CAPÍTULO 24

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Mes y medio después. REBECCA.

– ¡Beck!, ¿quieres otra copa? – la voz de Adrián, un tipo alto y de sonrisa contagiosa recién incorporado a la brigada, llegó a mis oídos a pesar del volumen de aquella música atroz capaz de destrozar los tímpanos de todo ser viviente con un mínimo de sensibilidad. De nuevo me pregunté qué pintaba yo en aquel garito de mala muerte al que mis compañeros iban cada viernes por la noche a revivir, una y otra vez, aquella especie de competición para ver quién era capaz de beber más cerveza, contar los peores chistes o trasnochar más.

– Claro, ¿por qué no? – contesté jugueteando con el vaso en el que apenas quedaba ya algo del líquido ambarino que alguien, no recordaba quien, me había traído hacía ya un buen rato. Sabía que al día siguiente tendría una resaca de caballo, pero aquella noche, por algún motivo del todo desconocido, me apetecía beber hasta perder el control.

– ¡No puedo creer que el nuevo también esté colado por ti! – exclamó Irin en tono rencoroso sin dejar de observar con descaro el trasero del chico, que se alejaba hacia la barra tras dedicarme una mirada conquistadora a la que apenas presté atención.

– Te lo regalo... – concedí, magnánima, tratando de acomodarme lo mejor posible en aquella especie de sofá destartalado al que me había arrastrado mi amiga para conversar a solas sin la constante intromisión del resto de compañeros, algo subidos de alcohol a aquellas horas de la madrugada.

– ¿Vas a estar mucho más tiempo así?

– Así, ¿cómo?

– ¡Así de insoportable! – aclaró propinándome un pequeño empujón en el hombro – Llevas toda la noche soltando impertinencias. Menos mal que la mayoría está como una cuba y mañana apenas se acordarán de nada. ¿Se puede saber que mosca te ha picado?

– No me ha picado nada – negué sin demasiada convicción.

– Oh, ¡venga ya, Beck! No es solo hoy. Llevas todo el verano muy irritable... ¿tiene Sarocha algo que ver en ello?

– ¡Por supuesto que no tiene nada que ver! – repliqué de inmediato sin poder evitar una chispita de furia en mi tono de voz. – Además, te he dicho varias veces que no quiero hablar de ella.

– No veo yo que te funcione mucho esta técnica de obviar su existencia. Sigues pensando en ella, ¡reconócelo!

– Te equivocas – mentí apartando la mirada de los ojos de mi amiga que, inquisitivos, parecían taladrarme la cabeza en busca de la verdad.

– Entonces, ¿por qué no puedo ni mencionar su nombre sin que te moleste?

– Porque no me interesa su vida para nada.

– ¡No te lo crees ni tú! – exclamó Irin soltando una risita burlona de lo más irritante.

– Además, prefiero no tener nada que ver con delincuentes profesionales, por muy ricos y atractivos que sean – aclaré con cierta malicia. Sabía de sobra que, contra todo pronóstico, Irin continuaba su idilio con Heng, lo que hacía que mi amiga tuviese un contacto directo con Sarocha que, por alguna razón, me molestaba.

– Eres muy cansina con ese asunto, ¿lo sabías?

– ¡Lo que tú digas!

La llegada de Adrián portando una copa, que me ofreció con gesto solícito, interrumpió nuestra conversación. Casi mejor.

– Te debo una – dije dedicándole al chico una sonrisa de agradecimiento antes de dar un breve sorbo a la bebida, que descendió por mi garganta despertando un calorcillo en el estómago confortable. No me importaba que estuviese fuerte, pues el alcohol actuaba como un bálsamo temporal que adormecía aquella sensación de vacío de la que no conseguía liberarme.

Misión Pantera (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora