Capítulo 7- El tratado de paz.

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Quería informarles que, desgraciadamente, no podré seguir con la fanfic.
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA.
Mentira. Obvio que la seguiré escribiendo.
Que si me quedo ciega, o sin manos, pos ahí si ... xD
En fin, lo que en verdad quería decirles es que, debido al capítulo anterior, estoy comenzando a Reclutar #Clalec shippers para un ejército que se enfrente a las # Malec shippers en una batalla épica de rap, comandada por Mc Dinero y el Komandher.
Jajaja. Na.
¡Ya no les quito el tiempo con mis sandeces!
Éste capítulo es un premio porque llegué a 1300 leídas en cuatro días omg. Así que será algo corto.... ¡But anyway!
Recuerden manosear a la estrellita de acá abajo, porque anda en celo.

Capítulo 7.- el tratado.
el día del entierro

Jonathan se irguió y echó varias ojeadas a ambos lados, buscándola con algo más que simple preocupación en la cabeza.

La necrópoli estaba parcialmente vacía ya, y Kell seguía sin aparecer o dar señales de vida.

El muchacho quería pensar que su ausencia se debía a que posiblemente sólo deseaba tener un tiempo a solas, después de lo sofocada que debió haberse sentido después del asesinato de su madre con todas aquellas revoltosas preguntas que solía hacer el concejo, y de la ceremonia en el entierro dónde no paraban de dirigirle furtivas miradas de lástima y consuelo.

Sin embargo, Jonathan no podía saberlo con seguridad, y ya estaba comenzando a anochecer. Su tío Luke (quién no era realmente su tío, pero por razones obvias no paraba de llamarlo así) también la estaba buscando, al igual que Jocelyn.

Habían acordado separarse para encontrarla más rápido, pero el plan simplemente no parecía estar dando resultados.

Jonathan maldijo en latín. ¿A dónde más pudo haber ido? ¿En dónde....?

-¡Puta madre! -replicó, especialmente para sí -¿Cómo no se me ocurrió antes?

Echó a correr, cómo alma que la viene persiguendo el diablo, en dirección contraria a la que se encontraba, soportando las ganas que tenía de darse de tortas él mismo.

Su casa.

Había ido a su casa.

Jonathan por algún lado había escuchado decir que a Kell no le permitirían volver allí, por razones completamente irracionales.
Y con lo cabezuda que era Kell, lo más seguro fuera que ella no quisiera hacer caso, y que se sintiera en total libertad de ignorar los deseos de la propia Clave. De desafiarlos.

Cosa rara.

De veras que sí.

*******

Kell sintió las piernas flojas cuando entró.

A mitad de camino había vacilado, y se había detenido a contemplar la casa. Construida sobre pilotes, la alta estructura blanca, tan encantadora en el día, siempre le había parecido un poco siniestra por la noche. No era la casa en sí, sino el espacio que quedaba debajo. Enmarcado con celosías blancas, el sótano infestado de arañas servía para almacenar desde las viejas herramientas de jardín de su madre, hasta baúles de viejos libros que habían pertenecido a su tío en sus tiempos.
Recordaba que solía utilizarlo como un escondite secreto cuando Stephen (no se atrevió nunca a llamarlo padre) y su medio hermano, Liam, acudían a su visita semanal.

En realidad, Liam no tenía que venir a verla porqué teóricamente no era nada suyo, sin embargo, siempre acompañaba a su padre simplemente para fastidiarla.

Recordaba que, al escuchar el trote de los caballos, no perdía tiempo en correr hasta allí a encerrarse. Pensando que, tal vez así, algún buen día Stephen desistiera en reclamar el derecho a visitarla. Pero nunca lo hizo.
Siempre estuvo ahí, puntual, para arruinarles, a ella y a su madre, la vida.

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