1. Hannibal

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Hannibal es una serie del género thriller y terror psicológico, dirigida por Bryan Fuller y transmitida por la cadena NBC. Constó de tres temporadas emitidas entre 2013 y 2015, y está basada en los libros Dragón Rojo y Hannibal de Thomas Harris. La serie narra la singular relación entre Will Graham, un agente del FBI cuya capacidad de empatía la permite razonar y descubrir a los asesinos que persigue, y Hannibal Lecter, su psiquiatra, con quien emprenderá la búsqueda de un peligroso criminal conocido como El Destripador de Chesapeake.

 La serie narra la singular relación entre Will Graham, un agente del FBI cuya capacidad de empatía la permite razonar y descubrir a los asesinos que persigue, y Hannibal Lecter, su psiquiatra, con quien emprenderá la búsqueda de un peligroso crim...

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Will no creía que un psiquiatra pudiera ayudarlo. Ni aunque fuera el psiquiatra más renombrado de Estados Unidos… ¿qué podía saber un pomposo sanador especializado en problemas mentales sobre el trabajo de un auror? ¿Por qué no se dedicaba a investigar pociones curativas como el resto de los sanadores y lo dejaba en paz?

-Deja de bufar, Will, por favor- le pidió con firmeza su jefe, Jack Crawford.-El doctor Lecter está por llegar y no quiero que lo ofendas con esa cara larga. Costó mucho que aceptara atenderte y sería un desperdicio que se arruinara la cita, así que compórtate.

-Doctor. Bah- repitió Will por lo bajo, esquivando la mirada de Jack y desviándola hacia la ventana. Que Hannibal Lecter eligiera llamarse a sí mismo "doctor", un término nomaj, le decía mucho sobre su persona. Los sanadores especializados en la mente eran ciertamente miembros valiosos de la comunidad mágica y él los respetaba, porque su labor implicaba trabajar con lo más complejo del hombre, que era su cabeza, pero aún así. No tenía un buen presentimiento sobre Lecter.

Debido a la complejidad del cuerpo y la mente humanas, el uso de magia para sanar enfermedades y heridas mágicas estaba estrictamente regulado por un código de sanación internacional. Cada hechizo curativo, cada poción y tratamiento debían ser aprobados por una junta sanadora antes de ponerse en práctica. Claro que las heridas comunes no contaban, hasta los niños que recién empezaban a estudiar brujería eran capaces de preparar una pócima para curar la tos, o una pomada que aliviara al instante la picazón de una herida. Pero las heridas mayores que ponían en riesgo la vida, las enfermedades y otras dolencias producto de la magia, ésas sólo podían ser curadas por un mago que hubiera estudiado sanación. Las enfermedades mentales en particular eran complicadas aún para los brujos más expertos, porque la gran mayoría no eran producto de la magia sino de la naturaleza y para eso todavía no existía cura.

Los nomaj, pese a todas sus deficiencias como sociedad, estaban un poco más avanzados que los magos en el estudio de la mente. Los médicos nomaj que trataban enfermedades mentales eran llamados "psiquiatras", y era por eso que los sanadores que se dedicaban a lo mismo habían adoptado el término. Si los nomaj combinaban técnicas psicológicas con sus fármacos, ¿por qué ellos no podían hacer lo mismo? El doctor Lecter había sido de los pioneros en mezclar la terapia con pócimas en el tratamiento de ciertas afecciones mentales de forma exitosa; claro que aún quedaba mucho camino por recorrer y la variabilidad de enfermedades mentales hacían imposible una única cura, pero el proceso estaba iniciado. Y era justamente por eso que él estaba allí: para ser ofrecido como conejito de indias al ilustre sanador, bajo el pretexto de "ayudarlo" en su tarea de auror.

"Jack tiene la culpa. Si él no hubiera puesto mi nombre en la lista de posibles pacientes del maldito doctor Lecter yo no estaría aquí ahora" pensó Will de repente, enojado, mientras se veía obligado a darle la mano a Hannibal Lecter luego de que éste por fin llegara. El doctor Lecter había solicitado al ministerio su cooperación en la búsqueda de "pacientes voluntarios" para sus tratamientos, y Jack no había dudado en ofrecerlo a él; poseía una habilidad para la legeremancia tan desarrollada que era capaz de pensar y sentir lo mismo que los criminales a quienes investigaba, lo cual era tan bueno como malo. Bueno, porque podía anticiparse a ellos y capturarlos antes que se volvieran demasiado peligrosos; y malo, porque tener pensamientos ajenos en su cabeza de forma tan intensa lo estaba enfermando, resultándole cada vez más difícil hacer su trabajo.

-Auror Graham, permítame asegurarle que todo lo que vayamos a hablar en nuestras sesiones quedará estrictamente entre usted y yo- le dijo con suavidad Lecter, como queriendo tranquilizarlo, tras la salida del consultorio de Jack.-No estará obligado a decirme nada que no quiera, y además…

Ahórrese el palabrerío, doctor- lo interrumpió Will con mal modo.-Sabe que estoy aquí por sugerencia de mi jefe. Él cree que una terapia mágica me ayudará a no vivir con tanta intensidad los pensamientos ajenos, así que quite esa sonrisa complaciente que ya lo sabe. No estoy aquí porque crea en sus métodos, estoy porque me obligan.

Hannibal no dejó de sonreír en ningún momento. Ya le habían advertido del mal genio del auror Will Graham, así que no estaba ofendido por su grosera manera de hablarle, aún cuando odiaba la grosería. Will era un caso único por lo que sabía, un mago cuya legeremancia era tan potente que no necesitaba usar su varita o siquiera estar cerca de la otra persona; sus investigaciones de casos raros lo habían llevado a conocer el nombre de Will, el hombre de aspecto ordinario frente a sí, pero con una mente privilegiada capaz de derribar los muros de una mente dura para llegar a la verdad.

Si era sincero, le fascinaba demasiado como para importarle su cara larga y terrible olor a colonia barata. Tenía que tenerlo cerca suyo y estudiarlo a fondo.

-Usted ahora no puede verlo, pero nuestra relación será muy fructífera para ambos, auror Graham, se lo aseguro. Encontrará mi terapia y mi compañía muy provechosas.

-Lo dudo. No lo encuentro en lo absoluto interesante- espetó Will.

-Lo hará- respondió brevemente y sin dejar de sonreír el doctor, haciéndole un encantamiento a la puerta para que nadie pudiera interrumpir su preciada sesión.

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