⸻ ❛ LOS SIETE REINOS no podían mantenerse
en paz durante mucho tiempo, una prueba de ello fue cuando los dioses decidieron ser crueles con la familia real y llevarse a un pilar importante de esta: La reina Aemma, sin embargo cuando el rey se ve obl...
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"LA BODA DORADA QUE INICIÓ LA LOCURA TARGARYEN"
La suave brisa mañanera golpeaba el rostro de Vaegon con una frescura que contrastaba con el fuego que aún ardía en su interior. Sus ojos se perdían en el horizonte, donde Vermithor, su dragón, surcaba los cielos con majestuosidad, libre como el viento que lo acompañaba. El vuelo sobre su bestia había sido su refugio, el único lugar donde podía escapar de los tumultuosos pensamientos que lo atormentaban. Sin embargo, hoy ni siquiera el rugido del viento o la inmensidad del mar lograban apaciguar el torbellino en su mente.
Los últimos días habían sido difíciles, extraños, cargados de una tensión que parecía apretar su corazón con garras invisibles. Regresaba victorioso de los Peldaños de Piedra, la sangre de sus enemigos aún fresca en su memoria, su estandarte ondeando glorioso bajo el cielo. Pero aquella gloria se disipó al poner pie en la Fortaleza Roja. Su hogar, aquel lugar que había sido su refugio desde niño, ahora le resultaba ajeno, como si el equilibrio del mundo hubiera sido trastocado.
Aemyra, su hermana menor, había volado hacia el sur, sola, montada sobre su dragón. Su viaje la había llevado a Dorne, tierra de arenas cálidas y corazones fieros. Cuando regresó, lo hizo con algo más que simples relatos de tierras lejanas: traía consigo una propuesta. Una propuesta de matrimonio. El golpe fue brutal. Vaegon sentía como si el mundo que conocía se hubiera desmoronado ante sus ojos, como si la hermana que siempre había sido su confidente ahora se le escapara como arena entre los dedos.
Pero no fue solo la propuesta lo que había trastocado su mente. La noche anterior, en un acto de pura desesperación y confusión, se había escabullido en los aposentos de Aemyra. Quería hablar con ella, aclarar los rumores, entender qué la había impulsado a aceptar tal destino sin siquiera consultarlo. Pero las palabras se habían quedado atrapadas en sus gargantas. La tensión en la habitación era palpable, y lo que comenzó como un intento de diálogo terminó en algo mucho más prohibido.
Un beso.
El mero recuerdo de aquel instante hacía que el corazón de Vaegon latiera con fuerza desmedida. Llevó una mano a sus labios, recordando el dulce toque y el sabor de los de Aemyra, una mezcla de inocencia y deseo. Sonrió suavemente, aunque esa sonrisa estaba cargada de una culpa que no lograba disipar.
Aemyra, mi hermana, aún es una doncella. Sus pensamientos lo traicionaban, recordándole la gravedad de su acción. Ella tenía una reputación que proteger, una reputación que ahora pendía de un hilo a causa de aquel impulso irrefrenable. Él, un caballero, un hombre de honor, había roto los votos no pronunciados que los mantenían a salvo de la vorágine que consumía a los demás en la corte.
La razón luchaba por imponerse, pero su corazón, ese dragón indomable que latía en su pecho, seguía aferrado a la sensación de aquellos labios. Recordaba el calor de su cuerpo tan cercano, la mirada de confusión y, a la vez, de complicidad en los ojos de Aemyra. Fue un instante fugaz, un segundo en el que el mundo entero dejó de girar, y en ese momento, no fueron ni príncipe ni doncella, ni hermano ni hermana. Fueron solo ellos, dos almas que se encontraban en medio del caos.