la mañana, apenas y había logrado dormir unas horas.

Debía ponerse al día con su trabajo y atender un poco su apartamento, estar fuera de la casa la noche entera, dormir solo un poco y trabajar el extra le estaba pasando una factura al orden de su casa.

Disfruta el dulce aroma del café recién colado, estaba lista para abrir su laptop y ver cuántos correos tenía al pendiente y después dejar fluir la tinta de su bolígrafo sobre la suave hoja de papel y crear lo que seria su gran historia.

En esos días se había burlado de ella más de la cuenta, le resultaba intensamente tonto como en días aquella chica de ojos verdes la había cautivado.

Sola se estaba ilusionando, lo sabía, pero por dios que esa ilusión nunca muriera.

Llevaba el segundo sorbo de su café y el tercer correo abierto cuando el golpeteo en su puerta la desconcentro.

Frunció el ceño y se miró rápidamente, estaba en shorts de mezclilla y una media blusa de tirantes, descalza y el cabello en una coleta alta, le dió igual, fue abrir.

Sonrió nerviosa, escondiendo los dedos de sus pies, sintiendo sus mejillas explotar de color, tratando de ocultar un poco su abdomen descubierto tras la puerta y pidiendo al cielo no tener un mal aspecto.

—. Hola —, saludo Mónica después de mirarla discretamente, estaba hermosa.

—. Hola —, sonrió, estaba segurísima que su cita era a media noche y de haberlo cambiado su móvil, claro, no tenía su teléfono... —. Pasa —, abrió un poco más la puerta, dejándose ver completa, Mónica paso sin mirarla descaradamente, no quería hacerla sentir más incómoda de lo que ya se veía.

—. Lamento venir sin avisar —, se disculpo al tiempo que María Corina le indicaba que podía sentarse junto a ella en el sillón —. Pero quería hacerte un par de preguntas y por móvil no es muy eficiente tener respuestas, ¿sabes? —, Maria Corina mordió su labio inferior tratando de contener la risita al ver a Mónica ser tan tierna.

—. ¿Por qué no es muy eficiente? —, pregunto, si algo había adquirido de la castaña en esos días era la manía de hacer preguntas por todo.

—. Estás aprendiendo —, rio bajito, María Corina arqueó una de sus cejas en señal de victoria, claro que estaba aprendiendo —. Porque no puedo ver una reacción espontánea y no soy amante de eso, de lo plástico —, respondió la pregunta y María Corina solo comprendió en silencio.

Pasados unos segundos, salió de sus pensamientos.

—. ¿Quieres algo de beber? —, pregunto a lo que Mónica simplemente nego, asintió y volvió a cruzar sus piernas sobre el sillón.

—. ¿Qué te gusta hacer además de leer? —, cuestiono sin tiempos, dejando a Maria Corina muda, pensado una respuesta clara.

Creyó pensar la respuesta por más de diez minutos, su mundo estaba en los libros y antes no se había detenido a pensar que otras cosas le gustaban.

—. Bailar... —, la miro a los ojos algo confusa —. Y la ingeniería, aunque suene raro.

—. No es raro —, afirmó —, ¿Distinto? —, movió su cabeza de lado a lado —. Tal vez —, se encogió de hombros.

Durante el resto del día aprendió muchas cosas sobre ella, y también muchas cosas suyas propias.

Era extraño darse cuenta hasta qué punto se desconocía.

Ese día descubrio que prefería los perros antes que los gatos, y también que su película favorita era "Combien m'aimes-tu?". También supo que su sabor favorito de helado era el ron con pasas, y que su amor por los chicharrones era insuperable.

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