EPÍLOGO.

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3 meses después.

SAROCHA.

– ¡Recuérdame qué estoy haciendo aquí, por favor! – rogué observando con inquietud aquel majestuoso edificio del centro de Madrid en el que vivían los padres de Rebecca.

– ¿Otra vez...? – preguntó Rebecca en tono resignado mientras me retiraba con el dorso de la mano una pequeña mota de polvo instalada en el cuello de mi camisa. – Vas a acompañar a tu queridísima novia a la fiesta de cumpleaños de su padre – agregó antes de sacarme la lengua en un ademán burlón.

– Ya, pero la fiesta estará llena de jueces y gente de ese tipo – me quejé, una vez más, a pesar de haber tenido esa misma conversación varias veces durante los últimos días. – Lo mismo cae azufre del techo en cuanto ponga un pie ahí dentro, ¿no habías pensado en semejante riesgo?

– ¡No digas tonterías! – rio ella agarrándome con decisión de la mano y tirando de mí hacia el interior del portal – Nadie más que mis padres conocen tu pasado, ya lo sabes.

– Sigo sin entender por qué demonios les ha tenido que informar sobre eso, ¿de verdad era necesario?

– Te aseguro que mi padre habría indagado sobre ti en cuanto te hubiera conocido. Es preferible que lo hayan sabido por mí y así tener la ocasión de dar mi versión del asunto.

– ¡Tu versión, Dios santo! Prefiero no saber ni cual es...

– Casi mejor.

– Está bien, pero ¿no hubiese sido mejor conocerlos en otra ocasión y no con tanta gente alrededor?

– ¡Sarocha! – exclamó con gesto de impaciencia – ¡Deja ya de quejarte! Esta es una ocasión tan buena como cualquier otra. Además, hoy estás impresionante... – agregó acariciando mi cuerpo con una mirada valorativa que me hizo estremecer. – Quieran o no, les vas a encantar.

– ¡Si alguien me hubiese dicho que iba a tener de suegro a un juez...!

– ¿Suegro? – repitió con una sonrisa divertida. Creía que eras de las que no se casaba, o al menos eso me dijiste una vez.

– Puede que haya cambiado de idea – admití entrando en el portal y observándome de reojo en el gigantesco espejo de cuerpo entero que atravesaba el vestíbulo.

– ¿Me estás proponiendo algo? – preguntó ella deteniéndose en seco y dirigiéndome una mirada intrigada.

– ¿Te gustaría? – inquirí a mi vez con cautela considerando que, por primera vez en mi vida, no me importaría tener un compromiso de ese tipo.

– ¡Podría ser! – respondió pasándose la mano por el pelo con aire pensativo.

– A Song le encantaría...

– Lo sé.

– Y en una sociedad conyugal de gananciales podrías tener un mayor control sobre mis bienes para hacer todas esas barbaridades que pretendes...

Rebecca rio con ganas antes de plantear:

– ¿Me estás intentando convencer de que abandone la soltería?

– ¡Quizá!

Ella me observó durante unos instantes antes de extender el brazo y deslizar el dedo pulgar sobre mis labios en un gesto posesivo que me encantó. Yo se lo besé sin retirar la vista de sus ojos. El ambiente, de pronto, se había teñido de una solemnidad reverente.

– Podemos hablarlo más tarde... – susurró dedicándome una sonrisa conquistadora que agudizó en el acto mis cinco sentidos.

– Sí, podemos hablarlo más tarde.

Entramos en el ascensor sonriendo, cogidas de la mano e inmersas en fascinantes pensamientos.

FIN.

Misión Pantera (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora