CAPÍTULO 23

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SAROCHA.

– Entonces, ¿a qué te dedicas exactamente? – preguntó Alejandra con gesto interesado sin dejar de juguetear con la carta que nos había entregado, minutos antes, el ceremonioso maître de aquel restaurante tan chic al que había insistido la rubia en invitarme.

– A las inversiones inmobiliarias – respondí sonriendo, sin faltar un ápice a la verdad, aunque sin intención de entrar en detalles. No me sentía del todo cómoda hablando de mis ocupaciones laborales por mucho que de un tiempo a esta parte me hubiese convertido en una respetable ciudadana y fiel cumplidora de la ley. – ¿Y tú? – pregunté a mi vez, más por cortesía que porque de verdad me interesara a lo que se dedicara mi bella compañera de mesa.

– Soy profesora de infantil – aclaró dedicándome una sonrisa amable que me hizo sentir un poco mal. Era consciente de estar allí tratando de olvidar a quien se había convertido en la causa oficial de todos mis males y quizá no fuese del todo justo dar alas a aquella chica tan simpática a la que dudaba mucho que pudiera corresponder.

– Tiene que ser un trabajo de lo más interesante – comenté identificándome en el acto con Pinocho, pues no había nada que me pareciese más aterrador que dedicarse a dar clase a un grupo de pequeños monstruos de la edad de Song.

– No sé por qué, pero algo me dice que no envidias mi trabajo – replicó mi acompañante antes de soltar una risita divertida y desplazar la mirada por mi rostro, de los ojos a los labios, en un movimiento triangular. La chica era atractiva y no tenía un pelo de tonta, y por primera vez pensé que de haberla conocido en otro momento la cosa podría haber sido bien diferente. ¿En qué momento se me había ocurrido enamorarme de nadie?

– Digamos que prefiero tratar con adultos, aunque tienes toda mi admiración, desde luego.

– ¿Saben ya lo que van a querer? – interrumpió el maître, que apareció casi de la nada y me provocó un micro infarto que me hizo dar un respingo sobre el asiento mientras me llevaba inconscientemente la mano al costado derecho en busca de un revólver inexistente. ¿Cuándo conseguiría quitarme ese gesto?

– Sí, lo sabemos – contestó Ale tras dirigirme una mirada interrogativa a la que yo respondí asintiendo levemente con la cabeza.

Hicimos nuestros pedidos e iniciamos una conversación animada que, contrariamente a lo que podría esperarse para una primera cita, no decayó en momento alguno. El local, iluminado por velas dispuestas de forma estratégica por las mesas y ambientado con una música suave, destilaba una atmósfera tranquila y romántica que inducía a relajarse y a beber el vino blanco que habíamos pedido por recomendación del atento maître.

Al llegar a los postres me sentía a gusto y relajada, y una parte de mi mente barajaba seriamente la posibilidad de acabar la noche acompañada de aquella simpática y divertida mujer con la que compartía mesa. Fue entonces cuando escuché una voz familiar que me hizo mirar a mi alrededor con gesto de sorpresa en busca de su procedencia. Mi corazón se disparó al localizar a Rebecca sentada a un par de mesas de distancia y acompañada de una pareja de meSarocha edad y aspecto elegante que tenían toda la pinta de ser sus padres. Estaba impresionantemente guapa, con un vestido blanco de verano que realzaba su bronceado y el pelo recogido en una frondosa coleta que le caía, ondulante, hasta mitad de la espalda.

Misión Pantera (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora