CAPÍTULO 7

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SAROCHA.

– ¡Buen golpe! – exclamé con genuina admiración tras constatar que la pelota de golf golpeada por Heng se quedaba a apenas un par de metros de distancia del hoyo número 9.

– Admito que ha sido más suerte que otra cosa – confesó mi amigo con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Con su polo Lacoste perfectamente planchado, sus pantalones blancos de golf y su cara recién afeitada, podría pasar por uno de aquellos hombres de negocios o padres de familia de aspecto respetable que abundaban en aquel exclusivo club. – Aunque he de reconocer que las clases que damos con ese pinche profesor de aspecto relamido empiezan a dar sus frutos.

– ¡Continuemos! – propuse cargando los palos sobre mi hombro antes de dirigirme hacia el siguiente hoyo. Aquel deporte me había parecido siempre un tanto aburrido, pero debía reconocer que, una vez empiezas a practicarlo, era lo más relajante sobre la faz de la tierra. Además, a Heng le encantaba, razón por la que solíamos reservar plaza un par de tardes por semana y jugar unos hoyos mientras charlábamos tranquilamente de nuestras cosas.

– Bien, y ahora, cuéntame por qué quieres que investigue de nuevo a la niñera – dijo él en cuanto se colocó de nuevo a mi altura, retomando la conversación que manteníamos minutos atrás.

– No te sabría decir con exactitud – reconocí a la vez que saludaba con un gesto de cabeza a una pareja de aspecto distinguido que nos observaba con curiosidad. – Pero hay algo en ella que no me encaja del todo...– me interrumpí sin saber muy bien cómo explicar con palabras el extraño, pero firme presentimiento que tenía con relación a Rebecca.

– ¿El qué...?

– Para empezar, es inteligente e intuyo que bastante ambiciosa. Te aseguro que éste no es, ni mucho menos, el trabajo de su vida.

– Bueno, ¡es joven!; puede que para ella no sea más que algo temporal. Además, no pagas precisamente mal.

– No se trata solo de eso; hay algo en ella que me llama la atención... quizá sea su manera de moverse, como si estuviese permanentemente en guardia.

– ¿La manera de moverse? – repitió Heng arrugando el ceño.

– Lo mejor es salir de dudas. Quiero que contrates a alguien en Madrid para que haga las comprobaciones en persona. ¡Que la investiguen a fondo!

– De acuerdo; mañana mismo me ocuparé del asunto, aunque llevará unos días...

– Ya imagino, pero que no sean muchos.

– No serán muchos.

– Gracias, Heng – dije tocando afectuosamente su hombro derecho. –Y ahora, prepárate a perder...

– No cantes victoria antes de tiempo.

Hicimos unos cuantos hoyos más antes de abandonar el club e irnos a nuestras respectivas casas. Yo me dirigí al cuarto de juegos para pasar un rato con Song, aunque, siendo sincera, no era ella la única a la que deseaba ver.

– ¡Mamá! – exclamó la niña en cuanto me vio aparecer. Le había costado lo suyo llamarme de aquella manera, aunque de vez en cuando siguiese utilizando mi nombre de pila. – He acabado la lectura y eztamos probando el juego ezte de loz bailez – añadió mostrándome la carátula del SingStar de la Play Station 5 que le había comprado, días atrás, por sus progresos en la lectura.

– ¿Y es divertido? – pregunté dirigiéndole una mirada cómplice a Rebecca, que había paralizado la canción que debían de estar bailando con el mando de la videoconsola.

– ¡Zúper divertido!, ¿verdad Beck?

– Claro que sí – contestó la aludida recolocándose un mechón de pelo que le caía sobre la cara con gesto nervioso. Vestía una camiseta bajo la que se adivinaba un pecho firme y unos shorts azul marino que le quedaban escandalosamente bien. ¿Qué tipo de deporte haría para mantener ese físico?

– ¡Vamoz a hacer un baile para que lo vea mamá!

– Lo mismo prefieres bailar con ella... – señaló Rebecca ofreciéndome el mando ¿con cierto toque de rubor en el rostro, quizá?

– No, no. Mejor hacedlo vosotras y yo os miro – repuse declinando su propuesta. Sentía una morbosa curiosidad por ver a aquella chica moviendo

el cuerpo al compás de la música. ¿Sería cierto aquel famoso dicho que vinculaba la forma de bailar con la de moverse en la cama...?

Song eligió una canción al azar mientras Rebecca me miraba de reojo con gesto de indecisión. Era obvio que aquello le daba vergüenza, lo que me hizo sonreír, divertida.

– Vamoz, Beck, ¡empezamoz! – dijo Song sujetando el mando y comenzando a imitar los movimientos de los bailarines virtuales que se movían al ritmo de la cantante Tini con su "Emilia". – ¡Pero azí no, hazlo como antez, que eztáz perdiendo puntoz – agregó en tono indignado dirigiéndose a su compañera de baile, quien decidió resignarse y dejarse llevar por la pegadiza canción! Me sorprendí al comprobar que se movía bastante bien pues, por lo general, las españolas no tienen ni puñetera idea de bailar.

Cuando terminó la canción, Song depositó su mando en mi mano antes de aseverar:

– ¡Y ahora oz toca a vozotraz!

Estuve a punto de rechazar la propuesta, pero la cara de apuro de Rebecca me hizo cambiar de idea.

– Elegiré una canción para ganar, entonces – dije repasando la lista de canciones hasta decantarme por el "Señorita" de Shawn Mendes y Camila Cabello.

– ¿No prefieres bailar tú con tu madre, Song? – escuché decir a Rebecca en tono esperanzado, tratando, obviamente, de evitar compartir baile conmigo.

– No, ¡oz toca a vozotraz! – insistió la niña palmeando, divertida, con las manos.

La canción comenzó a sonar y, tras colocarnos en posición frente a nuestros respectivos bailarines, Rebecca y yo empezamos a ejecutar la coreografía con bastante precisión. Ella evitaba mi mirada moviéndose con aparente despreocupación, pero algo me decía que también sentía la química que, de pronto, parecía flotar en completa libertad dentro de aquella habitación. En un momento dado, el baile requirió que nos cruzáramos uniendo por un instante las manos. El contacto echó auténticas chispas. Era la primera vez que nos tocábamos de forma deliberada y su piel, cálida y suave, me pareció puro terciopelo.

La canción, con su ritmo acariciante, se extendió durante un tiempo que me pareció entre infinito y efímero, pues los segundos dejaron de tener significado y los minutos, sencillamente, desaparecieron. Cuando terminó, Song comenzó a dar a voz en grito las puntuaciones coronándome como la ganadora de la tarde, mientras Rebecca y yo nos miramos de reojo con la respiración acelerada. Por un momento me asaltó la duda de si sería yo la única de las dos que experimentaba aquella extraña tensión que parecía conectarnos con un invisible hilo de oro. ¿Se trataban, acaso, de ilusiones mías? Empezaba a inquietarme semejante posibilidad.

Jugamos hasta la hora de la cena, momento en el que, como cada noche, Rebecca se llevó a Song a la cocina para tomar la última comida del día junto a María.

Yo me sentía con un exceso de energía que necesitaba quemar y decidí cambiarme e ir a la piscina a nadar un rato. Aprovecharía para analizar las dos ideas que, de pronto, danzaban alocadamente por mi cabeza. La primera, que aquella intrigante profesora que hacía de niñera de mi hija me gustaba bastante más de lo que, hasta el momento, había estado dispuesta a admitir.

La segunda, que algún día sería mía.

Solo tenía que despojarla de esa molesta armadura que parecía lucir a todas horas y averiguar lo que escondía detrás.

Misión Pantera (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora