CAPÍTULO 19

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REBECCA.

– ¿Sabes que me ha invitado Ramírez a salir el sábado por la noche? – preguntó Irin sin dejar de revolotear por mi despacho toqueteando todo en busca de conversación. – Pero le he dicho que no... – se contestó a sí misma antes de tomar asiento frente a mí con gesto de hastío – no me van los que se hacen los graciosos a todas horas.

– ¡Ajá! – contesté en tono distraído sin dejar de dar vueltas con los dedos a uno de los bolígrafos que solía tener sobre el escritorio.

Siempre había odiado los lunes; solía ser un día en el que me arrastraba de la cama al trabajo como alma en pena y a base de un café bien cargado, pero aquel lunes en particular no estaba siendo, ni muchísimo menos, así. Un fin de semana en compañía de Sarocha me había dejado con la adrenalina disparada y los nervios a flor de piel. ¡Dios mío!, ¿en qué momento me había parecido buena idea acostarme con una persona fichada por la mismísima Interpol?, y, sobre todo, ¿cómo era posible que me hubiese gustado tanto?

Una vez más deseé que Sarocha Chankimha no fuese más que una persona normal y corriente, con su hipoteca a cuestas, un jefe insoportable y que las únicas normas que hubiese infringido en su vida fueran las de tráfico. Pero no era así, en absoluto. Y más me valía que se me pasase cuanto antes aquella inoportuna atracción que sentía hacia ella y de la que, al menos por el momento, no conseguía escapar.

– ¿Se puede saber qué demonios te pasa? – inquirió Irin tras permanecer unos segundos en silencio observándome con expresión pensativa. – Llevo quince minutos sin conseguir que articules una frase completa con sujeto, verbo y predicado.

– Ummm, ¡nada, nada! – me apresuré a decir – es que estoy de lunes – agregué tratando de excusar mi actitud distraída.

– ¡Qué lunes ni que ocho cuartos! Llevas todo el día rarísima. ¿Por qué no me sueltas de una vez lo que te ocurre?

– No me ocurre nada, en serio – mentí, una vez más, luchando contra la idea de sincerarme con Irin. Era mi amiga, pero no dejaba de ser una agente de policía. ¿Qué pensaría si se enterase de que había iniciado un idilio con la mismísima Sarocha Chankimha?

– Escucha, Beck, sé que algo te pasa. ¡Cuéntamelo de una vez, por Dios santo!

Yo fijé la vista en el techo emitiendo un hondo suspiro de resignación. Después, la miré a los ojos antes de decir:

– Prométeme que lo que te cuente no saldrá de esta habitación...

– ¡Te lo prometo! – exclamó llevándose la mano al corazón en un gesto que me pareció solemne y cómico a la vez. – Te juro que soy una tumba.

– ¡Está bien!; no sé ni cómo decirlo.

– ¿Tan grave es?

– No lo tengo claro...

– ¿Es algo ilegal?

– No exactamente.

Misión Pantera (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora