CAPÍTULO 14.

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SAROCHA.

– ¡No quiero otra profezora!, quiero a Beck, ¡ezo!

– Bueno, ya te he dicho que Rebecca ha encontrado otro trabajo y no va a poder venir más – repetí otra vez a Song con infinita paciencia. – Al menos de momento... – añadí incapaz de aceptar la posibilidad de no volver a saber más de aquella idiota policía que había abandonado mi casa días atrás en plena madrugada.

Puede que me hubiese pasado un poco al simular disparar contra ella.

¡Quizá!, aunque aquel increíble beso que habíamos intercambiado después me indicaba que Rebecca estaba más interesada en mí de lo que fingía.

Ni siquiera sabía que un beso podía llegar a ser así. Aún recordaba, con total nitidez, la poderosa carga de deseo y atracción que me había dominado en esos momentos. ¿Lo habría sentido Rebecca también así, o, por el contrario, para ella no había sido más que una experiencia a la que se había entregado por pura curiosidad? La duda, incómoda y desquiciante, me molestaba.

– ¡Puez no pienzo leer zi no viene ella!

– ¡Está bien! – claudiqué cerrando el cuento que tenía entre manos y abandonando toda intención de seguir con aquello. – Se acabó la lectura por hoy. ¿Quieres que vayamos a la piscina a nadar un rato?

– ¡Ziiii! – contestó la niña levantándose de su silla como si de pronto le quemase el trasero. – Voy a ponerme el bañador a mi cuarto.

Podría contratar a una sustituta, aunque sabía que Song le haría la vida imposible. No. Se acabaron las profesoras y las niñeras. Lo que tenía que pensar era en una estrategia para hacer volver a Rebecca Armstrong a mi vida, y no precisamente para vigilarme.

Sabía que me encontraba ante un desafío emocional al que nunca me había enfrentado con anterioridad. ¿De qué manera debería enfocarlo?, ¿cómo acercarme a alguien que parecía unida en santo matrimonio al Código Penal español? No sabía ni por dónde empezar y, una vez más, maldije mi suerte. Que la primera mujer que había conseguido robarme el sueño fuese una maldita policía parecía la broma de una mente maquiavélica. ¿No podía

haber sido de verdad profesora, ingeniera o, incluso, una de esas endemoniadas abogadas capaces de sacar el hígado a sus clientes? No,

¡tenía que ser policía! Una policía que creía firmemente en la ley y el orden, conceptos ambos un tanto difusos, en el mejor de los casos, para mí.

La cosa no pintaba, a priori, bien, y aunque lo sensato hubiese sido hacer caso del siempre juicioso Heng y olvidarme de aquella estúpida para siempre, una fuerza invisible, tan poderosa como irresistible, parecía empeñada en empujarme a hacer justo lo contrario.

Tenía que ser mía. Así de claro. Sin condiciones ni medias tintas, aunque,

¿qué sabía yo de relaciones amorosas y de romances? Mis relaciones pasadas no eran más que recuerdos difusos con mujeres que habían sido incapaces de dejar en mí la más mínima huella, y, por un momento, me pregunté qué tendría de especial Rebecca como para conseguir invadir mis pensamientos de una manera tan intensa. Era guapa, sí, y lista, pero como tantas, ¡tantísimas otras! Entonces, ¿de qué se trataba?, ¿por qué tenía que ser precisamente ella y no otra cualquiera? Aquello era un misterio dentro de un enigma, un factor desconocido de la ecuación que me sentía incapaz de descifrar.

Necesitaba respuestas, y era obvio que no las iba a obtener permaneciendo con los brazos cruzados. Era el momento de mover ficha.

Cogí el móvil y marqué el teléfono de Heng, quien contestó casi de inmediato.

Misión Pantera (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora