Capítulo 23

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Serguei, 31 años.

Diciembre.

Desciendo escaleras de caracol levemente iluminadas y hechas de piedra, mientras que la temperatura comienza a bajar a medida que continúo con mis pasos, pero eso no iba a detenerme con la tarea que traía entre manos para Sevastien.

Tiro con más fuerza del cuero cabelludo del estúpido que ha tenido la idiota idea de traicionarnos con la policía en el último cargamento, y escucho como suelta un sollozo que se mezcla con un chillido de dolor ahogado por la mordaza, mientras que sigue luchando para soltarse de mi agarrare, pero sabía que no iba a poder conseguirlo.

Su fuerza era muy inferior a la mía. Ni siquiera tuve que inyectarle un sedante; bastó un sólo pequeño golpe en el rostro para que cayera inconsciente, cuando despertó justo en el momento en que tiré de su cabello para arrastrarlo, cayendo en la realidad de su situación.

Una situación en la que tenía la fortuna de no salir vivo.

¿Tan difícil es entender un simple lema dentro de la Bratva?

No cabe duda que el dinero, corrompe a los más estúpidos e inútiles, pero no para bien.

Se supone que yo debería estar gozando de mis días de descanso dentro de casa, debido a las grandes tormentas y ventiscas de nieve que se han presentado en todo el país; bloqueando carreteras y aeropuertos que nos impedían salir por al menos dos semanas.

Sin embargo, aquí estoy, a punto de jugar al carnicero torturador, cuando debería estar tomando una taza de chocolate caliente que preparó la abuela hace un rato y comiendo galletas en forma de muñeco de jengibre, cortesía de Emilia.

Te odio por eso, Sevastien; pienso con un ligero gruñido de molestia al fondo de mi garganta, y nada más por diversión, tiro con más fuerza el cuero cabelludo del estúpido que ha interrumpido mi momento familiar.

—Vamos, imbécil— espero entre dientes con otro gruñido, tirando con más fuerza de su cabello, hasta que lo escucho chillar ahogadamente de dolor—. Que por tu culpa, no estoy bebiendo mi maldito chocolate caliente y comiendo mis galletas favoritas.

Nuevamente, el tipo trata de soltarse de mi agarre, pero mis dedos se cierran con tanta fuerza que puedo sentir cómo las yemas, se presionan duramente contra su cráneo y sus quejas de dolor, se hacen más fuertes.

—¡Cállate!— grito con molestia, antes de lanzarlo al piso del descanso y darle una patada en las costillas mientras que no deja de quejarse—. ¡Me tienes harto, joder!

Pateo de nuevo sus costillas con más fuerza que hace un momento, y escucho con satisfacción perversa, como una de sus costillas se rompe mientras que sus gritos se convierten en sollozos de dolor.

Sin esperar a que se recupere, vuelvo a tomarlo del cabello para arrastrar su cuerpo y terminar de bajar las escaleras hacia la parte oculta que hay debajo del castillo, e ignoro cada una de sus quejas ante la forma en que sus rodillas se golpean duramente contra cada escalón.

En un ligero momento de descuido, siento como su cabello se desliza de mis manos y la rata estúpida, aprovecha esa oportunidad para correr lejos de mí, a cómo sus manos y tobillos atados le permiten alejarse.

Cucaracha estúpida.

Exhalo un suspiro aburrido y exasperado, mientras que le doy un vistazo a mi reloj en la muñeca. Cuando pasan los cinco segundos de ventaja, vuelvo por él, dónde veo que está intentando inútilmente subir las escaleras hacia la salida.

Corto la distancia de los escalones que nos separan, y mi mano se cierra alrededor de la parte trasera de su cuello para tirar de él; observando sus ojos impregnados de miedo, pánico y terror ante mi presencia, cosa que me saca una sonrisa.

Votiakov: La historia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora