18. Baile lento.

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La lluvia era una de las cosas que más podían relajar al británico.

Había algo en el sonido, la vista y el olor que podía darle una paz y tranquilidad como ninguna otra.

Bueno, eso era mentira, su esposo le brindaba todo eso y más con solo una sonrisa.

Pero ahora mismo no tenía a su esposo, porque estaba en la fábrica, Christian se tuvo que quedar en casa porque tenía un pequeño resfriado, pero sus bebés y sus tres hijos estaban peor, así que se quedó a cuidarlos y tratar de hacer que se sintieran mejor, Toto no sabía que eso había pasado o estaba seguro de que el mayor estaría ahí en solo unas horas para ayudarlo, pero el británico sabía que era muy importante que su esposo estuviera en el trabajo, así que no dijo nada y lidio con su tortura autoimpuesta.

Limpiando las narices de los mellizos, llevando pañuelos a los otros tres, lidiando con su mal genio, de los cinco, que sin duda su pequeño Ben era quien se llevaba el premio para su sorpresa, tener que darles medicamento cuando todos se negaban, lidiar con los llantos en medio de la noche.

Y por fin, cuatro días después había paz, había silencio y tranquilidad, y para su suerte, también había lluvia, era justo lo que necesitaba hasta que pudiera conseguir al mayor de vuelta.

Así que se recostó en el sillón de la biblioteca, el que estaba pegado a la ventana, usando una de las sudaderas del austriaco, cubriéndose con una cobija que su esposo había mandado a hacer con un mapache en ella y mirando el paisaje.

Se quedó dormido rápidamente por el cansancio y la paz.

No supo cuanto tiempo paso cuando se despertó por unos brazos que lo envolvían, brazos fuertes y ese delicioso aroma.

Su esposo había vuelto.

– Pensé que tenías que estar allá otros dos días – Toto beso su cuello en seguida.

– Me necesitabas aquí, ¿Por qué no me dijiste antes?

– Estabas ocupado con cosas importantes, no queríamos molestar – Toto pellizco su cadera para llamar su atención.

– Tú eres lo más importante para mí, pensé que ya lo sabrías para el momento... ven, vamos por un plato de sopa de tomate y entonces podemos regresar a que descanses, es mi turno de cuidar a mi pequeño mapache – el británico no estaba en contra de la idea, así que permitió que el mayor lo sacará de su nido de cobija y almohadas y lo arrastrará a la cocina.

Helen estaba sirviendo tres platos de sopa y preparando dos biberones, Christian estuvo a punto de tomarlas, pero Toto sostuvo su mano y luego la llevo a sus labios, dejando un pequeño beso en la piel.

– Nada de eso, Helen puede encargarse, y tendrá ayuda, ven – el rubio fue prácticamente arrojado sobre el sillón, y unos minutos después tenía una charola con una plato de sopa caliente y dos piezas de pan de ajo.

Comió en silencio, ofreciéndole al mayor cada cierto tiempo, cosa que su marido siempre rechazaba alegando que solo era para él. No tardo mucho en terminar su merienda, así que los dos se levantaron, el castaño mandando de regreso a la biblioteca al menor.

Una vez que estuvo dentro de la habitación se dirigió al pequeño radio que tenían en una de las esquinas y lo encendió, las notas de una de las canciones que Toto le había dedicado el año pasado empezó a reproducirse por lo bajo.

Las palabras en italiano se las sabia de memoria, incluso se sabía el significado, lo que lo hacía sumamente dulce.

Cerro los ojos con tranquilidad y se acerco a la ventana a mirar de cerca las gotas de lluvia impactar contra el vidrio.

Una hermosa tarde para relajarse.

No paso demasiado para sentir los brazos de su esposo rodearlo y acercarlo a su cuerpo.

– ¿Me concede esta pieza, señor Horner-Wolff?, le debo un baile de nuestra última gala – el menor sonrió y se giro solo para besar la mejilla del más alto.

Los dos empezaron a balancearse con facilidad, sin prisas por agilizar el movimiento, solo eran ellos dos, el calor de su cuerpo y el latido de sus corazones.

En alguna parte de la canción su esposo empezó a cantar la letra en su oído, de una manera tan suave que no pudo evitar querer estar más cerca de él, poder deleitarse con este momento y guardarlo para siempre en su memoria.

Sus cuerpos encajando perfectamente, sus manos entrelazadas y la cabeza de Christian sobre el pecho de la del mayor, balanceándose de un lado a otro, solo ellos dos y la música, todo lo demás había dejado de importar, todo lo que necesitaban justo ahí, con ellos.

Cuando la canción acabo empezó a reproducirse una de sus canciones favoritas de Presley, por lo que no dejaron de moverse, incluso si el ritmo no iba del todo con la canción, no les importaba, solo querían estar juntos.

El británico miro por la ventana y sonrió.

Había tenido una semana sumamente estresante, todo lo que quería era que Toto lo llevará a la cama y los dos se acostaran solo para dormir dos días enteros, pero al mismo tiempo sentía que al lado del austriaco podría intentar hacer muchas cosas sin cansarse.

Este pequeño momento le recordaba a cuando habían decidido mudarse juntos al inicio de su relación, donde no sabían que podría pasar, solo que querían estar juntos.

– El día es tan brillante.

– Cariño, no hay sol, está lloviendo – el británico se giro para mirar al mayor.

– Lo sé, no me refería al sol, tu iluminas mis días, por favor, nunca dejes de bailar conmigo, incluso si nunca hemos sabido como – el mayor tomo entre sus manos sus mejillas y lo acerco a un beso amoroso, pero un poco intenso. 

– Con gusto bailaría contigo todas las canciones del mundo, pero son demasiadas que temo que tendremos que llegar a un acuerdo para vivir más de lo posible, juntos – Toto siempre tan dulce.

Se acercaron al mismo tiempo, intercambiando un beso dulce, lleno de todos sus sentimientos, sonrió cuando el más alto los hizo seguir balanceándose.

A veces solo necesitaba de estos pequeños momentos para recargar su pila, solo necesitaba de su marido.

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Nos leemos hasta la próxima.

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