CAPÍTULO 15

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SAROCHA.

– ¿Con quién te vaz? – preguntó Song revolviendo en mi maquillaje hasta localizar otro ríIrin con la intención de imitarme y aplicárselo sobre las pestañas.

– Con una amiga del club de tenis – mentí considerando que el tipo de cita que tenía planeada aquella noche con Rebecca no admitía la presencia de una niña de siete años. Además, no quería que volviese a tener contacto con la policía hasta que no se aclararan un poco más las cosas.

– ¿Y cómo ze llama eza amiga? – insistió Song en tono desconfiado. A veces me sorprendía la increíble intuición que podía llegar a tener aquella niña.

– Se llama Lucía – volví a mentir mientras comprobaba que me hubiese aplicado la misma cantidad de producto en ambos ojos.

– ¿Y por qué no puedo ir yo?

– Porque vamos a hablar de cosas de mayores y te aburrirías – expliqué pacientemente antes de quitarle el ríIrin de las manos para evitar que terminara pintada como un mapache. – Además, vas a dormir en casa de Heng, ¿te acuerdas?

– ¿Y por qué te eztaz poniendo tan guapa?

– ¿Estoy guapa? – repetí riendo y acercándome un poco hasta besar su frente. Ella recibió el beso con gesto de resignación, pero sin apartar el rostro. Últimamente aceptaba de mejor grado las muestras de afecto. Por un instante recordé aquellos primeros días en los que llegó a casa como un animalillo salvaje y desconfiado. No tenía duda de que su adopción era de las mejores decisiones que había tomado en toda mi vida.

El sonido de mi teléfono móvil interrumpió el hilo de mis pensamientos. Era Heng, para informarme de que en un rato pasaría a recoger a Song. Me había parecido más prudente que la niña durmiera en su casa, pues nunca se sabía cómo podría acabar la noche, pero algo me decía que la señorita Armstrong no era de las que daban su brazo a torcer a la primera de cambio. Iba a necesitar desplegar todos y cada uno de mis encantos para conseguir derribar esos estúpidos tabúes que parecía tener grabados a sangre y fuego en lo más profundo de su ser. Tendría que obligarla a que me viera como a

una mujer normal y corriente, y no como a Sarocha Chankimha, la pantera. No obstante, ¿a quién quería engañar?, ni yo era una mujer normal y corriente ni lo deseaba ser. No. Rebecca debía quererme tal y como yo era, y aceptar mi pasado como una parte de mi vida de la que no quería, ni podía, renegar. Eso siempre que quisiese algo conmigo, por supuesto, cosa que aún estaba por ver, aunque la electricidad desprendida durante aquel increíble beso que intercambié con ella en la puerta de mi casa podría cubrir por sí sola las necesidades de una ciudad en una noche de fuerte demanda; además, algo me decía que no era yo la única que lo había sentido de esa manera.

Media hora más tarde me encontraba al volante del Jaguar deportivo que solía utilizar en mis desplazamientos en solitario por la isla. El edificio donde habitaba Rebecca, próximo al mar y ubicado en la zona sur de la isla, reflejaba el clásico estilo de la arquitectura mediterránea, con materiales de construcción a base de terracota y piedra local.

Detuve el coche justo enfrente y marqué el número de mi policía favorita en el teléfono móvil para anunciarle mi llegada, pero, para mi sorpresa, ella estaba esperando ya en el portal.

Estaba guapa, con su Irinena castaña y ondulada perfectamente cepillada y un vestido de tirantes color crema que marcaba con sutileza las líneas de su figura. ¡Dios mío!, ¿por qué sentía aquel tirón en la entrepierna cada vez que la veía? Jamás me había pasado aquello en mis treinta y tres años de vida, y empezaba a considerar si tuviese algún significado que fuese más allá de la mera atracción sexual.

Misión Pantera (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora