| Inmadura | VII

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Tocó por tercera vez en los cinco minutos que tenía frente a la puerta y nuevamente no había respuesta alguna.

Resignada y con el ánimo por el suelo regreso a su departamento.

Desde hace una semana la ojiverde no daba señales de vida.

Su celular estaba apagado, los mensajes nunca tenía un repuesta de vuelta y su departamento lucía vacío.

Resopló disipando la ganas de llorar.

Se preguntaba que había hecho mal, si algo le había pasado o a qué se debía su comportamiento.

No tenía respuestas.

La ojiverde luego de hacerce el tatuaje en honor a su hermano simplemente desapareció.

Dejándola con un vacío enorme.

Odiaba ese sentimentalismo, odiaba el emocinalismo que le había creado en tan solo un mes y unos días.

Se recostó en el sillón, tratando de alejar a la ojiverde de su mente, de sacar sus frases de su vocabulario, de olvidar su perfume.

Pero le era imposible, necesitaba saber de Mónica.

Su corazón lo anhelaba.

Tocaron la puerta de su apartamento con suavidad, desganada se levantó del sofá hasta la puerta.

Agradeció el no haberse hecho ilusiones, no era la ojiverde.

-. María Corina... -, sonrió la presidenta de condominio -. Vengo a traerte la invitación para esta noche -, mencionó dándole un sobre blanco con detalles exagerados en la parte frontal. María Corina la miro sin comprender del todo -. Ya sabes, la fiesta anual -, recordó a lo que María Corina solo asintió.

-. Gracias -, mascullo. La señora giro para marcharse, la mayor captó su atención -. ¿Ya le entregaron la invitación a la vecina? -, cuestiono con la esperanza de encontrar a Mónica en la fiesta.

-. Sí -, afirmó -. Solo que se la hicimos llegar a otro condominio.

María Corina la miro sin comprender del todo, pasmada.

¿Cómo que otro condominio?

Salió de sus pensamientos y no supo cuánto tiempo se perdió en su mente, estaba helada y la señora ya se había marchado.

Trago en seco, dejando humedecer sus mejillas sin control.

Se había ido sin avisarle nada.

La mayor se ajusto el abrigo sobre su corto vestido rojo antes de entrar al enorme salón de eventos del edificio.

Al entrar al salón las luces estaban apagadas, los reflectores encendidos, la música a todo volumen y los vasos de bebidas en manos de cada uno de los invitados.

Respiro hondo. El humo de los cigarrillos no podía faltar, y tampoco el típico chismerio en reuniones de condominio.

—. Iré a saludar a Alexa. Tú quédate acá, o conoce a alguien... O haz algo -, esa era Paulina, lo más cerca que tenía a una amiga en aquel condominio.

-. ¿Y qué pasa si no quiero?

Alex, el chico pelirrojo de apariencia debilucha se había mantenido tras ellas, acercándose a Paulina y tomarla de la cintura con su delgado brazo.

-. Puedes venir con nosotros, tengo unos amigos que...

-. Es lesbiana, idiota -, le recordó bastante enojada, siempre debía recordárselo. Sin disimulo alejo aquel débil brazo de su cintura.

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