|Mes Dos | XX

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El segundo mes María Corina conoció a los padres de Mónica. No fue algo planeado ni esperado. En realidad, fue como esas cosas que solo suceden por obra del destino.

El inicio del día no fue color rosa. No había terminado de desayunar cuando sus amigas comenzaron a discutir, algo que sinceramente ella odiaba.

-. ¡No puedes irte a vivir con ese idiota, Sara! -, exclamó Paulina con frustración al recibir la nueva noticia de su amiga mayor. Era la única en todas ellas que no terminaba de aceptar esa relación, y también era la razón por la cual Sara aún no se atrevía a presentarlo ante el grupo de chicas.

-. No necesito tu permiso, Paulina.

-. ¡Mierda, Sara! ¡Cristian y tú terminaron por su culpa!

-. No fue su culpa. Fue mía. Era yo quien estaba en una relación.

-. ¡Pero no puedes irte con él!

María Corina de inmediato se metió en aquella discusión. Odiaba las peleas, y mucho más si sucedían tan temprano en la mañana.

-. ¿No crees que es muy pronto, Sara? No han estado juntos ni un año.

-. Lo sé, pero quiero hacerlo. Estoy enamorada de Estefan, y estoy muy segura de esto.

-. ¡Estuviste dos años con Cristian y nunca pensaron en algo así! -, se desesperó Paulina. Su odio hacia Estefan era casi tangible.

-. ¡Ay, ya! -, la detuvo Delsa con furia. Con el pasar del tiempo había aceptado la nueva relación de su amiga, pues la sonrisa que solía llevar todo el tiempo impresa en el rostro era lo único que necesitaba. Era quien más la apoyaba -. Estefan no es Cristian. Sé que lo quisiste mucho, todos lo quisimos y aun lo hacemos, pero si Sara no es feliz con él no puedes forzarla.

-. A la mierda contigo, Delsa.

Elena dio un golpe a la mesa. Todos callaron, pues sabían que no era seguro molestarla al estar enojada.

-. ¿Realmente estás segura de querer irte con Estefan? -, preguntó a la joven que consideraba su hija.

-. Muy segura -, contestó sin titubear.

-. Entonces ve. Nadie de aquí puede detenerte.

Ese día Mónica no fue a dibujarla. Le escribió varios mensajes para comprobar su estado, pero ella no contestó ninguno.

Aun así, en medio de todos los borradores que hizo ese día, no tuvo tiempo para preocuparse demasiado y volverse paranoica.

La pintora llegó a la editorial cuando Maria Corina terminó de guardar sus cosas. La muñeca le dolía, también la espalda, pero cuando ella llegó a abrazarla y la besó, tal vez con demasiada efusividad, nada de eso importó.

Cuando se alejó la notó nerviosa, inquieta. Era extraño verla así, pues sus movimientos siempre desbordaban gracia y seguridad.

-. ¿Te has fumado algo antes de venir, Mónica? -, preguntó con delicadeza -. No te ves bien.

-. Mierda, no. No he fumado nada, Coco.

La frustración acompañaba sus palabras.

-. ¿Estás bien, Mónica? -, preguntó entonces mientras buscaba sujetar sus manos para tranquilizarla.

Fue ante el contacto que Mónica dio un salto hacia atrás, una mueca de dolor acompañándola. María Corina había tocado su muñeca por error.

La herida que la pintora se había hecho al terminar de pintar a violeta habría cerrado tiempo atrás, pero ella insistía en mantenerla abierta.

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