19. Caricias en el pelo.

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Había tres cosas con las que Christian siempre había luchado, las migrañas, el estrés y el insomnio, sabía que uno podía derivar al otro y así, pero con Toto a su lado como el siempre hombre preocupado que era, ya tenía un control de las tres.

O eso pensó hasta que llegaron los bebés y sus horarios se volvieron un desastre.

Las migrañas no había hecho aparición, el estrés había sido fácil de erradicar, nada como un poco de oxitocina por su cuerpo para relajarlo.

Su problema fue que el maldito insomnio había vuelto, y con fuerza, no le había comentado nada a su marido porque no quería que se preocupará, había días en los que solo podía dormir media hora y aun así se sentía peor.

Para su buena suerte el mayor tenía un sueño pesado, así que el británico solo tenía que esperar a que el otro se durmiera bien antes de levantarse y hacer algo de provecho.

Algunas noches hacía su trabajo, otras repasaba algunos temas para poder ayudarles a los niños a sus tareas, incluso había empezado a sacar a pasear a los perros, pero algo que prefería hacer por mucho era investigar.

Sus temas favoritos desde niño fueron el espacio y la historia, así que leía muchos libros y escribía en libretas sus ideas y todo lo que aprendía, tenía dibujos y palabras por todas partes, era un desorden que solo él entendía, bueno, él y su marido, que después de tanto ya lo conocía mejor que a él.

Así que aquí estaba, a las 3 de la mañana, leyendo las páginas del capítulo que hablaba sobre como Julio Cesar había inventado una codificación de mensajes que llego a salvar a su ejercito.

Llevo la taza en sus manos cuando escucho un carraspeo, lo que lo hizo congelarse.

Mierda.

Giro lentamente la mirada para ver a su esposo, cruzado de brazos, con la mirada molesta.

– ¿Cuánto? – Christian miro al mayor con confusión y temor, ¿Cuánto qué?, ¿Llevaba del libro?, ¿Despierto?, ¿Café había bebido?

Las opciones a esa pregunta eran demasiadas.

– ¿Cuánto tiempo has estado sin poder dormir – ah, eso, el menor se alejo un poco más del más alto, lo que no era mucho, porque estaba en su sillón y no podía ir a ningún lado. Lo peor es que cuando no se trataba de trabajo el británico no podía mentirle.

Siempre podía intentarlo una primera vez.

– Estoy esperando la respuesta Christian – ay, no apodos, si estaba molesto.

– Casi tres semanas – los ojos que antes eran al menos un poco cariñosos ahora se habían endurecido.

– ¿Cuántas horas has dormido al día? – el rubio se encogió sobre su lugar, y dejo su taza rápidamente en la mesita de noche.

– Depende, a veces nada, a veces dos horas – el austriaco suspiro profundamente.

Y entonces se acerco a grandes pasos, tomandolo de la cintura y cargandolo sobre su hombro, el rubio gritó cuando sintió la nalgada.

– ¡Toto!

– Nada de Toto, no has estado cuidandote, ¿Qué he dicho sobre dormir tus horas?

– Que es lo más importante

– Exacto, ¿Por qué te haces esto? – Chrisitan sostuvo con fuerza al mayor cuando vio como subía las escaleras, cerro los ojos ante la perspectiva.

Los volvió a abrir solo hasta que lo arrojo sobre su cama, solo para empezar a quejarse cuando el mayor lo envolvió en cobijas y luego lo atrajo a su pecho.

– Debes cuidarte mejor – Christian suspiro, sí, sabía eso, pero a veces simplemente... era imposible para él. 

– Te prometo que quiero, pero no puedo, mi cerebro no se calla y tú estás tan tranquilo y luego del día agotador que ambos tenemos al menos uno de los dos merece descansar, no tienes la culpa de como funciona mi cerebro, lo odio – el rubio resoplo molesto contra el pecho del castaño.

– Pues yo lo amo, así como a cada parte de ti, y si tu lo odias, yo me haré cargo de amarlo, así como me hice cargo de amarte a ti y todo lo demás de ti que has odiado desde hace años – el británico presiono su mejilla sobre el pecho de su marido, justo donde podía escuchar el corazón del más alto.

– ¿Alguna vez te he contado que desde pequeño me pasaba esto? – Toto llevo una de sus manos a su nuca y empezó a acariciar su cabello, lo que le hizo cerrar los ojos.

– No, pero lo supuse, hablas de tanto tiempo sufriendo esto... ¿Qué hacías para dormir? – el rubio cerro sus ojos y suspiro.

– Odio el silencio, se siente como cuando estoy solo, y entonces mi cerebro empieza a trabajar, así que antes iba a la habitación de mis hermanos, cuando eran bebés, solía ayudarlos a dormir cuando despertaban en la madrugada, cuando crecieron me dejaban dormir con ellos, era... era tranquilizante.

Christian sonrió con nostalgia, esas eran las únicas pequeñas cosas que extrañaba de los momentos que había vivido con su familia biológica.

– Guy solía pasar su pequeña mano por mi cabello, como si me estuviera peinando, y me contaba historias, Jamie por otro lado siempre acariciaba el puente de mi nariz – sintió que la tristeza lo volvía a invadir.

Por eso le dolía tanto que sus hermanos también lo hubieran rechazado, no lo lastimaban a él, el hombre que había alcanzado sus sueños a pesar de todo, no, estaban lastimando al niño que creció con ellos, jugo con ellos y con el que cuidaban sus espaldas unos a otros.

– Después de que salí de casa el insomnio empeoró... hasta que te conocí a ti y dormimos juntos, pero hay temporadas en las que simplemente... es demasiado para mi cerebro, no se calla – siente el beso sobre su cabeza, por lo que hunde su cara en el pecho del mayor.

Los dedos del más alto siguen con su tarea, brindándole tranquilidad.

– Lo sé, solo necesitas ayuda para eso, para eso estoy aquí, no iré a ningún lado – sin saberlo Toto había aliviado una parte de él, o quizá si lo sabía, porque lo conocía mucho mejor que a él mismo.

 – Te amo, demasiado cariño.

– También te amo, duerme mon cheri, yo me encargaré de desaparecer el silencio – las notas del piano de Einaudi resonaron en los oídos del británico, quien sonrió.

Sí, su esposo lo cuidaría, y lo ayudaría a silenciar su cerebro para poder dormir.

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Nos leemos hasta la próxima.

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