2. Atardecer

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Christian no estaba del mejor humor, su marido había prometido tener una cita con él, todo el día, había dicho, iba a ser suyo todo el día, pero esa promesa se había roto en el momento en el que el celular del austriaco sonó.

Había aceptado hace mucho que Mercedes y él compartían el tiempo de su esposo, y no le importaba la mayor parte del tiempo, él mismo tenía esa tendencia cuando se trataba de su trabajo, al menos antes, ahora ya les había dejado en claro quienes serían sus prioridades, y sí no lo querían así, bueno, Christian no tenía ningún problema en firmar su renuncia.

Pero Toto no llegaba a tales extremos, y no le molestaba, porque sabía lo que su trabajo significaba para el mayor.

No, lo que le molestaba era que ni siquiera se tomo el tiempo de interrumpir unos minutos su llamada para decirle a Christian que buscará algo más que hacer o que pospondrían la cita, es más, cuando entró a la oficina para dejarle el almuerza ni siquiera le dijo nada más que las gracias.

Porque conocía a su marido, y sabía que el mayor simplemente había olvidado la cita, era algo un poco frecuente que sucedieran las cosas.

Suspiro mirando a sus hermosos mellizos y les sonrió.

– Antes no olvida el día de la semana porque su agenda no se lo permite – Christian se inclino a recoger a sus bebés y los miro con una sonrisa suave. –¿Quieren salir de compras? – preguntó con ternura. Los dos bebés balbucearon, y él tomó eso como un sí.

Así que preparó las cosas para salir con sus hijos y mientras salía le informó a Helen, su ama de llaves, que iba a salir con los niños.

En cuanto estuvo en el auto encendió la radio, e inmediatamente su radio reprodujo canciones de Disney, suspiro con una sonrisa divertida, como habían cambiado las cosas.

Hace algunos años, incluso meses, su radio habría reproducido música de rock, bandas que escuchaban sus otros hijos, de hecho Nyck había hecho una playlist en Spotify para que todos pusieran sus canciones favoritas, aunque Mick había puesto casi toda la discografía de Taylor Swift.

Pero ahora escuchaba música para niños pequeños, incluso si a los mellizos les gustaba también otra clase de música, Toto y Christian se habían planteado darles la infancia que ninguno de ellos tuvo.

Una vez en el centro comercial entró a una tienda donde encontró cosas para sus hijos, había reunido una pila enorme cuando vio un hermoso mameluco de Chimuelo para su hijo, bastante tierno a decir verdad, y estaba considerando un mameluco del dragón blanco para su hija cuando sintió a alguien llegar a su lado.

Casi grita de no ser porque se dio cuenta que era su esposo.

– No hagas eso Wolff – dijo con un puchero, aunque una pequeña sonrisa asomaba en sus labios, el mayor tomo eso como si estuviera bien y se acercó con la intención de abrazarlo. – ah no, estoy molesto contigo.

– Lo sé, liebling, sé que pensaste que olvide nuestra cita, y al principio sí, pero cuando saliste después de dejarme el almuerzo lo recordé y organice algo, ¿Me acompañarías?, prometo que te va a gustar.

Christian lo dudo, pero entonces asintió.

– Está bien, pero tú pagas todo esto – respondió con una sonrisa traviesa.

– Como si eso fuera un castigo para mí – no, no lo era, Toto compraría el mundo para ellos si Christian se lo pedía.

En la fila Toto llenaba de mimos a sus bebés, quienes estaban emocionados por la atención de su padre, Christian fingió molestarse.

– Uy, creo que papi ya se enojo, no sé si es porque yo no le doy besos o porque claramente soy su favorito de los dos – Christian resoplo.

– Claramente no lo eres, y lo demostraré... hola cariño, ¿Vienes con papá? – Christian solo tuvo que estirar sus manos para que sus bebés quisieran ir con él.

– Si, si, ya entendí, te quieren más, pero entonces eso es mentira, yo te quiero más – sonrió ante esto, y acomodo a sus bebés en su cadera, recibió con gusto el beso de su marido.

– Eso no lo dudo, te lo dije, siempre ganó, quería que me amarás con locura y lo logré – Toto se rio entre dientes.

– Como diría Checo, me hiciste un amarre muy potente, y funcionó – Christian se rio, y una vez que pagaron salieron de la tienda para encontrarse con Helen, quien tomo a sus bebés en brazos y guio a otro de sus empleados con las compras a un carro que pertenecía a su marido.

El británico giro a ver a su marido con duda.

– Ellos regresarán a la casa, nosotros tenemos otro destino, vamos – el mayor lo guio al auto en el que Christian había viajado con sus hijos y pronto empezó a manejar.

Por más que quisiera saberlo, no tenía idea de a donde iban.

Después de pagar, Toto lo llevó a un hermoso prado, justo cuando el sol comenzaba a descender. El cielo se tiñó de tonos naranjas y rosas. Christian sonrió y dejo que su marido lo guiará a una manta que estaba en el pasto, con una linterna apagada al lado.

– Vamos, ya casi es momento – Toto se sentó primero, dejando espacio entre sus piernas para que Christian se acurrucara.

Inmediatamente se sintió tranquilo, y en paz, era maravilloso como Toto lo hacía sentir así.

– Lamento haberte hecho sentir olvidado, amor – susurró Toto, abrazándolo más fuerte mientras el sol descendía lentamente en el horizonte.

– Está bien, Toto. Lo importante es que estás aquí, ahora – dijo Christian mientras levantaba la vista al cielo.– además, no sería la primera vez que eso pasa, amor.

– Eso no me hace sentir mejor, prometo que cambiará, no de la noche a la mañana, pero mi hermoso esposo, mis maravillosos hijos y mi familia serán mi prioridad – Christian sonrió con cariño, girando levemente para poder ver a su esposo, recargando su cabeza sobre la clavícula del otro.

– Te amo, tanto, sé lo mucho que te esfuerzas, pero no te preocupes por eso, te lo he dicho, me enamore de ti, conociendo tus virtudes y aceptando tus defectos, así que no tienes que cambiar nada, me basta con que aceptes que te equivocaste, y ya me explicaste porque pasaron las cosas, así que no estoy molesto – el mayor lo miro con cariño y se inclino a besar su cuello, abrazándolo más cerca.

– No sé que hice para merecerte, cariño, pero gracias, por cumplir todos mis sueños a mi lado, gracias por hacerme el hombre más feliz, por compartir mi apellido conmigo – Christian se rio entre dientes por eso último.

Por supuesto que su esposo diría eso, solo era algo tan él que tenía sentido, de hecho, se habría preocupado si un comentario como ese no hubiera salido de su boca.

Se distrajo por unos segundos cuando vio el sol, si había algo que amaba, era la naturaleza, y era aun mejor cuando la disfrutaba junto al hombre de sus sueños.

– ¿No crees que el atardecer es hermoso? 

– Si, es lo más hermoso que he visto – el británico se giro para hablar sobre porque amaba los atardeceres cuando notó que la mirada del mayor no estaba sobre la puesta del sol, estaba sobre él.

Sintió que sonreía sin poder evitarlo.

Y se dedicó a admirar a su pareja, esos ojos tan hermosos y expresivos, esa sonrisa que iluminaba sus días, el rostro del hombre más maravilloso.

– Pero hay algo aún más hermoso frente a mí. – el austriaco le sonrió, para después inclinarse a dejar un beso en su mejilla.

– Tienes razón, es lo más encantador que he visto en mi vida – Christian beso a su esposo, dándole la espalda a la puesta del sol, había una vista mucho más maravillosa justo frente a él. 

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Nos leemos hasta la próxima.

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