CAPÍTULO 4

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SAROCHA.

– ¿Todo correcto, entonces? – pregunté a Heng contemplando cómo se encendía uno de sus apestosos Marlboro mientras la suave brisa nos acariciaba el rostro. Se trataba de uno de aquellos atardeceres mágicos de tailandia en los que, cuando el tiempo lo permitía, nos sentábamos en los cómodos sillones del jardín sin otro objetivo que el de charlar observando las infinitas tonalidades que iluminaban el cielo antes del anochecer. Lejos quedaba la vida tortuosa y accidentada que habíamos dejado al otro lado del océano y que empezábamos a recordar como una especie de pesadilla de tintes difusos.

– Todo correcto – confirmó él recostándose en su sillón de mimbre trenzado antes de dar una intensa calada al cigarro y expulsar el humo en espirales ascendentes. – Su expediente académico es real y en el colegio en el que trabajó hablan maravillas de ella.

– ¡Perfecto! – musité en tono distraído al tiempo que mi mente se obstinaba en recordar el momento en el que, días atrás, aquella niñera de mirada inteligente y cuerpo escandalosamente sexi salió hecha una furia de la piscina con la ropa empapada después de que Song la empujara a traición. La chica tenía carácter, desde luego. No puede evitar sonreír al recordar el episodio.

– ¿Qué tal se lleva con Song?, ¿ha conseguido hacerse con ella?

– Bueno... de momento se ha ganado su respeto. Ya es más de lo que consiguieron las otras.

– Eso es bueno.

– A veces me pregunto si no hubiese sido mejor buscarle a la niña una familia normal... – comenté acariciándome inconscientemente el mentón con aire reflexivo.

– ¿Normal? – repitió Heng en tono inquisitivo.

– Sí, ya sabes, algo más convencional: un padre, una madre, hermanos... y no alguien como yo.

– ¿Cómo tú?

– Sí, ya sabes. ¿Tú crees que soy un buen ejemplo para una niña?

– Por supuesto que sí. Además, es obvio que te empieza a querer.

– También me pregunto cómo sería mi vida si hubiese tomado otras decisiones en ciertos momentos – admití meditabunda mientras estiraba perezosamente la espalda – Aunque son pensamientos absurdos; no se puede retroceder en el tiempo y menos aún reescribir la historia.

– ¿Eso es lo que querrías?, ¿reescribir tu historia? – preguntó mi antiguo guardaespaldas en tono socarrón al tiempo que sacudía la ceniza del cigarro sobre el césped.

Yo consideré la cuestión durante unos segundos antes de contestar.

– No me arrepiento de mi pasado, pero por primera vez me planteo qué tipo de persona sería de haber crecido en otro ambiente.

– ¿Acaso importa, a estas alturas?

– Supongo que no – reconocí encogiéndome de hombros con gesto desganado. ¿Por qué demonios me daba por pensar semejantes cuestiones en los últimos tiempos?

Un ruido a mis espaldas me hizo girar la cabeza con brusquedad buscando inconscientemente con la mano la pequeña Glock 26 que tiempo atrás solía llevar oculta en mi cintura, pero detuve el movimiento en cuanto recordé que el arma estaba convenientemente guardada en una de las dos cajas fuertes de las que disponía la casa. Me relajé de inmediato tras vislumbrar a Rebecca caminando por el jardín con gesto de fastidio. Miraba a su alrededor buscando algo, o a alguien, y no era muy difícil imaginar a quién. Su cuerpo se tensó en cuanto cruzó su mirada con la mía, aunque en seguida esbozó una sonrisa que me pareció algo estudiada. Después se acercó a nosotros con paso contenido retirándose un mechón de pelo de la cara con un gesto lleno de encanto. Yo aproveché para observarla con disimulo.

Misión Pantera (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora